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Girlboss o cómo mantener la rueda girando

Celia Martín | socia de elDiario.es

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Uno de los conceptos más manoseados de la actualidad feminista y empresarial es el de Girlboss. En un contexto de tecnología imperante, estándares inalcanzables y equidad laboral dudosa, el fenómeno nace alrededor de 2014, cuando la empresaria estadounidense Sophia Amoruso publica un libro con tintes biográficos en el que relata el proceso que le llevó a construir una compañía multimillonaria de moda, Nasty Gal, y ponerse al frente de ella. Sus páginas supusieron toda una revolución en el mundo de los negocios femenino, proporcionando un compendio de reglas, consejos y propósitos envuelto en una nueva terminología para las mujeres emprendedoras. Amoruso explicaba al respecto que una girlboss (“mujer-jefa” en inglés) es “alguien que está a cargo de su propia vida, una mujer que consigue lo que quiere porque ha trabajado para conseguirlo”. El origen del término parecía tener un objetivo motivacional y equitativo, propugnando el fomento de cargos de responsabilidad ocupados por mujeres en sectores tradicionalmente masculinos. Sin embargo, atrapado por las ruedas imparables de la producción masiva, la estética canónica actual y el sistema económico capitalista, el concepto de Girlboss se ha convertido en un estereotipo tóxico y un tanto sexista acerca de lo que una mujer debe aspirar a ser.

El arquetipo de mujer empresaria, empoderada y “hecha a sí misma” que propaga Amoruso y que ha sido recogido más tarde por influencers y emprendedoras, se perfila como un universo intrínsecamente capitalista y antifeminista. Ojo, en comparación con el tradicional sistema patriarcal, el movimiento girlboss podría calificarse de avance. Antes las mujeres no tenían derecho al voto, ni al divorcio, ni a ganarse la vida de forma independiente. El que ahora puedan ser dueñas de su propio negocio es evidentemente un florecimiento comparado con lo que antes eran ruinas. Sin embargo, se debe tener en cuenta que todos los derechos conseguidos en materia feminista en las últimas décadas han sido el resultado de una protesta social masiva y un movimiento organizado. El marco en el que se inserta esa “mujer-jefa” hoy en día es el capitalismo, pero no ha sido este el que le ha permitido nacer y desarrollarse. El único objetivo y propósito del sistema económico actual es el beneficio, y no la justicia social, laboral o de género.

Cualquier práctica que favorezca la inclusión y liderazgo de mujeres en espectros donde antes no estaban es sana y beneficiosa para el movimiento. Sin embargo, Girlboss no se inserta del todo en este patrón. ¿Por qué? La respuesta es sencilla. Deja de lado un aspecto esencial ligado al movimiento feminista: la interseccionalidad. Está indudablemente ligado a un sistema de producción masiva, de canon de belleza concreto, de nivel económico pudiente y sin matiz de raza. Se ha introducido e implementado de forma incorrecta y perjudicial, obligando a las mujeres que aspiran a ser “exitosas” (un término esencialmente subjetivo) a seguir un manual dictado y tóxico para catalogarse de empresaria y jefa. Las implicaciones que tiene el término Girlboss no tienen en cuenta aspectos como la inclusión de cuerpos no normativos o racializados en puestos de poder, o la cota de accesibilidad de mujeres sin alto poder financiero o educativo. Así, se permite emprender y empoderar a mujeres que cumplen un estándar concreto, dejando de lado a otras que no tachan todos los requisitos necesarios. Esto es precisamente lo que perjudica al movimiento, para enraizar más aún el problema de la apropiación de las luchas por parte del capitalismo.

