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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

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A propósito del descontento político

Urnas de las elecciones generales. EUROPA PRESS
3 de noviembre de 2023 06:00 h

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Los datos son contundentes. Los problemas políticos (“en general”) ocupan, después de los problemas económicos, el segundo puesto en el ranking de preocupaciones ciudadanas, según el último barómetro realizado por el CIS en el mes de octubre. Además, entre los primeros diez puestos de ese ranking, también encontramos: “el mal comportamiento de los políticos” (4º), el “gobierno y partidos o políticos concretos” (7º) y la “falta de acuerdos, unidad y capacidad de colaboración política” (9º). Si bien, por votantes, existen diferencias significativas en cuanto al grado de preocupación que sienten por cada cuestión política concreta, hay que tener en cuenta que, en todos los electorados, es compartida la valoración de que en España existen problemas de índole política.

Cómo explicar el descontento político hoy

Se podría argumentar que las muestras de descontento político están ligadas y se pueden explicar por el contexto de los últimos tres meses. Un contexto marcado por las dificultades de los partidos políticos para gestionar los resultados de las pasadas elecciones generales del 23 de julio y, por ende, para poder formar gobierno. A esto se ha sumado, desde el principio, una suerte de guion institucional acordado que, en la práctica, ha supuesto un largo y tedioso proceso para formar gobierno.

Primero había que asistir, como primera parte o etapa, a una investidura fallida del candidato (Alberto Núñez Feijóo) del partido más votado (PP), mientras, al mismo tiempo, comenzaba a ponerse en marcha (en un segundo plano) la segunda parte del guion. Segunda parte que se iniciaba con un proceso de complejas negociaciones del PSOE con seis partidos, entre los que, desde el principio, Junts tenía el papel protagonista, y en el que la concesión de una amnistía era el asunto estrella y objeto de protestas en la calle organizadas o apoyadas por el PP y Vox.

Se preveía que esa segunda parte del guion terminara, como parece que va a ocurrir en los próximos días, en una exitosa investidura de Pedro Sánchez, como paso necesario para encabezar un gobierno en minoría de coalición entre el PSOE y Sumar. Pero también se contemplaba la posibilidad de que eso no ocurriera y hubiera que poner en marcha la última parte del guion que implicaba la convocatoria de nuevas elecciones generales, el 14 de enero. Inicialmente el escenario de una repetición electoral no parecía descabellado a la luz de lo que sucedió tras las elecciones generales de diciembre de 2015 y de abril de 2019.

Evidentemente ni las etapas previstas de este guion para formar gobierno, ni su desarrollo, se vislumbraban como elementos que fueran a contribuir a incrementar el nivel de satisfacción política de la ciudadanía. Es más, teniendo en cuenta únicamente la dimensión de la eficacia, lo esperable era que este proceso produjera una mayor insatisfacción entre la ciudadanía. Algo que, según los datos del CIS, ha ocurrido, pues si en el mes de julio un 22% de los encuestados sentía preocupación por los problemas políticos, ese porcentaje en octubre se eleva al 31%.

Tampoco parece que, una vez concluya el proceso de formación de un nuevo gobierno, vaya a aumentar la satisfacción política de la ciudadanía, dado el alto nivel de crispación, confrontación partidista y polarización ideológica que marca, actualmente, la vida política española.

Un fenómeno que no es nuevo

En todo caso, más allá de la coyuntura, sabemos que el descontento político no es un fenómeno nuevo en España. Con el estallido de la crisis financiera de 2008, se produjo un punto de inflexión en la política española, así como en las tendencias que apuntaban, desde el inicio de la democracia, a unos altos niveles de desafección hacia la política entre la ciudadanía. La combinación de un contexto de fuerte crisis económica con la percepción social mayoritaria de una gestión política inadecuada e injusta de ésta, así como de un goteo incesante de casos de corrupción y de falta de ejemplaridad de las élites, derivó en una crisis de representación. Una crisis que se puso de manifiesto en la expresión, colectiva y al margen de los partidos, de un profundo malestar de la sociedad con el funcionamiento de la democracia, así como en una demanda de cambios en el sistema político.

Entre 2011 y 2014 el foco de atención política y mediática estuvo puesto en el descontento ciudadano y en el debate sobre la necesidad de regeneración democrática. Finalmente, las demandas sociales de cambio no se canalizaron a través de reformas políticas ni constitucionales, sino a través de la irrupción de nuevas formaciones que comenzaron a obtener representación parlamentaria a nivel nacional a partir de 2015.

Ocho años después y con una oferta política más amplia entre la que los electores pueden elegir, ningún líder de ámbito nacional consigue el aprobado de los ciudadanos. Asimismo, las principales instituciones siguen generando un elevado nivel de desconfianza entre la ciudadanía. O, al menos, era así en otoño (octubre-noviembre) de 2022, según los últimos datos del CIS disponibles, que reflejaba que de un listado de seis instituciones y organizaciones políticas (Justicia, Parlamento español, medios de comunicación, gobierno de España, partidos políticos y sindicatos), ninguna conseguía el aprobado de los ciudadanos. Otra cuestión es la confianza que genera la ensalzada Constitución española de 1978 (con una nota media de 6,4 en una escala de 1 a 10). Curiosamente el texto constitucional también se incluyó en ese listado de organizaciones e instituciones por las que preguntó el CIS hace un año y del que, sin embargo, se excluyó a otras instituciones como la monarquía (sobre la que, por cierto, el organismo público no pregunta desde abril de 2015).

