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El tribalismo digital
El proceso de individualismo que se está dando hace ya tiempo en la sociedad está provocando un repliegue en lo personal y un fortalecimiento del concepto de “tribu” en lo social. En esto último predomina no la búsqueda de la verdad a través de la razón, o el encuentro razonable con el “otro” sino la construcción de lo identitario, no tanto como apertura y enriquecimiento intelectual sino como un encogimiento del horizonte vital de cada persona. Lo identitario se convierte en el “leit motiv” de la razón de ser de muchas personas. Una identidad totalmente separada y en muchos casos antagónica con la, a mi juicio, verdadera y universal identidad del ser humano que es precisamente su condición de pertenencia a la especie humana. El diálogo, especialmente en su vertiente de escucha, deja de tener sentido para dar paso a la convicción de la “tribu” que en muchos casos suele ser la del líder, en un paulatino pero irreversible camino donde lo emocional sustituye a la razón, obstaculizando una percepción holística de la realidad, en un falso dilema emoción vs razón donde esta última es la gran damnificada. No se trata, ni mucho menos, de desterrar las emociones individuales sino de recolocarlas en un estatus donde junto a la razón permita a los individuos aprehender y asumir la realidad de forma constructiva y universal, no destructiva y “tribal”. En ese sentido negativo que aquí se apunta las redes digitales cobran un papel especialmente preocupante por las lógicas que imperan en las mismas, están hechas, no tanto para reflexionar colectivamente de manera sosegada y respetuosa sino para entablar una continua pugna donde mediante la aceptación o negación sin más, se zanjen situaciones donde la complejidad de lo tratado requeriría una mayor elaboración y riqueza argumental. Teniendo en cuenta además, que estas redes basan su estrategia de negocio en tener enganchados al máximo número de personas el máximo tiempo posible, recurriendo para ello a estratagemas que llegan a crear verdaderos adictos a estas redes. Sobre esta levedad, banalidad y tosquedad discursiva se construyen sentidos identitarios que generan una fuerte adhesión de pertenencia. Para estas “tribus” la información no es una herramienta para el conocimiento sino para la identidad y como tal, se convierte en un material averiado. Identidades que se fraguan sobre el sectarismo que solo admite “certezas” buscando la cohesión del grupo como único objetivo y despreciando otras realidades posibles, pues el fin no es entender lo que pasa, sino fortalecer la unidad de la “tribu” y boicotear la construcción de acuerdos entre las distintas posiciones, imponiendo sus criterios en una dialéctica donde solo caben la victoria o la derrota, nunca el entendimiento ¿Por qué conformarse con la victoria pudiendo llegar a un acuerdo? Cabría preguntarse en un enfoque menos “tribal” y más cosmopolita de la realidad.
El proceso de individualismo que se está dando hace ya tiempo en la sociedad está provocando un repliegue en lo personal y un fortalecimiento del concepto de “tribu” en lo social. En esto último predomina no la búsqueda de la verdad a través de la razón, o el encuentro razonable con el “otro” sino la construcción de lo identitario, no tanto como apertura y enriquecimiento intelectual sino como un encogimiento del horizonte vital de cada persona. Lo identitario se convierte en el “leit motiv” de la razón de ser de muchas personas. Una identidad totalmente separada y en muchos casos antagónica con la, a mi juicio, verdadera y universal identidad del ser humano que es precisamente su condición de pertenencia a la especie humana. El diálogo, especialmente en su vertiente de escucha, deja de tener sentido para dar paso a la convicción de la “tribu” que en muchos casos suele ser la del líder, en un paulatino pero irreversible camino donde lo emocional sustituye a la razón, obstaculizando una percepción holística de la realidad, en un falso dilema emoción vs razón donde esta última es la gran damnificada. No se trata, ni mucho menos, de desterrar las emociones individuales sino de recolocarlas en un estatus donde junto a la razón permita a los individuos aprehender y asumir la realidad de forma constructiva y universal, no destructiva y “tribal”. En ese sentido negativo que aquí se apunta las redes digitales cobran un papel especialmente preocupante por las lógicas que imperan en las mismas, están hechas, no tanto para reflexionar colectivamente de manera sosegada y respetuosa sino para entablar una continua pugna donde mediante la aceptación o negación sin más, se zanjen situaciones donde la complejidad de lo tratado requeriría una mayor elaboración y riqueza argumental. Teniendo en cuenta además, que estas redes basan su estrategia de negocio en tener enganchados al máximo número de personas el máximo tiempo posible, recurriendo para ello a estratagemas que llegan a crear verdaderos adictos a estas redes. Sobre esta levedad, banalidad y tosquedad discursiva se construyen sentidos identitarios que generan una fuerte adhesión de pertenencia. Para estas “tribus” la información no es una herramienta para el conocimiento sino para la identidad y como tal, se convierte en un material averiado. Identidades que se fraguan sobre el sectarismo que solo admite “certezas” buscando la cohesión del grupo como único objetivo y despreciando otras realidades posibles, pues el fin no es entender lo que pasa, sino fortalecer la unidad de la “tribu” y boicotear la construcción de acuerdos entre las distintas posiciones, imponiendo sus criterios en una dialéctica donde solo caben la victoria o la derrota, nunca el entendimiento ¿Por qué conformarse con la victoria pudiendo llegar a un acuerdo? Cabría preguntarse en un enfoque menos “tribal” y más cosmopolita de la realidad.