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El dilema de Esquerra

El pasado martes, el president de la Generalitat anunciaba la imposibilidad de llevar a cabo la consulta del 9N en los términos pactados por los partidos favorables a dicha consulta. En esa misma comparecencia de prensa, decía también que la verdadera consulta tendría que ser en unas elecciones (las famosas “plebiscitarias”) en las que las candidaturas favorables a la independencia fueran en una lista conjunta y con único punto en su programa.

La cuestión ahora es si Esquerra, el principal partido independentista (es el partido que obtuvo más votos en las últimas elecciones celebradas en Cataluña, y el primero en los sondeos en caso de haber elecciones al Parlament), aceptará la propuesta de Mas o se enfrentará abiertamente a él. Romper con Mas es atractivo para Esquerra porque le permitiría presentarse como el único valedor fiable de la estrategia rupturista con el Estado español. Esquerra, favorecida por el constante flujo de votantes convergentes iniciado antes de las últimas elecciones al Parlament, se convertiría muy probablemente en el partido hegemónico del soberanismo y en el primer partido de Cataluña. Pero romper el bloque soberanista tiene también costes. Sin Convergència (por motivos obvios, excluyo a Unió de toda esta discusión), lograr una mayoría social para alcanzar un objetivo tan exigente como la independencia se antoja casi imposible. Consolidar su posición de partido hegemónico o mantener la unidad del bloque independentista. Este es el dilema de Esquerra.

Se podría pensar que, si el objetivo es conseguir la independencia, dado que la unidad del bloque soberanista es condición necesaria (aunque no suficiente) para ello, Esquerra no tendrá más remedio que acceder a cualquier petición que le haga Mas, por muy indeseable que esta petición sea. Esta era de hecho mi percepción inicial de los acontecimientos del martes: Mas había salvado otro punto de set al arrastrar a Esquerra a aceptar cosas que no querían: la sustitución de una consulta por una pseudoconsulta, y la configuración de una lista conjunta entre las dos formaciones de cara a unas futuras elecciones. Sí, son cosas desagradables para Esquerra, pero ¿tienen alternativa a tragar con ellas? Si el proceso soberanista requiere de unidad entre Convergència y Esquerra, Junqueras no puede hacer otra cosa que aceptar todo lo que le pida Artur Mas.

En la tarde del mismo martes comparecía Oriol Junqueras, y había varios elementos en sus declaraciones que parecían validar esta interpretación: a Junqueras le daba “pena” y “lástima” la decisión de Mas, pedía que éste rectificara, pero en última instancia reconocía que apoyaría al gobierno “como siempre”. Sin embargo, también dijo también otras cosas un poco diferentes. Dijo que no veía la necesidad de una lista unitaria en caso de elecciones plebiscitarias, y a la pregunta de un periodista, dio una sutil bofetada a Mas reconociendo que era razonable que la gente dudara de los futuros compromisos del Govern si éste era incapaz de mantener la consulta en los términos en los que estaba pactada. Parecería por tanto que Esquerra no está cerrando ninguna de las posibilidades que el dilema le ofrece: se debate entre arrogarse el papel de único defensor fiable del independentismo o mantener la unidad de acción con Convergència.

Quizá donde con mayor crudeza se pueda apreciar la tensión que a Esquerra le genera este dilema es en la decisión de formar o no una lista conjunta con Convergència en unas próximas elecciones. Por eso creo que es útil analizar con algo de detalle esta decisión, que creo que ilustra bastante bien su “dilema”.

Partamos de dos supuestos que creo que son poco discutibles: el primero es que una lista unitaria en unas eventuales elecciones plebiscitarias hace algo más probable la consecución de los fines soberanistas que la presentación de varias candidaturas. Esto es así por dos motivos: primero, porque el sistema electoral premia la concentración del voto, y más en un contexto como en el actual en el que una lista soberanista unitaria competiría con una oposición enormemente fragmentada en media docena de candidaturas con posibilidades de obtener representación. En segundo lugar, porque aunque no existen reglas claras en torno a cuál sería el resultado necesario para legitimar internacionalmente una declaración unilateral de independencia, sí parece claro que un porcentaje altísimo de votos obtenido por una única candidatura sería más legitimador que si ese mismo porcentaje es la suma de votos obtenidos por varias candidaturas en unas elecciones que, formalmente, serían unas elecciones autonómicas y serían interpretadas como tales por las fuerzas políticas en la oposición.

El segundo supuesto (creo que también poco discutible) es que, en el contexto actual de incremento de la polarización, la competición entre Convergència y Esquerra beneficia con claridad a este último, con lo que la consolidación de Esquerra en el campo soberanista se vería facilitada si los partidos de este bloque compitieran por separado.

