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¿Qué consecuencias sociales puede tener el procés?

Vivimos tiempos convulsos en la política española y catalana. Los acontecimientos políticos se suceden a tal velocidad que cualquier análisis que se realice tiene el riesgo de quedar obsoleto en cuestión de horas. La mayoría de ciudadanos asiste expectante a este juego de estrategia que han emprendido los gobiernos catalán y español y cuyo resultado es tan incierto. En este contexto parece del todo lógico estar pendiente del corto, a veces cortísimo, plazo y no tanto de cuáles son las consecuencias a más largo plazo de una movilización política como la que se está produciendo en Cataluña. Sin embargo, las consecuencias sociales de un proceso de secesión como este pueden ser muy importantes.

Numerosos estudios desde la ciencia política comparada han analizado procesos recientes de secesión, tales como el de Sudán del Sur, Kosovo, o los intentos secesionistas en Escocia o Quebec. A partir de estos trabajos sabemos que los procesos secesionistas en democracias son habitualmente pacíficos, como es el caso de la movilización a favor de la independencia en Cataluña. Lo que ha sido menos analizado son las consecuencias sociales que la intensa movilización política vinculada a un proceso de secesión puede acarrear. Un estudio internacional reciente muestra precisamente esos efectos sociales en un caso relevante de secesión, el de la República de Sudán del Sur, que proclamó su independencia en 2011. Pues bien, en el citado estudio los investigadores muestran que la participación en los disturbios que tuvieron lugar en la capital de Sudán (Jartum) influyó en el apoyo de los ciudadanos de lo que luego sería Sudán del norte sobre la independencia de lo que luego sería Sudán del sur.

¿Tenemos evidencia de que el proceso independentista catalán esté teniendo consecuencias sociales? En un estudio publicado recientemente intentamos contestar esta pregunta. En concreto, nos preguntamos si el procés puede hacer que personas con distintas identidades (catalana o española) confíen más o menos entre sí. Para responderla, partimos de un estudio anterior, realizado en el año 2012, en el que analizábamos en qué medida los conflictos políticos en Euskadi y Cataluña podían haber dejado un legado de desconfianza en las relaciones entre los ciudadanos vascos y catalanes. Para ello, llevamos a cabo un experimento conductual en el que estudiábamos cuáles eran las dinámicas de confianza y reciprocidad entre ciudadanos vascos y catalanes de diferentes orígenes e identidades.

El experimento consistía en un “juego de confianza” que se jugaba en parejas (jugadores A y B). Ambos jugadores tenían asignados inicialmente 50 euros. El jugador A tenía que decidir cuántos de estos 50 euros enviaba al jugador B. Cualquier cantidad que enviase era entonces multiplicada por dos. El jugador B, finalmente, tenía que decidir cuánto dinero enviaba a A. Así, por ejemplo, si A enviaba 20 euros a B, este recibiría 40, y ahora B tenía que decidir cuánto enviaba a A de sus 50 euros iniciales. De modo que el dinero que A enviase a B mediría el grado de confianza que tendría en B, mientras que el dinero que enviaba B mediría el grado de reciprocidad que B mostraba hacia A. En el estudio, se emparejaba a los participantes teniendo en cuenta el idioma que hablaban. De este modo, podíamos analizar si existía algún patrón de discriminación entre participantes que empleaban idiomas distintos en su vida cotidiana.

Los investigadores sociales siempre soñamos con que los grandes cambios sociales nos pillen haciendo trabajo de campo y eso fue lo que nos ocurrió con el experimento mencionado. Meses después de nuestro experimento, en concreto el 11 de septiembre de 2012, se produjo la importante manifestación en Cataluña que, bajo el eslogan “Cataluña, un nuevo estado de Europa” supuso el pistoletazo de salida para la movilización independentista que ha ocupado el centro de la política catalana en los últimos años. Dado el efecto que tal movilización podía tener sobre la confianza entre catalanes de distintas identidades, decidimos volver a hacer el mismo estudio a principios del año 2015. Y, como muestra el gráfico 1 de más abajo, entre los dos experimentos mucho había cambiado en la sociedad catalana, por ejemplo el apoyo a la independencia y, curiosamente, prácticamente nada había ocurrido en el País Vasco en este sentido.

