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El partido que no quiere a las mujeres

30 de marzo de 2022 22:35 h

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Una de las cosas que me sorprendió cuando llegué a Australia en 2013 fue la negatividad y la virulencia con la que se hablaba de la primera ministra del momento, Julia Gillard. Había visto sexismo en política en otros lugares, como en España -baste recordar las funestas declaraciones de un alcalde de Valladolid sobre la ministra Leire Pajín-, México o los Estados Unidos. Pero el caso de Gillard me llamó la atención por varias razones.

En primer lugar, Gillard llevaba mucho tiempo en política: entró en el Parlamento en 1998 habiéndose trabajado y ganado su escaño en un sistema político en que, a diferencia de España -en donde utilizamos listas electorales-, en cada distrito solo puede haber un candidato de cada partido.

En segundo lugar, Gillard tenía una amplia experiencia. Desempeñó durante seis años (desde 2001 hasta la victoria laborista de 2007) el papel de ministra en la sombra. Después de ganar las elecciones, Gillard se conviertió en Deputy Prime Minister, que viene a ser como la vicepresidenta, además de ministra de Educación, Empleo y Relaciones laborales. Y solo después de varias cuitas internas con el Primer Ministro Rudd, que estaba cayendo en popularidad, Gillard tomó las riendas del partido laborista en 2010 y se convirtió en la primera ministra mujer de la historia de Australia.

Cuando llegó la campaña de 2013, uno de los ‘argumentos’ utilizados por el candidato a primer ministro del Partido Liberal, Tony Abbot, es ‘Ditch the Witch’ (‘Deshaceos de la bruja’). Gillard recibe comentarios sobre su aspecto físico y le preguntan en muchas entrevistas sobre su decisión de no tener hijos.

En tercer lugar, los medios de comunicación no daban el mismo tratamiento hacia el candidato liberal: ni comentarios sobre su vestimenta, ni su corte de pelo, ni su cara, ni su insistencia en aparecer en bañador en la playa después de nadar un rato en el mar. Nada. Me extrañaba el doble rasero pero pensaba que, al fin y al cabo, la oposición trata de ganar al gobierno con lo que puede y que, para muchos, lidiar con ese tipo de comentarios va con el sueldo. Y sin embargo, cuando Abbot ganó las elecciones, no hubo comentarios sobre su apariencia.

Otra de las cuestiones que me sorprendieron es cómo y ante qué contrincantes el actual primer ministro consiguió su cargo. Cuando empiezan los movimientos contra Turnbull hay tres candidatos a sucederle: Scott Morrison, ministro del Tesoro, Peter Dutton, ministro del Interior, y Julia Bishop, ministra de Exteriores. Bajo casi cualquier parámetro -preparación, experiencia, conocimiento- Bishop era la mejor candidata. Bishop, además, tenía algo que los otros dos candidatos no y era que no polarizaba, o lo hacía en menor medida. Dicho de otro modo, entre los votantes de los otros partidos, Bishop levantaba menor rechazo que los otros dos. Y, sin embargo, cuando el partido liberal decide cambiar al primer ministro, opta por Morrison. Lo sorprendente es la votación dentro del partido: Dutton recibe 38 votos, 36 para Morrison y 11 para Bishop. En segunda vuelta, Morrison se impone a Dutton por 45 a 40. Bishop perdió y entre las razones que se dan de su derrota el ser mujer fue un factor decisivo. (Si quieren saber más de la situación de las mujeres en la política australiana, les recomiendo esta serie de cuatro capítulos de la periodista Annabel Crabb). Bishop decidió retirarse de la política y ahora tiene una carrera tan exitosa como lucrativa.

A los casos de Gillard y Bishop, hay que añadir que no más del 30% de los representantes de la cámara baja en Australia son mujeres, cuando en España es de más del 40%. ¿A qué se debe dicha diferencia? ¿Qué es lo que hace que haya tal desconexión con la realidad? Al fin y al cabo, cuando uno camina por las calles de cualquier pueblo o ciudad del país, las mujeres son el 50%. Hay varias explicaciones posibles, pero aquí me voy a centrar en dos. La primera es que los partidos discriminan contra las mujeres. La segunda es que no hay mujeres porque los votantes las discriminan y las votan menos.

Para intentar averiguar si son los partidos o los votantes quienes discriminan, Duncan McDonnell y yo realizamos una investigación (recientemente publicada), en donde recogimos datos para todos y cada uno de los candidatos que se presentaron a las elecciones en los 150 distritos australianos desde 2001 hasta 2019, así como de su desempeño electoral. 

