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28A, movilización y jóvenes

Todas las elecciones son especiales. Pero cada una lo es a su manera. Las próximas elecciones generales parecen combinar, desde el punto de vista de la oferta electoral, tres “ingredientes” singulares. Primeramente, se presentan como unos comicios de elevada fragmentación política, con cinco candidaturas (PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos y VOX) competitivas de ámbito nacional en liza. A lo que hay que sumar también el hecho de que, por primera vez en la democracia, una de esas candidaturas es de extrema derecha, y no sólo tiene posibilidades de conseguir representación en el Congreso, sino también de condicionar e incluso de formar parte del próximo gobierno que salga de las urnas.

En segundo lugar, pese a la fragmentación, existe una fuerte polarización política, tanto en el eje ideológico (izquierda-derecha), como identitario (nacionalismo español versus nacionalismo catalán), por lo que el elector más que elegir entre partidos, parece obligado a optar entre bloques (ya sea, y según quién lo plantee, entre progresistas-reaccionarios; dialogantes-intolerantes; moderados-exaltados; constitucionalistas-anticonstitucionalistas; españolistas-antiespañolistas). Por último, son unos comicios marcados por un nivel tan elevado de confrontación y crispación política, que el 28A parece tratarse de la primera vuelta de un “derbi” en el que dos bloques de partidos medirán sus fuerzas y ajustarán cuentas para volver a hacerlo, posteriormente, en una segunda vuelta, el 26 de mayo. Y no de una cita electoral en la que lo que está en juego, es el apoyo que consigan las formaciones políticas para llevar a cabo un programa de gobierno.

Si fijamos la atención en el electorado, la singularidad de estos comicios está ligada al (récord de) descontento que éstos sienten hacia la política, los partidos y los políticos, percibidos, actualmente, como el segundo problema que tiene España, así como al comportamiento volátil a la hora de decidir qué votar en un entorno político en permanente, repentino, profundo e impredecible cambio. Además, después de cinco años de “convivir” con el nuevo multipartidismo, la mentalidad de los ciudadanos de buscar, comparar y votar a la opción que les parece mejor en cada momento, frente a las viejas lealtades (bi)partidistas, ha podido cristalizar sin que, por otra parte, ello conlleve, por sí mismo, un aumento de la satisfacción política.

Cómo afectará la polarización y el clima de tensión política a la movilización se revela como la cuestión clave de estos comicios. Ante un pulso electoral muy ajustado y de máxima división -incrementada ésta, y aún más visible, tras el reciente veto impuesto por Ciudadanos a un futuro pacto de gobierno con el PSOE- los resultados parecen depender de la participación electoral. O, lo que es lo mismo, de la capacidad que tengan los partidos para activar el voto, en un contexto social de elevado malestar político, apelando a la necesidad de sumar apoyos, frente al peligro de que los “otros” acaben gobernando. Particularmente, para lograr los votos de aquéllos que pueden sentir menor identificación ideológica y partidista, y que, ante la movilización de los convencidos de uno y otro bloque, pueden terminar por decantar los resultados hacia un lado u otro.  En este sentido, las fuerzas podrían compartir el eslogan “si no acudes a las urnas y me votas, ellos ganan” (y si ellos ganan, un proyecto antagónico al tuyo se impondrá).

De este modo, el llamamiento a la movilización (frente a los “otros”) podría ser el mensaje principal de la campaña de todas las fuerzas políticas. A principios de febrero, cuando fue realizado el último barómetro publicado por el CIS y aún no se sabía que las elecciones se celebrarían el 28 de abril, un 10,3% de los electores se inclinaba por no ir a votar en caso de que, en ese momento, se celebraran elecciones generales y otro 15% se mostraba indeciso sobre qué hacer. Tras la movilización, la fidelización de votantes potenciales será el objetivo prioritario de los partidos con el fin evitar la fuga de éstos hacia otras opciones, sobre todo, pero no sólo, hacia las que se sitúan en el mismo bloque ideológico.

En todo caso, los partidos no podrán dar por asegurada ni la movilización, ni la fidelización de sus votantes, hasta que no llegue la hora de contar las papeletas la noche de las elecciones. Más que nunca, recabar el apoyo de todos los votantes (posibles) va a ser decisivo para los partidos. Desde ese planteamiento, las fuerzas políticas no podrán desdeñar a los jóvenes, por mucho que su peso sea decreciente en el conjunto del electorado, debido al envejecimiento de la población, y que, cualitativamente, se trate de un segmento electoral más abstencionista.

Cerca de 1,6 millones de jóvenes residentes en España pudieron ejercer su derecho al voto en las elecciones generales de diciembre de 2015 por haber cumplido 18 años desde las elecciones generales de 2011. Otros 200.000 jóvenes se incorporaron como nuevos votantes en las elecciones generales de junio de 2016. A falta de que el INE publique la cifra del número de nuevos electores que podrán votar el próximo 28 de abril, encontramos que, siguiendo los datos del censo de población, aproximadamente 1,3 millones de jóvenes habrían alcanzado la mayoría de edad desde los comicios generales de 2016. En total, el “caladero” de electores que tienen entre 18 y 24 años es de cerca de 3 millones de personas. Una cifra que los partidos tendrán muy en cuenta, aunque estos votantes representen sólo el 8% del electorado.

