1. Todos ganan, todos pierden
Una de las lecturas que se ha impuesto de los resultados que arrojaron las urnas el pasado domingo es que por primera vez en unos comicios generales no ha habido ganadores, sino que los principales partidos resultaron en parte ganadores o, si se prefiere, en parte perdedores. El Partido Popular sufrió un importante desplome al perder respecto a 2011 más de 3,5 millones de votos y 63 escaños, pero ha conseguido mantenerse como el más votado con una diferencia sobre el PSOE de cerca de 7 puntos.
Por su parte, el Partido Socialista ha vuelto a comprobar que no tiene un suelo electoral firme, experimentado de nuevo otra derrota histórica que le ha llevado a quedarse en un exiguo 22% del voto (casi 7 puntos menos de la cifra del 28,8% que marcó la debacle sufrida por este partido hace cuatro años) y por debajo de los 100 escaños. No obstante, los socialistas respiraron aliviados la noche del domingo cuando comprobaron que pese a haber visto sus apoyos menguados, conseguían mantener la condición de segunda fuerza política más votada, sin que Podemos se la arrebatara (aunque se quedara muy cerca, a poco más de un punto porcentual por detrás del PSOE).
Ciudadanos acabó con un resultado menos halagüeño de lo que se esperaba hace unas semanas, pero los sondeos realizados durante la campaña electoral ya auguraban una caída en sus expectativas de voto. Quedaron en la cuarta posición y no consiguieron el objetivo de ser la fuerza clave en la gobernabilidad, desplazándose esa condición de forma sobrevenida (y muy probablemente no querida) al PSOE. Sin embargo, el partido liderado por Albert Rivera tendrá una importante presencia en la composición del nuevo Congreso con 40 escaños. Para Izquierda Unida, el objetivo era no quedar sin representación parlamentaria como le ha pasado a UPyD. La candidatura encabezada por Alberto Garzón lo ha logrado con casi 1 millón de votos y 2 escaños, perdiendo 9 asientos respecto a 2011.
2. Fragmentación sí, pero polarizada
Frente a la concentración del voto de elecciones pasadas, estas elecciones han sido las de la fragmentación. Pero una fragmentación que está polarizada en un triple sentido. En primer lugar, desde el planteamiento de la división entre una nueva y una vieja forma de hacer política, encontramos que el bipartidismo convive ahora con dos fuerzas emergentes que suman el 33,4% de los votos. En segundo lugar, la fragmentación no impide ver una clara línea divisoria entre un bloque ideológico de izquierdas y otro de derechas muy visible con tres partidos de ámbito nacional a la izquierda (PSOE, Podemos e Izquierda Unida) y dos a la derecha (PP y Ciudadanos). Y, por último, la polarización también es muy notoria en el eje territorial con fuerzas nacionalistas y españolistas.
3. Los bloques izquierda - derecha siguen vivos
Como se aprecia en el gráfico, los ascensos de los dos partidos emergentes están relacionados, respectivamente, con el declive del partido “tradicional” de su bloque (centro-izquierda y centro-derecha). Mientras que hay una fuerte correlación entre el porcentaje de voto a Podemos y el declive del PSOE (también con el de IU, no mostrada en el gráfico) y entre el voto a Ciudadanos y la caída del PP, el voto a Podemos no está apenas relacionado con cambios en el nivel de apoyo al PP, ni el nivel de apoyos a Ciudadanos con la caída del PSOE. Existen varias interpretaciones posibles de estas correlaciones, pero la más evidente es que buena parte de los movimientos que hemos observado en estas elecciones siguen siendo dentro de los tradicionales y denostados bloques ideológicos: dentro de la izquierda, Podemos crece a costa del PSOE e IU; dentro de la derecha, Ciudadanos crece a costa del PP.
