Los gobiernos suelen ser un blanco fácil del descontento ciudadano. Por lo general su popularidad se deteriora rápidamente cuando las cosas van mal, aunque éstos tengan poco o nada que ver con lo que está ocurriendo. Los gobernantes sufren la ira de los ciudadanos por los malos datos macroeconómicos, por los estragos de las catástrofes naturales e incluso por eventos tan alejados a su control como la mala racha del equipo de fútbol local. Es por este motivo que, a priori, la expectativa que teníamos muchos era que el gobierno de Sánchez acabaría inevitablemente sufriendo un desgaste derivado de la crisis de la COVID-19. Sin embargo, los datos demoscópicos así como las elecciones gallegas y vascas no parecen corroborar esta expectativa. Al contrario, los datos que disponemos indican que el gobierno de Pedro Sánchez está, por el momento, resistiendo el embiste de la crisis.
Por el momento Sánchez está sorteado con eficacia el previsible desgaste de la crisis. Pero, no se trata de algo idiosincrático de nuestro país. En realidad, los estudios recientes muestran que la crisis de la COVID-19 no está deteriorando la confianza en las instituciones democráticas ni en los gobiernos de turno. Se trata pues de una reacción muy distinta a la que observamos hace una década con la irrupción de la Gran Recesión. Un trabajo reciente de un equipo liderado por el politólogo de la Universidad de Montreal, André Blais, muestra que, en las democracias europeas, las decisiones de confinamiento no han llevado a un desgaste de los gobiernos, sino más bien lo contrario. Los ejecutivos europeos han visto como su apoyo ha aumentado, de media, cuatro puntos porcentuales.
Algunos consideran que los gobiernos europeos han logrado ganar popularidad durante la crisis porque en situaciones de ansiedad y miedo, normalmente propias del inicio de un conflicto bélico, los ciudadanos tienen el impulso de cerrar filas con el gobierno (lo que en inglés se conoce como el efecto “rally round the flag”). Los sentimientos de amenaza e incertidumbre fomentan la tendencia a apoyar a los dirigentes y alimentan la idea de que criticar la gestión del gobierno es un acto poco patriótico, pues la división debilita la fortaleza del país frente al enemigo. No es de extrañar, por tanto, que muchos de los gobiernos europeos, incluyendo el de nuestro país, no hayan perdido ocasión para realizar analogías bélicas a la lucha contra la COVID-19. Las metáforas bélicas de la crisis sanitaria no son neutras, sino que inducen a propagar un clima de amenaza exterior que ayuda a silenciar la crítica política.
Ciertamente, es posible que el apoyo al gobierno esté en parte relacionado con este efecto de cerrar de filas en torno al gobierno ante amenazas exteriores. No obstante, a mi entender existen otras explicaciones más importantes. Creo que, si la crisis del coronavirus no ha generado desgaste apreciable del gobierno de Sánchez se debe muy especialmente a las ambiciosas políticas compensatorias que se han llevado a cabo durante estos meses. El ingente esfuerzo realizado desde las instituciones para amortiguar los costes de la crisis, con ayudas sociales sin precedentes, ha erigido un dique de contención que ha evitado que el descontento social arrolle al gobierno.
No se trata de una estrategia nueva. Durante décadas, el PSOE logró amortiguar las políticas de ajustes en situaciones económicas adversas por medio de políticas sociales que sirvieran de estrategia de compensación con el fin de evitar que el enfado de los ciudadanos se trasladara en un castigo en las urnas. Ese fue el recetario de los gobiernos de Felipe González. El gobierno de Rodríguez Zapatero prometió también aumentar el gasto social ante la llegada de la crisis, pero el guion cambió inesperadamente cuando mayo de 2010 la política económica española fue intervenida. Entonces, el Partido Socialista tuvo que aplicar un recetario de recortes sociales sin precedentes. Y con ello, Zapatero perdía la estrategia de usar las políticas sociales como cortafuegos para evitar que la insatisfacción ciudadana quemara por completo al gobierno. Si nos fijamos en las series del CIS, no es hasta mayo de 2010 cuando el PP logra imponerse de forma clara por encima del PSOE. Fue en ese momento cuando Zapatero perdió cualquier opción de ganar las elecciones.