Los resultados de ambos experimentos muestran un efecto inesperado del procés sobre la confianza entre distintos grupos de personas (definidos por el idioma que hablan en su vida cotidiana) en Cataluña. En el gráfico 2 vemos el nivel de confianza  en el País Vasco (izquierda de cada gráfico) y Cataluña (derecha), en cada uno de los años (2012 en gris claro y 2015 en gris oscuro), dependiendo del idioma habitual del que confía y del depositario de dicha confianza. Así, por ejemplo, el gráfico superior izquierdo muestra la confianza entre los hablantes de castellano en el País Vasco y Cataluña, en los años 2012 y 2015. Por su parte, el gráfico inferior izquierdo muestra la confianza depositada por los hablantes de castellano en los hablantes de catalán (en Cataluña) o Euskera (en el País Vasco) en los dos años considerados.  

¿Qué observamos en los distintos gráficos? Pues en todos los tipos de parejas, excepto uno, la confianza cae entre los años 2012 y 2015. Que la confianza interpersonal caiga entre esos dos años en España no es sorprendente. Entre ambos años se estaba produciendo en España un deterioro de la situación económica (al menos a nivel subjetivo) y política. Sin embargo, la confianza aumenta de forma marcada entre los hablantes de castellano en Cataluña entre los dos años. En concreto, este grupo pasa de ser el que mostraba menor confianza en el año 2012 a situarse en niveles similares al resto en el 2015.

¿Qué podemos concluir de este estudio experimental? Pues parece que la etiqueta “hablante de castellano” tenía connotaciones negativas (al menos en lo relativo a la confianza) para los propios hablantes de castellano antes de la parte más intensa del proceso independentista. Sin embargo, años después de la intensificación del proceso, dicha connotación negativa parece haber dejado de existir y ahora la confianza entre hablantes de castellano en Cataluña está al mismo nivel o por encima de la que se observa en los demás grupos lingüísticos en Cataluña y en el País Vasco. Este hecho constituiría una de las paradojas que genera una movilización política tan intensa como la actual: podría estar aumentando los lazos afectivos de aquéllos que, en principio, no suponen el destinatario privilegiado de la movilización, sino más bien, los posibles damnificados del propio proceso.

Vivimos tiempos convulsos en la política española y catalana. Los acontecimientos políticos se suceden a tal velocidad que cualquier análisis que se realice tiene el riesgo de quedar obsoleto en cuestión de horas. La mayoría de ciudadanos asiste expectante a este juego de estrategia que han emprendido los gobiernos catalán y español y cuyo resultado es tan incierto. En este contexto parece del todo lógico estar pendiente del corto, a veces cortísimo, plazo y no tanto de cuáles son las consecuencias a más largo plazo de una movilización política como la que se está produciendo en Cataluña. Sin embargo, las consecuencias sociales de un proceso de secesión como este pueden ser muy importantes.

Numerosos estudios desde la ciencia política comparada han analizado procesos recientes de secesión, tales como el de Sudán del Sur, Kosovo, o los intentos secesionistas en Escocia o Quebec. A partir de estos trabajos sabemos que los procesos secesionistas en democracias son habitualmente pacíficos, como es el caso de la movilización a favor de la independencia en Cataluña. Lo que ha sido menos analizado son las consecuencias sociales que la intensa movilización política vinculada a un proceso de secesión puede acarrear. Un estudio internacional reciente muestra precisamente esos efectos sociales en un caso relevante de secesión, el de la República de Sudán del Sur, que proclamó su independencia en 2011. Pues bien, en el citado estudio los investigadores muestran que la participación en los disturbios que tuvieron lugar en la capital de Sudán (Jartum) influyó en el apoyo de los ciudadanos de lo que luego sería Sudán del norte sobre la independencia de lo que luego sería Sudán del sur.