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Ni con unos ni con otros
En tiempos de radicalismo, cuando las posiciones se extreman, resulta difícil la coherencia personal. Uno tiene que encajar en la horma de un paquete completo de cómo hay que mirar el mundo. Si se tienen “ideas de izquierda”, como algunos llaman a defender la sanidad y la educación públicas (lo que en otros países europeos es, simplemente, una razón de Estado), resulta complicado declarar que la igualdad de oportunidades no conlleva necesariamente igualdad de reconocimientos, que el esfuerzo personal y la consecución de objetivos son la única llave del premio.
Si se es feminista, es decir, creyente a pie juntillas en la igualdad de oportunidades de mujeres y varones, resulta extremadamente peligroso, más si se es varón, por muy Doctor en Filología Hispánica que seas, por más que te bases en datos de la ciencia lingüística propiciados por importantes lingüistas mujeres, proclamar que eso de “todos los y las niñas” es una aberración gramatical, no digamos lo de “todes les niñes”: si aparte de lo brutal, ilógico y ridículo, te pones a subrayar que, además, es incluso discriminatorio (¿quién ha dicho que solo hay tres tipos humanos?), te miran como si fueras un facha disfrazado que quieres camelar… ¡hombre tenías que ser!.
Si te pones a analizar lo muy sobrevaloradas y politizadas que están ciertas luchas (los derechos de los LGTBI+ de los que se oye hablar todos los días en la prensa) frente a la discriminación que sufre, por ejemplo, cotidiana, callada y arrinconadamente, la diversidad funcional, incluso por parte de supuestos alternativos que la ignoran, es que eres un intolerante facha de tomo y lomo.
Si dices que Angela Merkel respeta más a los inmigrantes que Pedro Sánchez (no importan las decenas de muertes en la valla de Melilla), que Podemos no es un partido de izquierdas ni republicano (visto lo poco que ha hecho por la libertad de Pablo Hásel u otros artistas perseguidos y todo lo que ha hecho por la subida de sueldos en la Casa Real) eres de derecha seguro.
Si criticas que elevar el gasto en Defensa un 26% en los Presupuestos Generales del Estado es militarismo puro y duro de la peor ultraderecha, que va contra la paz y no a favor de ella, y que el gobierno supuestamente de izquierdas solo se va a gastar menos de un 7% más tanto en Educación como en Sanidad -cuando la inflación real de productos básicos está al 12% (según OCU)- eres poco menos que un desconsiderado y una persona falta de buen tino. Que, por supuesto, no entiendes de economía.
Si consideras que Zapatero y El País mintieron en el 11-M tanto o más que Aznar y El Mundo, es que seguro que perteneces al PP y te lo callas, o eres un complotista; sin embargo, muy al contrario, si defiendes las vacunas del Covid-19 y señalas la teoría del supuesto complot como una falacia de gente ignorante, te conviertes en un lobista sin remedio: no importa que seas vegano y recuerdes a esos supuestos defensores de la desconfianza en los medios de comunicación que comer carne mata infinitamente más que las vacunas; que, además, comiéndola te convertirás en más consumidor de medicamentos de esos laboratorios contra los que crees luchar que si no te vacunas. Que no se es más ecologista por ir a manifestaciones, sino siendo vegano y renunciando al coche privado: pero, claro, a los alternativos ricos hijos de papá reconvertidos a burgueses de izquierda lo de renunciar al chuletón no les parece tan importante.
Al final de su vida, Unamuno supo muy bien el precio que hay que pagar por no querer casarse con nadie. Que la mayoría te va a odiar, que vas a estar solo, que vas a parecer un tocanarices cotidiano si no te callas. Que eres un mal amigo, un extraterrestre, una persona peligrosa para la Causa, la que sea.
Sin embargo, Unamuno sabía muy bien que solo la cultura da la libertad, que la libertad no se construye con banderas, con ninguna, sino dando alas, y que ningún cantamañanas, varón o mujer que sea, tiene la llave de la verdad; que la democracia no es tener amigos del partido razonable que gobierna que te ayudan a acceder más fácilmente a los privilegios, que no consiste en gritar “fascistas” a todos aquellos que no piensan como tú. Que la mejor libertad no es ponerse un sambenito de diadema, sino pensar, con la propia cabeza, sin ataduras, sin miedo al escarnio ni a las represalias.
En tiempos de radicalismo, cuando las posiciones se extreman, resulta difícil la coherencia personal. Uno tiene que encajar en la horma de un paquete completo de cómo hay que mirar el mundo. Si se tienen “ideas de izquierda”, como algunos llaman a defender la sanidad y la educación públicas (lo que en otros países europeos es, simplemente, una razón de Estado), resulta complicado declarar que la igualdad de oportunidades no conlleva necesariamente igualdad de reconocimientos, que el esfuerzo personal y la consecución de objetivos son la única llave del premio.
Si se es feminista, es decir, creyente a pie juntillas en la igualdad de oportunidades de mujeres y varones, resulta extremadamente peligroso, más si se es varón, por muy Doctor en Filología Hispánica que seas, por más que te bases en datos de la ciencia lingüística propiciados por importantes lingüistas mujeres, proclamar que eso de “todos los y las niñas” es una aberración gramatical, no digamos lo de “todes les niñes”: si aparte de lo brutal, ilógico y ridículo, te pones a subrayar que, además, es incluso discriminatorio (¿quién ha dicho que solo hay tres tipos humanos?), te miran como si fueras un facha disfrazado que quieres camelar… ¡hombre tenías que ser!.