El PSOE de Pedro Sánchez ha afrontado la actual crisis con un paquete de políticas sociales sin precedentes que ha permitido amortiguar el descontento con el gobierno. Sin embargo, sería muy precipitado concluir que el gobierno ha salido definitivamente indemne de esta crisis. Aún es pronto para saber el alcance temporal y la virulencia de los rebrotes y hasta qué punto el gobierno podrá mantener las políticas de gasto. Ciertamente, la actitud de las instituciones europeas llama a un cierto optimismo contenido en esa cuestión, pero todavía es pronto para emitir conclusiones sobre el verdadero alcance de esta crisis y su impacto sobre la popularidad del ejecutivo. En realidad, la suerte de Pedro Sánchez dependerá en gran medida de su capacidad de mantener el ritmo de las ayudas ante nuevos rebrotes que pongan de nuevo en jaque a la economía española.
A la izquierda le preocupa más la salud. A la derecha, la economía
La crisis del Covid-19 tiene una doble vertiente: la sanitaria y la económica. Como no podía ser de otra forma, ambas cuestiones preocupan, y mucho, a la ciudadanía. No obstante, según el barómetro del CIS de junio existen diferencias entre la izquierda y la derecha en los pesos que ponen a cada una de las vertientes. En la encuesta se pregunta sobre la preocupación por los efectos de la COVID-19 y, en particular, si se está más preocupado por sus efectos en la salud o en la economía. En el gráfico se muestra cómo existe una clara disparidad en las preocupaciones según la ideología de los españoles. Entre la izquierda, predomina de forma clara la preocupación por los efectos que está teniendo la crisis sobre la salud. En cambio, entre la derecha, la economía gana protagonismo y se impone ligeramente la preocupación por la salud.
A mi entender, el gráfico ofrece pistas sobre las consecuencias políticas que puede tener la crisis en los próximos meses. El electorado de izquierdas parece particularmente sensible a la dimensión sanitaria de la crisis. Incluso los votantes más de centro se decantan más por las consecuencias sobre la salud, que sobre la economía. Así pues, es posible que el descontento en el espacio electoral del PSOE crezca con la llegada de los rebrotes, especialmente si éstos son de gran magnitud. Pero, en la secuencia de la salida de esta crisis, la erradicación del virus debe preceder a la recuperación económica. De este modo, a pesar de que la dimensión sanitaria de la crisis cobre particular importancia entre la izquierda, será, en última instancia, en el terreno de la recuperación económica donde, finalmente, se dirimirá la suerte electoral del gobierno de Sánchez.
Los gobiernos suelen ser un blanco fácil del descontento ciudadano. Por lo general su popularidad se deteriora rápidamente cuando las cosas van mal, aunque éstos tengan poco o nada que ver con lo que está ocurriendo. Los gobernantes sufren la ira de los ciudadanos por los malos datos macroeconómicos, por los estragos de las catástrofes naturales e incluso por eventos tan alejados a su control como la mala racha del equipo de fútbol local. Es por este motivo que, a priori, la expectativa que teníamos muchos era que el gobierno de Sánchez acabaría inevitablemente sufriendo un desgaste derivado de la crisis de la COVID-19. Sin embargo, los datos demoscópicos así como las elecciones gallegas y vascas no parecen corroborar esta expectativa. Al contrario, los datos que disponemos indican que el gobierno de Pedro Sánchez está, por el momento, resistiendo el embiste de la crisis.
Por el momento Sánchez está sorteado con eficacia el previsible desgaste de la crisis. Pero, no se trata de algo idiosincrático de nuestro país. En realidad, los estudios recientes muestran que la crisis de la COVID-19 no está deteriorando la confianza en las instituciones democráticas ni en los gobiernos de turno. Se trata pues de una reacción muy distinta a la que observamos hace una década con la irrupción de la Gran Recesión. Un trabajo reciente de un equipo liderado por el politólogo de la Universidad de Montreal, André Blais, muestra que, en las democracias europeas, las decisiones de confinamiento no han llevado a un desgaste de los gobiernos, sino más bien lo contrario. Los ejecutivos europeos han visto como su apoyo ha aumentado, de media, cuatro puntos porcentuales.