4. El electorado se desplaza a la izquierda
A pesar de lo anterior, respecto a 2011 el electorado se ha desplazado claramente hacia la izquierda el 20D. No sólo porque los nuevos partidos están a la izquierda del partido “tradicional” de su bloque al que debilitan (Podemos a la izquierda del PSOE, Ciudadanos a la izquierda del PP), sino porque si sumamos todos los partidos de cada bloque en cada elección, la izquierda mejora sustancialmente su resultado, y la derecha los empeora. En el 96% de los municipios de más de 1000 habitantes, la suma de los porcentajes de PSOE, Podemos e IU en 2015 es mayor que la suma de PSOE e IU en 2011. El resultado es bien conocido: PSOE, Podemos e IU suman casi un millón de votos más que PP y Ciudadanos. Descontando a las minorías nacionalistas, ideológicamente muy alejadas en la situación actual del PP, el diputado mediano en el próximo parlamento (aquel que tiene una mitad de diputados ideológicamente a su izquierda, y una mitad de diputados a su derecha, y es por tanto el decisivo en todas las votaciones en las que las preferencias de los parlamentarios puedan ser ordenadas en este eje) partenece al PSOE.
5. Ni rastro de una participación electoral histórica
Estas elecciones generales reunían todas las condiciones para que se produjera una movilización muy alta. Primero porque eran unos comicios percibidos de cambio en los que el incentivo para participar es siempre mayor. Y segundo porque ha aumentado la oferta de opciones políticas con la presentación de las candidaturas de Podemos y Ciudadanos, atractivas para importantes segmentos del electorado. De hecho, en los sondeos se detectaba una mayor predisposición de los ciudadanos para acudir a las urnas que hace cuatro años e incluso se estimaba que la participación se iba a situar en una cifra récord. Pero el pasado domingo, la participación fue más baja de lo esperado: un 73,2% de los electores que residen en España acudieron a las urnas. Esta cifra ha sido apenas un punto y medio porcentual más alta que en las elecciones generales de 2011 y menor que en los comicios generales de 2008 (75,3%) y 2004 (77,3%). Es más, lejos de haberse producido una record de participación, ésta ocupa el séptimo puesto en el ranking de participación electoral de los doce comicios generales celebrados en España desde 1977.
6. La remontada fue de Podemos, no de las confluencias
Uno de cada cuatro escaños que obtuvo Podemos el pasado domingo provenían de las provincias en las que se presentaba en confluencia con otras formaciones políticas. Todo indica que el equipo de Pablo Iglesias acertó en su estrategia de buscar alianzas con partidos y movimientos de enorme atractivo electoral como las Mareas, en Comú y Compromís. Sin embargo, este dato no debería hacernos olvidar que la espectacular remontada que protagonizó Podemos durante la campaña electoral no proviene tanto de Cataluña, Comunidad Valenciana o Galicia como del resto de provincias en las que Podemos se presentaba solamente con sus propias siglas. En estas tres comunidades, Podemos creció alrededor de un 20 por ciento en escaños con respecto a los pronósticos del CIS. En cambio, el ascenso de Podemos donde se presentaba sin aliados fue cuatro veces mayor.
Es cierto que Podemos consiguió iniciar su remontada en las encuestas tras un meses de imparable descenso en el momento en que se alió con las Mareas, En comú y Compromís. Inicialmente su ascenso fue un mero efecto matemático fruto del mero efecto de apropiarse la intención de voto de estas formaciones que hasta entonces iban por libre, pero gracias a ello se consiguió vender la idea de que Podemos había salido de su crisis electoral. En definitiva, Podemos tomó impulso gracias a sus confluencias, pero la remontada es en gran parte mérito de sus propias siglas.
7. Los nuevos avanzan sobre todo en los núcleos urbanos
Como muestra el gráfico, Podemos y Ciudadanos obtienen resultados particularmente buenos en las grandes conglomeraciones urbanas, mientras que PP y PSOE resisten mejor en los municipios de menor tamaño. El PP sufre mucho más que el PSOE en todos sitios, pero son los socialistas los que ven cómo el tamaño del municipio tiene un efecto mayor en su declive: en los municipios de más de 200.000 habitantes, el PSOE cae el doble que en las localidades de menos de 10.000.