¿Cómo se ha conseguido esto? En primer lugar, es importante crear una terminología. Dotar de un nombre a todo el universo de empoderamiento empresarial femenino. Cuando existe un nombre y un significado, se le da sentido a un concepto y comienza a poder ser debatido e implementado, contando con el interés añadido que supone un anglicismo. Después, se pasa a crear una estética: una mujer empoderada, segura de sí misma, heterosexual, que prioriza su negocio y es conducida por su afán empresarial, con un cuerpo normativo y la tez blanca, además de contar con un nivel económico y educativo considerable. Son, esencialmente, nociones excluyentes hacia otros espectros perfectamente válidos. Todo aquello que se sale de ese paradigma, no es girlboss. El último paso es el aspecto motivacional: “tú también puedes hacerlo” o, en su defecto, “esta también puedes ser tú”. A modo de eslogan, se conecta con el público, asegurando que no es una situación onírica o imposible. Se puede conseguir, con esfuerzo, sacrificio y trabajo duro.

La consagración encumbrada de las mujeres en el mundo de los negocios se ha transcrito en la cultura pública actual como feminismo, cuando en realidad no lo es. El sistema de producción masiva esta tintado de sexismo y exclusión continua, mientras utiliza el prototipo de “mujer-jefa” como un hámster para mantener la rueda girando. El sistema girlboss, implantado con éxito especialmente en Estados Unidos, aplaude a aquellas mujeres que, con una base de poder, estudios y dinero, han conseguido alcanzar la cúspide de las montañas de negocios y compañías, sin especificar que se encuentran dentro de un sistema tiránico. Es necesario diferenciar una verdadera igualdad social de oportunidades y algo que se ha envuelto para parecerse a ello. La única forma es demoler y construir desde cero, sin frases motivacionales ni manuales de cómo ser exitosa. Todo eso distrae y aleja, mientras el sistema sigue comiendo y engordando.

Uno de los conceptos más manoseados de la actualidad feminista y empresarial es el de Girlboss. En un contexto de tecnología imperante, estándares inalcanzables y equidad laboral dudosa, el fenómeno nace alrededor de 2014, cuando la empresaria estadounidense Sophia Amoruso publica un libro con tintes biográficos en el que relata el proceso que le llevó a construir una compañía multimillonaria de moda, Nasty Gal, y ponerse al frente de ella. Sus páginas supusieron toda una revolución en el mundo de los negocios femenino, proporcionando un compendio de reglas, consejos y propósitos envuelto en una nueva terminología para las mujeres emprendedoras. Amoruso explicaba al respecto que una girlboss (“mujer-jefa” en inglés) es “alguien que está a cargo de su propia vida, una mujer que consigue lo que quiere porque ha trabajado para conseguirlo”. El origen del término parecía tener un objetivo motivacional y equitativo, propugnando el fomento de cargos de responsabilidad ocupados por mujeres en sectores tradicionalmente masculinos. Sin embargo, atrapado por las ruedas imparables de la producción masiva, la estética canónica actual y el sistema económico capitalista, el concepto de Girlboss se ha convertido en un estereotipo tóxico y un tanto sexista acerca de lo que una mujer debe aspirar a ser.

El arquetipo de mujer empresaria, empoderada y “hecha a sí misma” que propaga Amoruso y que ha sido recogido más tarde por influencers y emprendedoras, se perfila como un universo intrínsecamente capitalista y antifeminista. Ojo, en comparación con el tradicional sistema patriarcal, el movimiento girlboss podría calificarse de avance. Antes las mujeres no tenían derecho al voto, ni al divorcio, ni a ganarse la vida de forma independiente. El que ahora puedan ser dueñas de su propio negocio es evidentemente un florecimiento comparado con lo que antes eran ruinas. Sin embargo, se debe tener en cuenta que todos los derechos conseguidos en materia feminista en las últimas décadas han sido el resultado de una protesta social masiva y un movimiento organizado. El marco en el que se inserta esa “mujer-jefa” hoy en día es el capitalismo, pero no ha sido este el que le ha permitido nacer y desarrollarse. El único objetivo y propósito del sistema económico actual es el beneficio, y no la justicia social, laboral o de género.