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Mark Rutte y el bloqueo de la unanimidad

20 de julio de 2020 22:12 h

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A principios de marzo, cuando andábamos desempolvando mapas olvidados que nos ayudaran a navegar el terreno ignoto de una pandemia mundial, se popularizó la historia de un pequeño pueblo británico, Eyam, y su gestión particularmente draconiana de la peste negra en el siglo XVII. Cuentan que a la entrada del pueblo aún yace un letrero que reza: “Cualquier medida que se tome antes de una pandemia parecerá exagerada. Cualquier medida que se tome después parecerá insuficiente”. 

Esta pequeña píldora de sabiduría resume a la perfección uno de los principales problemas del que adolecen las ciencias sociales frente a las ciencias naturales: la ausencia de un contrafáctico. Dado que nuestro objeto de estudio es la sociedad, con personas reales que interactúan constantemente, diseñar un contexto exactamente igual frente al que comparar, para aislar y cuantificar los efectos de una sola medida, resulta imposible, cuando no inmoral. La frase también apunta a la existencia de otro fenómeno, el sesgo de negatividad: la percepción cognitiva que tenemos de situaciones favorables tiende a subestimar su impacto, mientras que la percepción de las desfavorables es mucho más intensa.

Este sesgo sobre los contextos que condicionan nuestra actuación se traslada lógicamente hacia la percepción que tenemos del mérito propio al evaluar sus resultados. Por ejemplo, las generaciones que se incorporaron al mercado laboral en épocas donde la inversión pública, el crecimiento de la productividad y el dinamismo económico eran fuertes tenderían a sobrevalorar su propio mérito a la hora de cosechar los retornos de la inversión educativa y la carrera profesional con facilidad mientras disponían de una red pública de protección fuerte. Las generaciones que se incorporan al mercado laboral en un contexto de estancamiento y recortes de lo público serían mucho más conscientes de la adversidad que enfrentan a la hora de conseguir una recompensa a sus esfuerzos y de su extrema vulnerabilidad en caso de no hacerlo. 

La situación se complica cuando ambos grupos, llamémosles baby boomers y millennials, tienen que ponerse de acuerdo sobre el reparto de recursos comunes en un contexto de estrés económico compartido pero de impacto asimétrico. Es fácil que los discursos que culpan a las personas vulnerables de su propia situación calen entre quienes se perciben como “hechos a sí mismos” ignorando su contexto favorable, mientras que las personas que se encuentran en esa situación tienen una percepción más objetiva de cómo el contexto adverso les condiciona de manera determinante a pesar de su esfuerzo. Tanto la asimetría de partida como la de percepción dificultan la cooperación incluso cuando el acuerdo es mutuamente beneficioso dadas las múltiples interdependencias. Más aún cuando hay agentes políticos que explotan el razonamiento motivado activando lógicas de suma cero para erigirse en representantes del descontento.

Los economistas Linda Babcock y George Loewenstein explican cómo este tipo de sesgos crean un relato artificial sobre lo que es justo o necesario que sirve a los intereses propios y puede hacer que las negociaciones acaben en punto muerto. Resulta demasiado evidente el paralelismo con las dificultades durante la Cumpre Europea celebrada este fin de semana sobre el Fondo de Recuperación propuesto por la Comisión Europea para relanzar la economía después de la pandemia. Hay numerosos estudios que certifican que países como Alemania, Austria y Holanda han sido los más beneficiados por el mercado único y por la creación del Euro. Holanda es el segundo país más dependiente de sus exportaciones al resto de la UE. Sus empresas gozan de un mercado más grande al que exportar sin riesgo cambiario ni la posibilidad de que sus competidores se protejan con devaluaciones, políticas de sustitución de importaciones o controles de capitales. Los costes de disolución de la UE y la reintroducción de barreras arancelarias le serían particularmente perjudiciales. Y sin embargo, parece estar poniendo todo su empeño en hacer peligrar su supervivencia.

No se me escapa la existencia de intereses que buscan la perpetuación de este reparto asimétrico de los beneficios del mercado único a costa de mantener al Sur en una situación de permanente estancamiento. Sin embargo, se hace difícil racionalizar el cortoplacismo de una posición que corre el riesgo de auto-infligirse una doble recesión como en 2010-2012 y que condena a la UE en su conjunto al estancamiento y a una pérdida de relevancia geo-económica. Quizás convendría echar mano del clásico de Kalecki sobre los aspectos políticos del pleno empleo para sofisticar el análisis. Con permiso de Kalecki, la politóloga Catherine de Vries apunta a una explicación más mundana: Mark Rutte ha encontrado en la intransigencia en Europa su baza electoral frente a competidores euroescépticos que le pisan los talones.

Sin embargo, que haya políticos cuyo tacticismo particular no está alineado con el interés común es una eventualidad inevitable. La vuelta de tuerca que nos condena al callejón sin salida es el requisito de unanimidad en las decisiones del Consejo Europeo. Es el requisito de unanimidad lo que da a esos intereses espurios de un primer ministro en campaña electoral una capacidad omnipotente de veto. Mientras la UE no tenga mecanismos automáticos para repartir equitativamente los beneficios colectivos del mercado único, las decisiones europeas seguirán sujetas al bloqueo de electorados que confunden ventajas con virtudes. El coste de la unanimidad aumenta si estos mecanismos pretenden diseñarse en momentos de extrema dificultad, compartida aunque de impacto asimétrico, en los que la agilidad en la respuesta es clave para atenuar el golpe. Una cosa es segura, y parafraseando el letrero de Eyam: si el tamaño del Fondo de Recuperación les parece ahora exagerado, la historia desde luego lo juzgará insuficiente.

A principios de marzo, cuando andábamos desempolvando mapas olvidados que nos ayudaran a navegar el terreno ignoto de una pandemia mundial, se popularizó la historia de un pequeño pueblo británico, Eyam, y su gestión particularmente draconiana de la peste negra en el siglo XVII. Cuentan que a la entrada del pueblo aún yace un letrero que reza: “Cualquier medida que se tome antes de una pandemia parecerá exagerada. Cualquier medida que se tome después parecerá insuficiente”. 

Esta pequeña píldora de sabiduría resume a la perfección uno de los principales problemas del que adolecen las ciencias sociales frente a las ciencias naturales: la ausencia de un contrafáctico. Dado que nuestro objeto de estudio es la sociedad, con personas reales que interactúan constantemente, diseñar un contexto exactamente igual frente al que comparar, para aislar y cuantificar los efectos de una sola medida, resulta imposible, cuando no inmoral. La frase también apunta a la existencia de otro fenómeno, el sesgo de negatividad: la percepción cognitiva que tenemos de situaciones favorables tiende a subestimar su impacto, mientras que la percepción de las desfavorables es mucho más intensa.