8. ¿Surge un nuevo voto dual?
Un fenómeno que a los politólogos nos ha interesado tradicionalmente es el voto dual. Por votantes duales entendemos aquellos ciudadanos que votan a un partido distinto en las elecciones autonómicas y en las elecciones generales. El ejemplo típico de votante dual era el ciudadano que votaba a CiU en las catalanas, y al PSOE en las elecciones generales. La explicación más típica del voto dual es que existen votantes que piensan que cada una de estas fuerzas políticas defiende mejor sus intereses en un ámbito distinto. Mientras el partido nacionalista es percibido como más idóneo para dirigir el gobierno regional, el votante dual prefiere votar en las generales. a un partido que tiene la posibilidad de acceder al gobierno estatal. Así, el PSOE, como partido estatal con una sensibilidad catalana y vasca mayor, era el principal beneficiario de este voto dual como fuerza “útil” en las generales.
Las pasadas elecciones del 20D parecen mostrar lo que puede ser el surgimiento de un nuevo votante dual. Lo interesante es que ya no es el PSOE el receptor de este, sino Podemos. El mensaje claro a favor del derecho a decidir y su énfasis en la plurinacionalidad del estado ha desplazado al PSOE como fuerza útil para esos votantes que tienen con identidad regional fuerte, pero que quieren votar por partidos que pueden ganar las elecciones generales. Obviamente, no tendremos posibilidad de comprobar con precisión la hipótesis de la vuelta del voto dual hasta que tengamos encuestas post-electorales. Pero los resultados en Cataluña y País Vasco así lo sugieren.
En Cataluña, la fuerte subida de En Comú Podem en comparación con los resultados de Catalunya sí que es Pot en menos de tres meses contrasta con la fuerte caída de las fuerzas que formaban Junts pel Sí. No solo eso, sino el hecho de que la CUP no se haya presentado a estas elecciones ayuda a que votantes que se decantaron por fuerzas nacionalistas encuentren ahora en En Comú-Podem una fuerza estatal de izquierdas que defiende un referéndum para Cataluña. Paralelamente, el PSC apenas varió su voto total, demostrando que apenas recoge el voto que el nacionalismo pierde en las elecciones generales. Además, la alta movilización de las pasadas autonómicas hace pensar que este contraste no se explica (al menos no solo) por votantes que no votaron el 27S y sí el 20D.
En el País Vasco la dinámica es parecida, aunque es más arriesgado afirmarlo porque las últimas autonómicas fueron en 2012 cuando Podemos aun no existía. No obstante, la comparación con las municipales apuntan en la misma línea. La fuerte caída de Bildu parece corresponderse con la subida de Podemos, reflejando un trasvase de votos de izquierda, probablemente de aquellos votantes de Bildu más ideológicos y menos independentistas.
9. El laberinto de la gobernabilidad
Tras las elecciones, toda la atención está puesta en la aritmética de los acuerdos para formar gobierno. Resulta llamativo que en muy pocos días hayamos pasado de recibir este nuevo tiempo de fragmentación política como una oportunidad para transitar hacia una cultura política de pactos al estilo del norte de Europa, a hablar de la hipótesis de que una España fragmentada a la italiana pero “sin italianos”, se vea abocada a unos nuevos comicios ante la imposibilidad de que se forme un gobierno.
Habrá que esperar. Tanto si el resultado del 20-D termina con una gran coalición o pacto de gobierno entre los dos grandes partidos, como si se produce un pacto entre las fuerzas de izquierda, o si al final la incapacidad de formar gobierno acaba provocando un adelanto electoral, el desenlace no será inmediato. Calma. Mientras tanto, disfruten de estas fiestas.