Con estos dos supuestos en mente, Esquerra tiene que elegir entre formar una lista unitaria con Convergència (lo cual aumenta “algo” las probabilidades de la independencia), o no hacerlo (lo cual le otorga una ganancia en términos de hegemonía electoral).

Un poco de álgebra, no se me asusten: Si llamamos I a los beneficios que le otorga a Esquerra conseguir la independencia, P a la probabilidad de conseguirlo en caso de unidad del bloque soberanista, Q a la reducción de esa probabilidad si se rompe esa unidad, y H a los beneficios que le reportaría ser partido hegemónico, Esquerra preferirá formar parte una lista unitaria siempre que P(I) > (P-Q)*(I)+H. Podemos simplificar esa expresión y decir que las listas conjuntas serán más atractivas para Esquerra que ir por separado siempre que Q>H/I.

¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, si ir por separado no reduce en absoluto la probabilidad de obtener la independencia (si Q es 0), Esquerra siempre evitará la lista conjunta (H/I siempre será positivo). Si Q es 1 (es decir, el caso extremo en el que la lista conjunta garantizara en un 100% la independencia, y la lista por separado garantizara en un 100% el fracaso), entonces Esquerra elegirá ir por separado sólo si valora más la hegemonía que la independencia. Estos dos resultados son triviales, pero más interesantes son los casos intermedios. El gráfico muestra cuál debería ser la decisión de Esquerra en función del cambio en la probabilidad de obtener la independencia como consecuencia de la existencia o no de una lista unitaria (Q, en el eje horizontal) y de lo que Esquerra valora la independencia frente a la hegemonía electoral (cuántas veces más valioso es para Esquerra obtener la independencia que la hegemonía, en el eje vertical).

Se puede ver que sólo si la independencia es varias veces más importante que la hegemonía para Esquerra y/o el efecto de ir en listas conjuntas es muy decisivo para la independencia, Esquerra elegirá ir en listas conjuntas. Pueden hacer el ejercicio de pensar cuánto creen que Esquerra valora la independencia respecto a la hegemonía electoral, cuánto de útiles son las listas conjuntas para la independencia, y mirando el gráfico verán qué es lo que cabe esperar que hagan sus líderes: si caen en la zona blanca, ir en solitario; si caen en la zona sombreada, formar una lista conjunta. Valórenlo ustedes mismos, pero mi impresión general es que, una vez que se reconoce que la unidad de acción con Convergència no garantiza nada al 100% y “sólo” aumenta la probabilidad de éxito de la independencia, romper con Mas no es una decisión tan irracional para Esquerra como yo pensaba en un primer momento.

Una advertencia final: esto es sólo un ejercicio pensado para intentar entender las decisiones a las que se enfrentan los políticos. En absoluto son predicciones sobre lo que los políticos harán y, mucho menos aún, recomendaciones sobre lo que deberían hacer. Cuando lo que hacen los políticos no encaja en nuestros “modelos”, los politólogos con demasiada frecuencias tendemos a culparles a ellos, llamándoles desinformados, tontos o irracionales. En realidad, cuando eso sucede el problema no es del político, sino con casi total seguridad nuestro, que hemos representado la realidad mal o nos hemos dejado cosas importantes en el tintero. Así que cuando los hechos demuestren que este ejercicio de simplificación es totalmente inútil para entender lo que hace Junqueras, no vayan detrás de él llamándole “irracional”. En todo caso, llámenmelo a mí.

El pasado martes, el president de la Generalitat anunciaba la imposibilidad de llevar a cabo la consulta del 9N en los términos pactados por los partidos favorables a dicha consulta. En esa misma comparecencia de prensa, decía también que la verdadera consulta tendría que ser en unas elecciones (las famosas “plebiscitarias”) en las que las candidaturas favorables a la independencia fueran en una lista conjunta y con único punto en su programa.

La cuestión ahora es si Esquerra, el principal partido independentista (es el partido que obtuvo más votos en las últimas elecciones celebradas en Cataluña, y el primero en los sondeos en caso de haber elecciones al Parlament), aceptará la propuesta de Mas o se enfrentará abiertamente a él. Romper con Mas es atractivo para Esquerra porque le permitiría presentarse como el único valedor fiable de la estrategia rupturista con el Estado español. Esquerra, favorecida por el constante flujo de votantes convergentes iniciado antes de las últimas elecciones al Parlament, se convertiría muy probablemente en el partido hegemónico del soberanismo y en el primer partido de Cataluña. Pero romper el bloque soberanista tiene también costes. Sin Convergència (por motivos obvios, excluyo a Unió de toda esta discusión), lograr una mayoría social para alcanzar un objetivo tan exigente como la independencia se antoja casi imposible. Consolidar su posición de partido hegemónico o mantener la unidad del bloque independentista. Este es el dilema de Esquerra.