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Piezas del ser humano

Alfonso Pagola Fernández

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Hace pocos días, tomando un café en la staff room en el hospital en que trabajo, había junto a mí un compañero leyendo una columna de opinión en un periódico. El título del artículo, traducido del inglés al castellano, rezaba “El fin de las humanidades”. El sugerente epígrafe captó mi atención y no pude menos que preguntar qué estaba leyendo. Él contestó que, efectivamente, era un artículo sobre cómo estaban desapareciendo las humanidades, como la filosofía y el arte, de la enseñanza obligatoria y superior, y cómo, en su lugar, se incentivaba a la sociedad a estudiar y enfocarse en ciencias, especialmente en aquellas ramas que aportan al avance tecnológico o a la industria. En definitiva, al aumento del poder económico del país.

Tras exponerme esto, se lamentaba de que la humanidad atravesaba una crisis en la cual estábamos perdiendo el interés por el arte y las cuestiones trascendentales. Solo era necesario –añadió— echar una rápida ojeada al mundo actual para darse uno cuenta de ello. Dicho esto, se despidió, cerró su periódico y se fue. Yo, por mí parte, me quedé pensando mientras observaba parte del mundo delimitada por el marco de una ventana de hospital, lo cual no es mucho.

No obstante, aquella idea de la crisis de la sociedad y la muerte de las humanidades quedó reverberando en mi cabeza durante varios días, tras los que llegué a varias conclusiones que cada cual juzgará como quiera.

Pensé que todo suele tener su parte de verdad y falsedad, pues ¿qué son las mentiras sino un retorcimiento y omisión de partes de la realidad? Por tanto, la idea de “la muerte de las humanidades” no sería una excepción de esta realidad que suele tener, como mínimo, dos caras. Por un lado, en relación con las instituciones, puedo conceder, sin gran sorpresa, que exista tal decadencia de las humanidades en el ámbito laboral y de la enseñanza. Es algo que llevo tiempo escuchando. Sin embargo, también es cierto que veo una constante que se repite, y es precisamente aquello de lo que se quejaba mi compañero. Siempre se dice que la sociedad está moralmente en declive, no importa a qué época o lugar dirijamos nuestra mirada, hecho que me lleva a pensar que no es que las humanidades, el arte o la filosofía, estén en decadencia, sino que nunca han sido cosa realmente popular. Es decir, exceptuando momentos puntuales de esplendor, siempre están en esa “decadencia”.

Por otro lado, aunque sea posible que haya épocas en las que tal decadencia sea realmente mayor, cosa que tampoco niego, la muerte absoluta de las humanidades no es posible. ¿Realmente podrían las artes y la filosofía desaparecer? De ser así, ¿qué las sustituiría? ¿La ciencia? Por mucho que la ciencia y los avances tecnológicos sean imprescindibles en la sociedad no dejan tener límites. No dudo que la ciencia sea la mejor herramienta que poseemos para explicar la realidad material, pero únicamente describe lo que hay. No nos puede decir cómo debemos hacer las cosas, cómo hemos de vivir nuestra vida, cómo debemos abordar los dilemas éticos y morales, o cómo debería funcionar la política.

Enfrentamos nuevos dilemas constantemente: cuál es la mejor manera de enfrentar cuestiones como el aborto o la eutanasia, cómo hemos de utilizar la inteligencia artificial o si deberíamos lanzarnos a colonizar Marte antes de tratar de solucionar los problemas de nuestro planeta. ¿No son estos problemas de índole filosófica y moral? Y respecto al arte, ¿no es sino una forma de expresión? ¿Acaso podemos los seres humanos ignorar el impulso de expresar cómo entendemos el mundo y nuestro lugar en él?

Por último, suelo escuchar de boca de personas que dedican su vida a la investigación científica, que uno de los elementos que los impulsa a buscar y resolver ecuaciones matemáticas es la mayor “belleza” o “simplicidad” con la que unas expresan la realidad en comparación con otras. No sé si tal cosa podría llamarse arte, pero no se deja de buscar la estética dentro del mundo científico. Elementos tales como la belleza, la estética, la moral, las cuales forman parte de las humanidades, son, pues, parte fundamental de los seres humanos.

En definitiva, incluso si se suprimiese por completo la enseñanza de las humanidades en las instituciones, mientras sigamos siendo humanos, permítanme dudar de que se llegue al punto en que tales piezas dejen de formar parte de nosotros.

Hace pocos días, tomando un café en la staff room en el hospital en que trabajo, había junto a mí un compañero leyendo una columna de opinión en un periódico. El título del artículo, traducido del inglés al castellano, rezaba “El fin de las humanidades”. El sugerente epígrafe captó mi atención y no pude menos que preguntar qué estaba leyendo. Él contestó que, efectivamente, era un artículo sobre cómo estaban desapareciendo las humanidades, como la filosofía y el arte, de la enseñanza obligatoria y superior, y cómo, en su lugar, se incentivaba a la sociedad a estudiar y enfocarse en ciencias, especialmente en aquellas ramas que aportan al avance tecnológico o a la industria. En definitiva, al aumento del poder económico del país.

Tras exponerme esto, se lamentaba de que la humanidad atravesaba una crisis en la cual estábamos perdiendo el interés por el arte y las cuestiones trascendentales. Solo era necesario –añadió— echar una rápida ojeada al mundo actual para darse uno cuenta de ello. Dicho esto, se despidió, cerró su periódico y se fue. Yo, por mí parte, me quedé pensando mientras observaba parte del mundo delimitada por el marco de una ventana de hospital, lo cual no es mucho.