Lo primero que examinamos es si los partidos discriminan a las mujeres a la hora de decidir las candidaturas en cada uno de los distritos. Encontramos que es así en el partido liberal pero no en el laborista o los verdes. Obviamente, la ideología de los partidos importa, porque los progresistas han estado tradicionalmente más vinculados a la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. De hecho, el partido laborista introdujo cuotas de género a principios de los 80 que han ido aumentando progresivamente. Así, el objetivo es que en 2025, el 45% de las candidatos del partido laborista sean mujeres. El partido liberal, por el contrario, ha rechazado las cuotas y siempre ha tenido un número menor de candidatas.

En segundo lugar, analizamos una forma un poco más sofisticada de discriminación por parte de los partidos. Los partidos pueden cumplir las cuotas pero nominando a mujeres en distritos menos seguros, es decir, más difíciles de ganar. Igual que en Estados Unidos, en Australia hay distritos que son claramente progresistas o conservadores, en los que el margen de victoria de uno de los dos partidos supera el 60%. Cabe, por tanto, la posibilidad de que los partidos cumplan con las cuotas acordadas pero poniendo a competir a las mujeres en distritos en los que no tienen muchas posibilidades de conseguir el escaño. De hecho, esto es lo que encontramos de forma consistente aunque es tan solo significativo en dos elecciones para el partido laborista.

(Por cierto, una de las reformas del partido laborista inglés que lideró Tony Blair para hacer al partido mas representativo de la sociedad fue aplicar las cuotas en los distritos claramente laboristas, asegurando una mayor representatividad y evitando este comportamiento estratégico que va en contra del principio de la norma)

Después de ver lo que hacen los partidos, analizamos qué hacen los ciudadanos. ¿Discriminan a las candidatas mujeres? Esta es una pregunta importante porque durante mucho tiempo una explicación que daban los partidos era que, precisamente, los votantes eran los que discriminaban. Asimismo, las investigaciones académicas reforzaban dicha explicación. Medimos, por tanto, la tasa de éxito de los partidos. Y vemos que tanto para los laboristas como los liberales, las tasas de éxito entre hombres y mujeres son muy parecidas: mientras que en unas elecciones la mujeres candidatas de los laboristas lo hacen mejor que los hombres, en otras es a la inversa y lo mismo sucede con los contendientes del partido liberal. Es más, siguiendo modelos econométricos que otros han empleado, observamos que las candidatas del partido laborista obtienen 1400 votos más en promedio que los candidatos del mismo partido, manteniendo el efecto de otras variables constantes. Dicho de otro modo, las mujeres del partido laborista obtienen mejores resultados que sus colegas hombres. Cada uno puede juzgar si 1400 votos en un distrito son muchos o pocos. Pero desde 2001 hasta 2019, un 3% de las elecciones se decidieron por un margen de menos de 1000 votos.

¿Por qué es todo esto importante? Dejando de lado todo lo anterior, que no es poco, la política australiana sufre de un sexismo rampante hasta el punto de que, durante estos tres años, una trabajadora del partido liberal fue violada en el Parlamento por un colega en marzo de 2019.

El comportamiento en el Parlamento dista mucho del ámbito privado o académico. Se sigue discriminando a las mujeres -vía salarios, por ejemplo - pero lo visto en este Parlamento estos años es inconcebible en la empresa privada. Tanto es así que el gobierno pidió a la comisionada contra la discriminación sexual, Kate Jenkins, un informe independiente sobre las prácticas laborales dentro del Parlamento. Entre otros resultados, Jenkins y su equipo han propuesto 28 acciones y reformas. Una de ellas es la de aumentar el equilibrio de genero entre los parlamentarios.  El trabajo aquí mencionado es uno de los referenciados en el reporte para apoyar dicha propuesta.

Una de las cosas que me sorprendió cuando llegué a Australia en 2013 fue la negatividad y la virulencia con la que se hablaba de la primera ministra del momento, Julia Gillard. Había visto sexismo en política en otros lugares, como en España -baste recordar las funestas declaraciones de un alcalde de Valladolid sobre la ministra Leire Pajín-, México o los Estados Unidos. Pero el caso de Gillard me llamó la atención por varias razones.

En primer lugar, Gillard llevaba mucho tiempo en política: entró en el Parlamento en 1998 habiéndose trabajado y ganado su escaño en un sistema político en que, a diferencia de España -en donde utilizamos listas electorales-, en cada distrito solo puede haber un candidato de cada partido.