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Ley de interrupción voluntaria del embarazo

Celia Bastida | socia de elDiario.es

21 de octubre de 2022 21:07 h

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No falla: una y otra vez vuelven a la carga los que se oponen al aborto. En nuestro país es legal desde 2010, con el gobierno de Rodríguez Zapatero, la interrupción voluntaria del embarazo hasta la decimocuarta semana de embarazo. Se integró enseguida; incluso muchas personas que al principio la habían rechazado la aceptan ahora totalmente. No ha aumentado el número de abortos sino la seguridad con que se practican y no ha desplazado a los anticonceptivos como forma habitual de controlar la natalidad, como algunos pronosticaban.

Ya no se ven esos carteles en los que niños dentro del vientre materno suplicaban a sus madres que les dejaran vivir. Eran frases impactantes pero absolutamente falsas, porque todas las personas tememos a la muerte, pero es imposible sentir miedo a no haber nacido. A lo que tenemos miedo es a una enfermedad grave, al dolor físico, a la marginación, a que sufran nuestros seres queridos.

Ya no se profieren (eso espero) gruesos insultos contra las mujeres que acuden a abortar, pero los que se oponen a ello no ceden en su empeño por obstaculizarles su decisión. Así, hace unos meses hubo que prohibir que a la entrada de los centros sanitarios donde acudían las mujeres para interrumpir su embarazo hubiera grupos que rezaran por ellas, curiosa situación que no se da en el común de las intervenciones quirúrgicas. Por cierto, esas mismas instancias que tanto critican la interrupción voluntaria del embarazo también criticaron en su momento los anticonceptivos, porque “frenaban la vida” o algo así.

Es una ley de plazos. Numerosos estudios científicos señalan que en la especie humana las primeras ocho semanas tras la concepción constituyen el período embrionario; en esta fase, un tercio de los embriones se destruye espontáneamente. Desde la novena semana el embrión, de unos 2,5 cm. y 8 gr. de peso, comienza a crecer y se le denomina ya feto. Es en la vigésima octava semana (seis meses largos de gestación) cuando comienzan las conexiones tálamo-corticales del cerebro, a partir de las cuales se desarrollarán después los procesos cognitivos. Por ello, en las primeras 14 semanas de concepción no hay ninguna posibilidad de actividad psíquica, como señala entre otros muchos investigadores la científica Rita Lévi Montalcini, premio Nobel de Medicina de 1986 (LEVI MONTALCINI, Rita, La galaxia mental, ed. Crítica, 2000).

No se puede obligar a una mujer a que continúe su embarazo si no lo desea. Esa mujer sí que puede sentir dolor por el presente y angustia y pánico por el futuro, pero esos sentimientos los estamos despreciando. Estamos despreciando la angustia real que el ser humano puede sentir. Además, frecuentemente quienes más se afanan en defender los supuestos derechos de los no nacidos se desentienden de los ya nacidos, sobre todo si tienen alguna malformación o deficiencia o si están en situación de grave necesidad, y no suelen tener en cuenta su dolor y el de sus familias. Por lo general, los gobiernos que penalizan el aborto no se distinguen por elaborar leyes que favorezcan la integración de estas personas.

No podemos negar la angustia de la mujer a quien se le trastorna seriamente la vida. La angustia de una joven estudiante, o trabajadora, o que busca empleo, ante el fallo de un anticonceptivo mal utilizado, o ante el calentón que le llevó a no tomar precauciones. ¿Cómo se lo dirá al chico? ¿O acaso solo le cambiará la vida a ella? ¿Consideramos quizá que el padre no tiene por qué que hacerse cargo de nada? ¿Podrá alegar violación, si hubiera sido ese el caso? ¿Volveremos a si hubo resistencia suficiente? Puede que ya tenga otros hijos. Los niños no se alimentan solos, hace falta dinero. No se educan solos, necesitan energía, tino y tiempo. ¿No importa si faltan esas cosas?

En todas estas situaciones hay zozobra y sufrimiento real, y no vale querer ignorarlo.

Ahora, las más frecuentes objeciones a la ley que se va a tramitar se centran en la edad en que la menor de edad puede decidir por sí misma la interrupción de su embarazo. La ley que legalizó el aborto, de 2010 como hemos dicho, con Rodríguez Zapatero, señalaba que las jóvenes de 16 o 17 debían informar a sus progenitores, salvo en situaciones familiares problemáticas. Sin embargo, en 2015 el PP reformó la ley y estableció que toda menor de edad necesitaba el permiso los progenitores. En la ley que se va a tramitar próximamente se elimina el requisito de dicho permiso para las menores de edad que tengan 16 o 17 años.

Recientemente, un destacado dirigente del PP ha dicho que es incongruente que una joven pueda abortar sin el permiso de sus progenitores y que, sin embargo, no se pueda conducir un coche hasta los 18 años. Creo que es una mezcolanza penosa. A los adolescentes les llegarán los 18 años y podrán sacar el carnet de conducir, pero esa joven de 16 o 17 años embarazada no puede esperar hasta cumplir los dieciocho para poder interrumpir su embarazo aunque sus progenitores no estén de acuerdo. No creo yo que los progenitores tengan derecho a decidir de esa manera la vida de su hija.

Esto no tiene nada que ver con tantas y tan variadas operaciones que se les proponen machaconamente a las mujeres, incluso desde muy jóvenes, por motivos “estéticos”, buscando en una operación, con los riesgos que cualquier operación conlleva, la solución a unos complejos que en muchos casos se han creado por intereses comerciales. Bienvenido sea el permiso de los progenitores para las operaciones de una estética mercantilista, pues si bien el tener más años no garantiza la sensatez, el tener muy pocos años implica una menor resistencia a las presiones de determinados cánones de hermosura, en muchos casos absurdos o imposibles de conseguir, y contra los cuales no vemos tan encendidas protestas.

No falla: una y otra vez vuelven a la carga los que se oponen al aborto. En nuestro país es legal desde 2010, con el gobierno de Rodríguez Zapatero, la interrupción voluntaria del embarazo hasta la decimocuarta semana de embarazo. Se integró enseguida; incluso muchas personas que al principio la habían rechazado la aceptan ahora totalmente. No ha aumentado el número de abortos sino la seguridad con que se practican y no ha desplazado a los anticonceptivos como forma habitual de controlar la natalidad, como algunos pronosticaban.

Ya no se ven esos carteles en los que niños dentro del vientre materno suplicaban a sus madres que les dejaran vivir. Eran frases impactantes pero absolutamente falsas, porque todas las personas tememos a la muerte, pero es imposible sentir miedo a no haber nacido. A lo que tenemos miedo es a una enfermedad grave, al dolor físico, a la marginación, a que sufran nuestros seres queridos.