El cine español, o al menos una parte de él, es ciclotímico. Tan pronto está en una fase deprimida como tira la casa por la ventana. A juzgar por las cifras y las valoraciones que desde una parte del sector del cine se han hecho del conjunto del 2014, al cierre del año se ha frenado la tendencia bajista en la asistencia a las salas y se ha conseguido un año de éxito en la recaudación del “cine español”. Quizá algo de este clima optimista se verá en la gala de entrega de los premios Goya que organiza la Academia de Cine. Olvidados quedarán, al menos durante el tiempo que dure la fiesta, los lamentos, los temores y las penurias que tan solo unos meses atrás se desataban por doquier en la atrófica industria cinematográfica española. Una industria que pese a sus éxitos puntuales generados por algunos taquillazos, tiene problemas y (des)equilibrios sin resolver, pudiéndose resumir estos en i) muchas producciones con un presupuesto medio/bajo que además decrece año tras año y ii) un panorama de difusión y distribución en profunda transformación y con notables dificultades.
Sin embargo, el objetivo de este texto no es aguar la fiesta a los trabajadores del cine español, ni recordar a los productores las dificultades de su trabajo. Más bien me gustaría elaborar un breve análisis sociológico sobre algunos de los rasgos que configuran la base social del cine. Para lo cual he utilizado los datos que publicó el CIS (Estudio 3047) en Enero de 2015. Datos que cabría precisar hacen referencia al concepto “cine” genérico, sin hacer distinción de ninguna parte entre “cine español” o de cualquier otra categoría.
Una de las lecturas más inmediatas del estudio del CIS, tal y como explicaba en un anterior texto, es que el cine es, junto con la música, uno de los ámbitos de la cultura más apreciados por los ciudadanos españoles: el 67,7% de los encuestados declara interesarse mucho o bastante por el cine (73,4 por la música, el 61,7 por la lectura, el 39,6 por el teatro, el 40,1 por las artes plásticas y el 24,3 por la danza). Tras años de crisis de venta de entradas, estos datos son toda una paradoja que debería hacer reflexionar: o los ciudadanos mienten en un improvisado postureo (lo que es arriesgado de mantener) o son las industrias cinematográficas las que no saben sacarle siempre partido a ese dato.
Parecería interesante estudiar cómo ese porcentaje de ciudadanos “motivados” cambia en función de algunas características demográficas, como la edad o el lugar de residencia.
La interpretación de ambos gráficos es sencilla: el interés por el cine decrece conforme la población envejece y crece conforme el núcleo poblacional aumenta de tamaño. Podríamos decir que los públicos más motivados hacia el cine son los jóvenes y residentes en grandes núcleos urbanos.
Esta lectura sociológica puede despertar ya en el lector algún resquicio de reflexión sobre hacia qué segmento de la población dirigirían una película si fueran productores, o qué programación cultural hacer en su municipio si fueran técnico de cultura. Pero no se adelanten en sus reflexiones y déjenme proponerles un gráfico más.
Cuando cruzamos las respuestas que han dado los ciudadanos respecto a la pregunta “en qué medida [el encuestado] se interesa por el cine” con la pregunta en la que se les pide que se ubiquen ideológicamente (siendo 1 la extrema izquierda y 10 la extrema derecha), el resultado es el gráfico anterior. En él he introducido la media global (la línea verde) y la que corresponde a los encuestados que deciden no ubicarse ideológicamente o que no contestan a esa pregunta que, sumados, representan al 25,79% del total, una cifra no despreciable (la línea roja discontinua).
Las lecturas de este último gráfico son dos: Primero, el grueso de la población con interés por el cine y que está por encima de la media se encuentra en un amplio espectro ideológico, del 1 al 7, quedando sólo por debajo de ésta el segmento de población más escorado a la derecha. Y segundo, la población que no se autodefine ideológicamente está muy por debajo de la media e incluso de los segmentos ideológicos (más a la derecha) menos amantes del cine.
Que todas estas observaciones se hagan sobre el ámbito del cine es relevante para toda la industria y los trabajadores que hay detrás. Parece incomprensible que una disciplina artística con tantos vientos a su favor (como hemos visto en los gráficos) no tenga su correlación en un sector articulado y dinámico. Tan responsables son de esa situación las bisoñas industrias cinematográficas todavía torpes en la adaptación al paradigma digital, sobre todo en lo que se refiere a la distribución cinematográfica, como lo son también los responsables políticos que diseñan y deciden las políticas que afectan al cine. Déjenme desarrollar más esa idea.
Parecería que con los datos aquí vertidos, un analista y consejero político de un hipotético ministro de Cultura pudiera pensar que desarrollar políticas que favorezcan a este sector podría ser rentable políticamente. Y sin embargo esto parece no suceder. Entre otras cosas porque la imagen que el político tiene del cine (español) viene distorsionada por la que el propio sector cinematográfico genera de sí mismo, no por la que construye el público/ciudadano.
Cabría por tanto trasladar el debate sobre el cine en España, y por ende, el eterno debate del cine español, hacia terrenos menos ideológicos y más profesionales: positivizados y objetivos. Tanto el sector del cine, sus trabajadores, como el ámbito político, y por extensión el ciudadano, saldrían beneficiados. El cine es una disciplina, de entre todas las artísticas, con un amplio respaldo social que además es transversal. Por tanto, a los que decidan políticamente sobre el cine, y con los datos en la mano: apoyen el cine y sean inventivos con sus políticas; hay una población esperando, les será rentable. Al sector del cine (español): observen el potencial de público que tienen y decidan si sólo quieren (como colectivo) dirigirse a un segmento ideológicamente concreto, pero si lo hacen, asuman las consecuencias.
Mientras tanto, que continúe la fiesta… que ya nos ocuparemos de la resaca cuando llegue.
*Gracias a Alvaro Martínez Pérez por su asistencia en el tratamiento de datos.
El cine español, o al menos una parte de él, es ciclotímico. Tan pronto está en una fase deprimida como tira la casa por la ventana. A juzgar por las cifras y las valoraciones que desde una parte del sector del cine se han hecho del conjunto del 2014, al cierre del año se ha frenado la tendencia bajista en la asistencia a las salas y se ha conseguido un año de éxito en la recaudación del “cine español”. Quizá algo de este clima optimista se verá en la gala de entrega de los premios Goya que organiza la Academia de Cine. Olvidados quedarán, al menos durante el tiempo que dure la fiesta, los lamentos, los temores y las penurias que tan solo unos meses atrás se desataban por doquier en la atrófica industria cinematográfica española. Una industria que pese a sus éxitos puntuales generados por algunos taquillazos, tiene problemas y (des)equilibrios sin resolver, pudiéndose resumir estos en i) muchas producciones con un presupuesto medio/bajo que además decrece año tras año y ii) un panorama de difusión y distribución en profunda transformación y con notables dificultades.
Sin embargo, el objetivo de este texto no es aguar la fiesta a los trabajadores del cine español, ni recordar a los productores las dificultades de su trabajo. Más bien me gustaría elaborar un breve análisis sociológico sobre algunos de los rasgos que configuran la base social del cine. Para lo cual he utilizado los datos que publicó el CIS (Estudio 3047) en Enero de 2015. Datos que cabría precisar hacen referencia al concepto “cine” genérico, sin hacer distinción de ninguna parte entre “cine español” o de cualquier otra categoría.