Hace ocho años, cuando se produjo la eclosión del 15-M, las miradas se centraron en los jóvenes, como los principales protagonistas de ese movimiento social. Desafiando el estereotipo de una juventud poca interesada en la política, muchos salieron a la calle para expresar su malestar bajo el lema “no nos representan”. Tres años después, la atención pasaba de las calles a las urnas para comprobar cómo emergía una brecha generacional en el voto, con una mayor preferencia del electorado joven por los (entonces) llamados partidos emergentes (Podemos y Ciudadanos), frente a los dos grandes partidos que aglutinaban el apoyo del electorado mayor de 40 años.

En las últimas elecciones generales de junio de 2016, de acuerdo con la encuesta postelectoral del CIS, el partido más votado entre los que, entonces, tenían de 18 a 24 años fue Podemos. Pero, tres años después, la formación morada, se presenta a los próximos comicios generales inmersa en una profunda crisis interna. Otra nueva fuerza emergente ha surgido, VOX, haciendo que del cuadripartidismo de los últimos cinco años, hayamos pasado a hablar del pentapartidismo. Ahora, además, es esta formación -ubicada, a ojos de los ciudadanos y según los datos de febrero del CIS, en el extremo derecho de la escala ideológica, con una media de 9,2 sobre 10, donde 1 es el punto situado más a la izquierda y 10, el más a la derecha), la que está en mejores condiciones, por ser la última en llegar y por su discurso populista, para capitalizar el malestar político y el voto antiestablishment.

El cabeza de lista del PP en los próximos comicios generales no será Mariano Rajoy, sino Pablo Casado como el representante de una nueva generación de políticos de ese partido. En el PSOE, Pedro Sánchez repetirá como candidato, pero desde la posición de haber ostentado el cargo de Presidente del gobierno durante ocho meses y medio. También Albert Rivera repetirá como candidato de Ciudadanos, pero con un perfil muy diferente al de hace tres años, alejado del papel de árbitro y posicionado claramente como “jugador”, a la derecha del tablero. 

A seis semanas del inicio de la campaña electoral (propiamente dicha) y de que los partidos se lancen de lleno, y en plena Semana Santa, a convencer a los ciudadanos de que les voten, cabe plantearse cómo se posicionan políticamente los (nuevos) jóvenes, cuáles son sus preferencias electorales, qué temas les preocupan o en qué se diferencian del resto de votantes. A partir del análisis de los dos últimos barómetros del CIS, realizados en enero y febrero, se pueden obtener las siguientes conclusiones:

  • Los jóvenes son los electores más predispuestos a abstenerse. Pero en febrero estaban más movilizados, al igual que el conjunto del electorado, que en enero. Un 12% de los votantes de entre 18 y 24 años respondía a principios de febrero con un “no votaría” en el supuesto de que se celebraran elecciones generales, mientras ese porcentaje se elevaba al 15,3% en enero.
  • Los que se muestran más indecisos (casi un 1 de cada 5), y tienen mayor intención de decidir su voto cuando se acerque la cita electoral, son los jóvenes. Casi un 60% de los electores de 65 y más años, y el 47,2% del conjunto del electorado, declaraban en enero tener decidido su voto de cara a las elecciones generales. Por el contrario, menos de un tercio de los jóvenes de 18 a 24 años decía lo mismo, frente a un 40% que pensaba decidir su voto cuando se acercara la cita con las urnas.
  •  En intención directa de voto, el partido que, con los datos de febrero, logra más apoyo potencial de los jóvenes es el PSOE. Después, empatados en porcentaje de voto, encontramos a Ciudadanos y Unidos Podemos. En el siguiente puesto, se sitúa el PP, seguido del partido animalista PACMA y de VOX. Por otra parte, mientras el PSOE, Ciudadanos y el PP consiguen menos apoyos potenciales entre los jóvenes, que en el conjunto del electorado, en el caso de Unidos Podemos, PACMA y VOX es al revés. Si sumamos los apoyos potenciales del PP, Ciuadanos y VOX (23,6%), frente a la suma del PSOE y Unidos Podemos (27,5%), encontramos que entre los jóvenes, el bloque de la izquierda  se impone, al menos por ahora, al de la derecha. 
  • Entre enero y febrero, Ciudadanos ha sufrido una importante caída en el electorado joven. Por un lado, en febrero, la formación naranja ha perdido la primera posición como partido al que apoyarían más los jóvenes en unas elecciones generales, para cederle el puesto al PSOE. Y, por otro, es la única fuerza política que ve reducidos sus apoyos en este segmento de edad, mientras el resto de fuerzas crece. Especialmente significativo es el avance de VOX. La formación ultraderechista liderada por Santiago Abascal parece estar teniendo cierto éxito a la hora de persuadir al público joven, ya que, aunque cuantitativamente no sean muy elevados, han doblado sus apoyos, en intención de voto, entre los que tienen 18 y 24 años. Asimismo, VOX logra más apoyo potencial entre los electores más jóvenes (4,7%), que entre los de mayor edad (65 y más años: 1,9% de voto).
  • A los jóvenes les preocupa en mayor medida que al conjunto del electorado, las cuestiones relacionadas con la educación (mencionada, en febrero, por el 16,3% de ellos como un problema que existe en España, frente al 8,5% que señalan todos los electores), la calidad en el empleo (12,1%, frente a 9,1%), los problemas de índole social (12,4% frente a 9,6%) y económica (26,2% frente a 22,3%). Por el contrario, les preocupan menos temas como la inmigración y la independencia de Cataluña. Si bien, los jóvenes comparten con el conjunto del electorado, la percepción de que el paro y los partidos, la clase política y la política son los dos principales problemas que tiene España.
  •  Siguiendo los datos del CIS de enero, encontramos que las principales etiquetas políticas con las que se identifican o definen los jóvenes son: liberal (15,8%), feminista (14,4%) y apolítico (13,5%). En comparación con otros países europeos en los que los jóvenes abanderan la lucha contra el cambio climático, en España tan sólo un 5,4% de los que tienen entre 18 y 24 años se definen como ecologistas. En cualquier caso, se trata de un porcentaje que es ligeramente superior que en el conjunto del electorado español, donde un 4% escoge la etiqueta de ecologista para definirse políticamente. Por otra parte, hay otras diferencias significativas, pues en el conjunto del electorado, las etiquetas que ocupan los dos primeros puestos del ranking son las de socialista (13%) y conservador (12,3%).
  •  Al igual que en el conjunto del electorado, Pedro Sánchez es el líder mejor valorado por los jóvenes. En cambio, en este segmento de edad, el líder que obtiene peor nota no es Pablo Iglesias, sino Pablo Casado.
  • Más de un tercio de los jóvenes de entre 18 y 24 años no se siente cercano a ningún partido. Siguiendo los datos de febrero del CIS, son los electores que, en menor proporción, perciben que existe un partido próximo a sus ideas. Y entre los que consideran más cercanos, se sitúa el PSOE (16,7%), seguido por Ciudadanos (10,7%).
  •  El porcentaje de votantes que, de acuerdo con los datos de enero del CIS, considera que la situación de Cataluña influirá poco o nada en su voto en las elecciones generales es más elevado entre los jóvenes (55,4%), que en el conjunto del electorado (51,1%). Son, además, el grupo menos partidario (14,4%) de aplicar una política de mano dura para resolver el conflicto catalán. Hay que tener en cuenta, también, que los jóvenes de 18 a 24 años son los más favorables (49,8% en febrero) a mantener el modelo de Estado autonómico, tal y como está diseñado en la actualidad, y, por el contrario, los menos entusiastas (7,7%) de implantar un Estado centralizado, con un único gobierno central.

Está por ver qué efecto tendrá la campaña electoral en los jóvenes; lo eficaces que resultarán las estrategias de los partidos para segmentar o no sus mensajes en función del electorado; qué bloque y qué partidos lograrán imponer su agenda temática de campaña, con cuestiones identitarias frente a sociales, o al revés; cómo repercutirá, en la movilización, el nivel de tensión política que se alcance en los días previos a las elecciones; cómo las expectativas preelectorales, y los aciertos y/o errores que puedan cometer los líderes políticos durante la campaña, jugarán a favor o en contra de los partidos.

Todo influirá en unos votantes, cada vez más volátiles; y acostumbrados, como estamos, a los giros políticos vertiginosos, no se pueden descartar sorpresas. Más aún cuando quedan 55 días, y muchos actos electorales, por delante.

Todas las elecciones son especiales. Pero cada una lo es a su manera. Las próximas elecciones generales parecen combinar, desde el punto de vista de la oferta electoral, tres “ingredientes” singulares. Primeramente, se presentan como unos comicios de elevada fragmentación política, con cinco candidaturas (PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos y VOX) competitivas de ámbito nacional en liza. A lo que hay que sumar también el hecho de que, por primera vez en la democracia, una de esas candidaturas es de extrema derecha, y no sólo tiene posibilidades de conseguir representación en el Congreso, sino también de condicionar e incluso de formar parte del próximo gobierno que salga de las urnas.

En segundo lugar, pese a la fragmentación, existe una fuerte polarización política, tanto en el eje ideológico (izquierda-derecha), como identitario (nacionalismo español versus nacionalismo catalán), por lo que el elector más que elegir entre partidos, parece obligado a optar entre bloques (ya sea, y según quién lo plantee, entre progresistas-reaccionarios; dialogantes-intolerantes; moderados-exaltados; constitucionalistas-anticonstitucionalistas; españolistas-antiespañolistas). Por último, son unos comicios marcados por un nivel tan elevado de confrontación y crispación política, que el 28A parece tratarse de la primera vuelta de un “derbi” en el que dos bloques de partidos medirán sus fuerzas y ajustarán cuentas para volver a hacerlo, posteriormente, en una segunda vuelta, el 26 de mayo. Y no de una cita electoral en la que lo que está en juego, es el apoyo que consigan las formaciones políticas para llevar a cabo un programa de gobierno.