¿Por qué el descontento político no forma parte del debate público?

El malestar político ha dejado de ser objeto de atención pública. Y la pregunta que cabe hacerse es por qué. Entre las posibles razones que pueden explicarlo están las siguientes:

  1.  A menor cantidad y periodicidad de los datos demoscópicos sobre el descontento político proporcionados por el Centro de Investigaciones Sociológicas, menor atención y “material” para alimentar el debate público. El CIS es el principal organismo nacional de encuestas sociopolíticas. Los resultados de sus estudios tienen repercusión mediática, no sólo en forma de cobertura de noticias, sino como material de base que sirve para generar debates sociales. Uno de los recursos más valiosos de esta institución son sus series históricas de preguntas (aquéllas que han incluido a lo largo de los años en sus cuestionaros). Paradójicamente, en los últimos años, el CIS ha interrumpido series de indicadores políticos. Entre ellas, es muy destacable la ausencia en los barómetros mensuales del CIS de la pregunta sobre la valoración que tienen los ciudadanos de la situación política. La última vez que fue incluida esta pregunta en un barómetro fue en marzo de 2020. Respecto a la satisfacción de los ciudadanos con el funcionamiento de la democracia no es posible encontrar datos en el CIS más allá de mayo de 2019. De la misma manera encontramos que la última vez que el CIS publicó un estudio demoscópico monográfico sobre la calidad de la democracia fue en 2009.
  2. En los últimos años se ha acrecentado el interés mediático por los sondeos electorales y los indicadores de voto de modo que la atención en otros indicadores demoscópicos ha quedado relegada a un segundo plano. Desde 2015, con el incremento del multipartidismo a nivel nacional, regional y local, han sido más frecuentes las repeticiones electorales y los finales anticipados de legislaturas. Los ciclos electorales se han acelerado e intensificado. Esto ha hecho que la realización y publicación de sondeos electorales haya aumentado. Algo a lo que también ha contribuido el CIS en los últimos años, con la publicación mensual (y no trimestral) de sus estimaciones de voto en los barómetros y con la realización de un mayor número de encuestas preelectorales. Frente a indicadores relacionados con las actitudes políticas generales de la ciudadanía, ha prevalecido el interés por los indicadores de voto y los pronósticos electorales. 
  3. A fuerza de haberse convertido en un problema crónico, el descontento político ha sido normalizado. Cuando algo se convierte en habitual, deja de llamar la atención y pasa a normalizarse. Desde hace más de una década nos hemos acostumbrado a que asuntos relacionados con la política y los políticos formen parte de las principales preocupaciones ciudadanas.
  4.  El foco de atención sobre el descontento político ha sido desplazado por otros debates como el de la polarización o la política de bloques y de bloqueo. Con la irrupción de nuevos partidos en los últimos años y la transición de un sistema bipartidista a otro multipartidista han surgido nuevos fenómenos que suscitan un gran interés en el debate público. Frente a nuevos temas para analizar y comentar, el descontento político ha perdido brillo.
  5.  Los nuevos partidos ya no tienen (tanto) interés en que se ponga el foco de atención en el descontento político de los ciudadanos. La ola del malestar que recorrió España entre 2011 y 2014 propulsó a los nuevos partidos en su camino de entrar en las Cortes Generales. Pero una vez dentro, y a medida que pasan los años y los nuevos partidos ocupan puestos de responsabilidad gubernamental, ya no tienen tanto interés en poner el acento en el debate sobre la insatisfacción de los ciudadanos con la política y los políticos.

El peligro de minusvalorarlo

Menos datos del CIS sobre valoración y satisfacción política. Menor interés público. Cronificación y normalización. Todos estos factores han contribuido a que el descontento político no esté hoy de moda en el debate público, más allá de algunos asuntos, como la concesión de la amnistía a los dirigentes independentistas catalanes, que son agitados en la calle por algunos partidos. Ya no es noticia la escasa confianza que tienen los ciudadanos en las instituciones, ni el suspenso que reciben los líderes políticos. Y poco parece importar si los ciudadanos (ahora) están poco o muy satisfechos con el funcionamiento de la democracia.

Desde 2015 la fórmula (no escrita) que se ha impuesto para gestionar el descontento político ha sido ofrecer a los ciudadanos una mayor oferta entre la que elegir, con la creación de nuevas marcas electorales que van apareciendo y desapareciendo. Sin embargo, esa fórmula tiene sus limitaciones, habida cuenta de que la política y los políticos siguen siendo percibidos por los ciudadanos como uno de los principales problemas que tiene España.

El malestar político sigue latente y es posible que haya mutado de naturaleza. Puede que, en la actualidad, no esté tan relacionado con la dimensión de la representación como con la de la eficacia (problemas de gobernabilidad, bloqueo político e institucional, aumento de la crispación, falta de consenso para hacer reformas políticas, etcétera). Lejos de obviar o silenciar este problema, lo más conveniente sería no perderlo de vista, para saber cuál es su magnitud, su evolución, sus causas y consecuencias en cada momento. No se puede dar por hecho que el descontento derive en la ciudadanía en (inocuos) sentimientos de desapego y cinismo político. Hace no tantos años, con la irrupción del Movimiento 15M en 2011, comprobamos que, en determinadas circunstancias, se crean burbujas de insatisfacción política que terminan por explotar.

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