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La inocencia indecente
Los ciudadanos españoles valoran muy mal a los políticos de este país; sin embargo, cuando llega el momento de votar, la mayoría acude en masa como si de unas rebajas comerciales se tratase: van porque hay que ir, para comprar gratis su compromiso ciudadano. Este tipo de mentalidad es tan sugestionable como la de los niños. Éstos quieren lo que ven en la tele o a sus amiguitos; nosotros lo que oímos en la tele o los bares. El juguete del niño es un regalo sobre el que no pesa compromiso alguno, no tiene por qué saber qué es lo que hace funcionar a su juguete, le gusta y se divierte, todo lo demás le importa un carajo. Cuando los adultos vamos al mercado electoral en una democracia nos estamos haciendo un regalo; cuando esa adquisición no cumple con las garantías acordadas tenemos la potestad, cada cuatro años, de sancionarla. Pero no lo hacemos, porque, al igual que los niños, para muchos de nosotros la democracia es un jugo, un entretenimiento que nos perpetúa en la edad de infantil. Un niño es inocente incluso cuando rompe su juguete porque no conoce el dinero ni, si fuese el caso, los apuros de sus padres para conseguirlo. Nosotros deberíamos saber el valor de nuestro voto y el costo de su llegada a nuestra sociedad. Es decir, quién no prevé las consecuencias de sus elecciones es un estúpido, pero no se libra de su culpa, no puede adjudicarla exclusivamente al receptor de su voto; los políticos no son todos iguales, lo que es muy parecida es nuestra frustración. Hay muchos niños que rompen el juguete y luego se enrabietan porque no pueden seguir jugando; sólo espero que los adultos de éste país se comprometan en el juego democrático y que no hagan como ellos, porque no son los juguetes quienes empoderan al niño, es el juego quién lo hace. Es el compromiso de cada individuo con la sociedad que desea lo que hará el juego fructífero y duradero, lo que puede pergeñar el juguete cuasi perfecto.
Hay muchos ejemplos de que la democracia no existe, de facto, en éste país. La impericia demostrada para mantenerla no es sólo falta de intelecto o desidia de nuestro pueblo; que las democracias parlamentarias se hayan convertido en una especie de teatro de guiñoles en la que los partidos bailan al hilo de los plutócratas no hubiese sido posible sin que éstos sean los dueños de casi el 100% de los mass y hayan instalado en el mundo la postverdad. Porque, a mi entender, han conseguido lo que pretendían: la anomia social; instrumento perfecto para sus objetivos de dominio y lucro.
Hablamos de empoderamientos atomizados cuando el único transcendental es el de los pueblos, el de todos y en todas partes; Xi Jinping, Putin, Biden&Trump, Úrsula von der Leyen.....tienen en común una cosa: control. El chino, con su capitalismo de estado y el ruso con su proyecto de autocracia capitalista, trabajan por el control político de la economía; los dos abuelos esperpénticos yankis, cuán aprendices de mago Copperfield, lo hacen para mantener la ilusión de su facticidad democrática; la aprendiz de Thatcher/Merkel y meritoria de Washington y Berlín, representa ahora al mister Hyde del Dr. Jekyll/Borrell en la farsa que está manteniendo la UE ante el genocidio Palestino.
Resumiendo, o luchamos por la adquisición de ciertas cotas de poder popular o seremos cómplices de los desmanes del poder político/económico. Tenemos ahora una buena oportunidad: intentar influir en que nuestro gobierno manifieste explícitamente su condena a Israel por el genocidio palestino que está perpetrando. Ante el antecedente del resultado de las manifestaciones del 2003 en contra de la invasión de Irak y previendo lo que pasará con las movilizaciones programadas, quizás sea más determinante la planificación de huelgas de hambre colectivas en aquellos lugares donde haya grupos de personas que así lo decidan.
Pd. Ésto último lo he hablado en mi entorno y envié escritos a las secretarias de las Ong de las que soy socio y no parece que sea una idea muy aceptada, pero como soy de los que creo que no hay nada que una persona pueda pensar que no lo hayan pensado otras, me comprometo a participar en una manifestación de este tipo.
Los ciudadanos españoles valoran muy mal a los políticos de este país; sin embargo, cuando llega el momento de votar, la mayoría acude en masa como si de unas rebajas comerciales se tratase: van porque hay que ir, para comprar gratis su compromiso ciudadano. Este tipo de mentalidad es tan sugestionable como la de los niños. Éstos quieren lo que ven en la tele o a sus amiguitos; nosotros lo que oímos en la tele o los bares. El juguete del niño es un regalo sobre el que no pesa compromiso alguno, no tiene por qué saber qué es lo que hace funcionar a su juguete, le gusta y se divierte, todo lo demás le importa un carajo. Cuando los adultos vamos al mercado electoral en una democracia nos estamos haciendo un regalo; cuando esa adquisición no cumple con las garantías acordadas tenemos la potestad, cada cuatro años, de sancionarla. Pero no lo hacemos, porque, al igual que los niños, para muchos de nosotros la democracia es un jugo, un entretenimiento que nos perpetúa en la edad de infantil. Un niño es inocente incluso cuando rompe su juguete porque no conoce el dinero ni, si fuese el caso, los apuros de sus padres para conseguirlo. Nosotros deberíamos saber el valor de nuestro voto y el costo de su llegada a nuestra sociedad. Es decir, quién no prevé las consecuencias de sus elecciones es un estúpido, pero no se libra de su culpa, no puede adjudicarla exclusivamente al receptor de su voto; los políticos no son todos iguales, lo que es muy parecida es nuestra frustración. Hay muchos niños que rompen el juguete y luego se enrabietan porque no pueden seguir jugando; sólo espero que los adultos de éste país se comprometan en el juego democrático y que no hagan como ellos, porque no son los juguetes quienes empoderan al niño, es el juego quién lo hace. Es el compromiso de cada individuo con la sociedad que desea lo que hará el juego fructífero y duradero, lo que puede pergeñar el juguete cuasi perfecto.
Hay muchos ejemplos de que la democracia no existe, de facto, en éste país. La impericia demostrada para mantenerla no es sólo falta de intelecto o desidia de nuestro pueblo; que las democracias parlamentarias se hayan convertido en una especie de teatro de guiñoles en la que los partidos bailan al hilo de los plutócratas no hubiese sido posible sin que éstos sean los dueños de casi el 100% de los mass y hayan instalado en el mundo la postverdad. Porque, a mi entender, han conseguido lo que pretendían: la anomia social; instrumento perfecto para sus objetivos de dominio y lucro.