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OPINIÓN | 'La generación que vendió el mundo', por Enric González

Cómo enferman las democracias

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Nadie puede asegurar que la democracia está muriendo en el mundo, a manos de una creciente ola autoritaria, pero nadie puede dudar que está enferma. Los optimistas afirman que, si adoptamos una perspectiva histórica lo suficientemente amplia, el retroceso, leve o pronunciado, de las libertades democráticas que han experimentado muchos países – de la India a EEUU, pasando por Turquía y el Este de Europa – es un simple paréntesis. Y que, tarde o temprano, volveremos a la inexorable senda histórica hacia mayores cotas de democracia. A fines del siglo XVIII sólo había una democracia en el mundo, EEUU, y, además, distaba de mucho de los estándares actuales, en términos de respeto a los más básicos derechos individuales. Ahora, hay 91 democracias en todo el planeta, frente a 88 autocracias. En este sentido, parece que somos una ligera mayoría.

Pero los pesimistas disponen también de un arsenal de argumentos, resumidos brillantemente en el último informe del estado de la democracia en el mundo del V-DEM Institute. Como mínimo, parece que el siglo XXI no le está sentando muy bien a la democracia. Mientras hace 20 años había un total de 35 países democratizándose y 18 “autocratizándose”, ahora se han invertido los términos: tenemos 42 naciones en proceso de autocratización y tan solo 11 en vías de democratización. El porcentaje de la población mundial viviendo en dictaduras era del 50% en 2003 mientras que en la actualidad es del 71%. Más preocupante todavía, menos de una de cada diez personas del planeta residía, a principios de este siglo, en un país donde se estaban recortando las libertades democráticas. Ahora, es una de cada tres. Un tercio de la población mundial, en estos mismos momentos, está sufriendo una regresión de la democracia en su propio país. Así, el nivel de democracia que experimenta un ciudadano medio del mundo ha caído al nivel de 1985.

La cuestión es qué contamos como democracia. Si, como muchos investigadores, pensamos que es como estar embarazada (o lo estás o no lo estás), un gran número de países caerían en la categoría de democracia porque, por ejemplo, tienen elecciones recurrentes. Si, como hace el informe del V-DEM Institute, u otros similares como The Economist Intelligence Unit, hacemos una gradación más sutil, nos encontramos con un mapa del mundo lleno de grises. O, como podemos ver en el gráfico 1, con distintas tonalidades de rojo (autocracias) y azul (democracias).

 

En particular, el índice de Democracia Liberal del V-Dem Institute captura tanto los aspectos electorales (¿Hay elecciones libres y competitivas en el país?) como los liberales (¿Se respetan los derechos civiles y políticos de la ciudadanía?). El índice recoge los elementos que Robert Dahl introdujo en su famosa articulación de “poliarquía”, como la calidad de las elecciones, los derechos individuales, así como las libertades de expresión, prensa y asociación. El índice también mide otros aspectos centrales del liberalismo políticos, como los controles y equilibrios del ejecutivo, el respeto a las libertades civiles, el cumplimiento del estado de derecho y la independencia del legislativo y del poder judicial.

En general, vemos un mundo dominado por el rojo, con la excepción de Europa (occidental) y América. Los países más grandes y más poblados suelen ser autocracias, con algunas notables anomalías como EEUU y Brasil, aunque en ambos casos hubo ligeros (o sonados) recortes de las libertades democráticas bajo las presidencias de Trump y Bolsonaro, respectivamente.

El gráfico 2 profundiza más en esta triste estadística. En 1973, el porcentaje de la población mundial que vivía en una democracia liberal era el 17%. El pico de ciudadanía global disfrutando de regímenes plenamente democráticos se alcanzó a principios de los años 90, con un 18%. Pero, desde entonces, se ha producido una lenta, pero irrefrenable, recesión y ahora sólo representamos un 13% de la población mundial aquellos que podemos disfrutar de un sistema de gobierno elegido libremente en las urnas y que respeta nuestros derechos esenciales. Casi nueve de cada diez habitantes del planeta viven bajo un gobierno que pisotea, en mayor o menor medida, sus libertades, y al que, de facto, no pueden elegir.

 

También es verdad, como puede apreciarse más claramente en la parte derecha de la figura, que las dictaduras más duras, las “autocracias cerradas”, como China o Cuba, han perdido peso, en favor de lo que los expertos llaman “autocracias electorales”, que encontramos en muchos rincones del planeta: Argelia, El Salvador, Burundi, Egipto, Hungría, India, Tailandia, Líbano o Rusia. Es un grupo variopinto de países, pero que comparten una misma idea: el poder (casi) omnímodo de ejecutivos que, a pesar de ser elegidos mediante elecciones, recurren a métodos antidemocráticos, y en ocasiones coercitivos, para perpetuarse en sus cargos.

Y ¿Cómo está España en democracia liberal? El gráfico 3 recoge los indicadores para cada país, así como los intervalos de confianza. España se sitúa en la posición 24 del mundo, entre Italia y Canadá. El otro índice más popular para catalogar democracias, el del The Economist Intelligence Unit, nos coloca en casi el mismo puesto: el 23. Es decir, no estamos en el decil más democrático del mundo, sino entre el 10 y el 20%. Es una posición decente, pero el problema no es tanto el nivel de la democracia en España como su evolución.

En el mismo gráfico se facilita la posición de España hace una década (2013) y, como sucede con Italia, hemos retrocedido un poco. No es una tragedia y todavía nos hallamos confortablemente situados entre las democracias liberales. Pero no estamos atravesando nuestro mejor momento. Las luchas políticas por el control del poder judicial, el clima de politización y la creciente percepción ciudadana de que es mejor no hablar, en público, de asuntos políticos son las causas, y los síntomas, de que nuestra democracia empieza a mostrar algunos signos de preocupación. La democracia no está muriendo en España, pero no goza de la mejor salud posible. 

Nadie puede asegurar que la democracia está muriendo en el mundo, a manos de una creciente ola autoritaria, pero nadie puede dudar que está enferma. Los optimistas afirman que, si adoptamos una perspectiva histórica lo suficientemente amplia, el retroceso, leve o pronunciado, de las libertades democráticas que han experimentado muchos países – de la India a EEUU, pasando por Turquía y el Este de Europa – es un simple paréntesis. Y que, tarde o temprano, volveremos a la inexorable senda histórica hacia mayores cotas de democracia. A fines del siglo XVIII sólo había una democracia en el mundo, EEUU, y, además, distaba de mucho de los estándares actuales, en términos de respeto a los más básicos derechos individuales. Ahora, hay 91 democracias en todo el planeta, frente a 88 autocracias. En este sentido, parece que somos una ligera mayoría.

Pero los pesimistas disponen también de un arsenal de argumentos, resumidos brillantemente en el último informe del estado de la democracia en el mundo del V-DEM Institute. Como mínimo, parece que el siglo XXI no le está sentando muy bien a la democracia. Mientras hace 20 años había un total de 35 países democratizándose y 18 “autocratizándose”, ahora se han invertido los términos: tenemos 42 naciones en proceso de autocratización y tan solo 11 en vías de democratización. El porcentaje de la población mundial viviendo en dictaduras era del 50% en 2003 mientras que en la actualidad es del 71%. Más preocupante todavía, menos de una de cada diez personas del planeta residía, a principios de este siglo, en un país donde se estaban recortando las libertades democráticas. Ahora, es una de cada tres. Un tercio de la población mundial, en estos mismos momentos, está sufriendo una regresión de la democracia en su propio país. Así, el nivel de democracia que experimenta un ciudadano medio del mundo ha caído al nivel de 1985.