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¿Por qué es tan difícil pactar en España?

Ya que nuestros políticos (viejos o nuevos) se comportan como Caín y Abel, se me pasó por la cabeza que nuestros antepasados quizás habían cometido un pecado original. Por el cual fueron expulsados del paraíso y sus descendientes condenados a pelearse fratricidamente. Mientras, en otros países, la política es mucho más consensual. En manos de Abel y Abel. Y lo cierto es que, tras investigar un poco, sí he encontrado un relativo pecado original cometido por nuestros predecesores. Un pecado que explica parte (lo subrayo para remarcar que no lo explica todo) de nuestra forma tan ibérica de entender la política como confrontación, como un juego de suma cero y no de suma positiva. Hay otros factores, como este que intenté desarrollar la semana pasada. Pero aquí me voy a centrar en el peso de la historia; un legado que no determina nuestro futuro, pero que nos influye y que, por ello, debemos tener en cuenta.

Irónicamente, nuestro pecado original tiene que ver con que nos rebelamos contra Dios. O, para ser más precisos, contra la Iglesia Católica. En el siglo XIX los españoles, como otros países fuertemente católicos, iniciamos lo que Stathis Kalyvas llama “el ataque liberal contra la iglesia”. El objetivo de los liberales era arrebatar el control que la Iglesia ejercía sobre la educación, la familia y diversos asuntos sociales y dárselo al Estado. La respuesta fue la movilización de los más religiosos en partidos conservadores. Así, el anticlericalismo se convirtió en un pegamento fácil para unir a movimientos de izquierdas que, desde el anarquismo a las izquierdas republicanas, tenía más bien poco en común. Y, a su vez, el clericalismo sirvió para unir a las derechas más variopintas, de los carlistas del XIX a la CEDA.

Esta tensión Iglesia-Estado no se reprodujo en toda Europa. En algunos casos, hubo simbiosis entre el Estado y la Iglesia, como en los países nórdicos, donde las iglesias luteranas se convirtieron en brazos del Estado, que les delegó funciones educativas y sociales varias. Hasta hace cuatro días. Ahí, Iglesia y Estado no fueron competidores, sino cooperadores. Sin entrar en detalles, en Alemania, Holanda y otros países continentales, las tensiones Estado-Iglesia también fueron menores. En ellos tampoco cristalizó una fuerte división cultural entre partidarios y detractores de la Iglesia.

La consecuencia es que, en estos países, la división económica entre izquierdas y derechas que se desarrolló en todo el mundo a lo largo del siglo XX fue, y es, culturalmente “libre”. No estaba, ni está, determinada por si eres religioso o no. Tenían, y tienen, partidos de izquierdas religiosos y partidos de derechas ateos. Por el contrario, en España el surgimiento de la división económica con las luchas obreras encuentra ya unos moldes políticos muy estables sobre los que asentarse: la marcada división cultural entre anticlericales y partidarios de la Iglesia. Para llegar a las masas, a los líderes obreros (o a sus némesis en la derecha) les bastaba utilizar el potente silbato que las generaciones anteriores habían creado: el anticlericalismo (o su opuesto). Rápidamente, en España ser de izquierdas se convirtió en sinónimo de anticlerical y ser de derechas de religioso.

¿Qué importancia tiene esa historia para el presente? Mucha. Y, para ello, empecemos mirando el gráfico 1, sacado de este trabajo de Jan Rovny y Jonathan Polk. Muestra la localización de los partidos franceses y suecos en las dos dimensiones políticas básicas: la económica (de izquierda a derecha) y la cultural (de ser socioculturalmente conservador y nacionalista a ser socioculturalmente liberal y cosmopolita).

Gráfico 1.

Francia es un país con una fuerte historia de lucha anticlerical. Es decir, que también cometieron el pecado original de rebelarse contra la Iglesia en el siglo XIX. El resultado es que, a día de hoy, existe todavía una fuerte correlación entre ser de izquierdas en la economía (como los Verdes, el Partido Socialista o el Comunista) y ser liberal en cuestiones socioculturales (abierto frente a la inmigración, respeto a las minorías, partidario de los derechos civiles y la igualdad de género, etc.). Y, si eres económicamente de derechas en Francia, como los gaullistas (UMP) o el Frente Nacional, eres conservador también en lo sociocultural. El contraste con Suecia, que es el ejemplo paradigmático de cooperación entre Estado e Iglesia, es llamativo. Pues ahí encontramos partidos de derechas en lo económico (como el FP-partido liberal) que son liberales en lo sociocultural, y partidos económicamente de izquierdas (como los socialdemócratas del SAP) que son menos liberales en lo sociocultural. Algo similar ocurre en Holanda, Dinamarca, Finlandia y demás países situados a la derecha en el gráfico 2.

Este gráfico nos enseña el nivel de correlación entre la dimensión económica y cultural en la política de un país. Cuanto más bajo, quiere decir que el país es políticamente más complejo: ser de izquierdas económicamente no quiere decir ser cosmopolita y progresista en todo tipo de cuestiones socioculturales como los derechos civiles; y, a su vez, ser de derechas no quiere decir ser nacionalista y conservador culturalmente. Cuanto más alta la correlación, más unidimensional es la política en un país.

Gráfico 2.

Y ¿qué país es el más unidimensional de los estudiados? Sí, España. Jonathan Polk ha tenido la amabilidad de pasarme los siguientes gráficos (3 y 4) con los datos para partidos en España para el año 2010 y 2015. Dos notas importantes: el gráfico 4 tiene el eje vertical invertido (o sea que, sustantivamente, sigue el mismo patrón que el 3); además, los valores en el gráfico 4 no están ponderados por los votos de cada partido, con lo que, sin entrar en detalles técnicos, podemos decir que es menos “ajustado” a la realidad que el gráfico para 2010.

Gráfico 3.

En todo caso, ambos gráficos apuntan a que, políticamente, los españoles somos muy unidimensionales. El gráfico de 2010 es un caso de manual de “super-dimensión” política. Los partidos se alinean de manera asombrosa alrededor de la línea, de nuestra “super-dimensión”. Los partidos de izquierda económicamente también son socialmente liberales (IU, BNG, PSOE). Y a la inversa para los de derechas (CIU, PP). El gráfico más reciente (4) apenas altera esa imagen, a pesar de que los partidos no están en este caso tan literalmente sobre la línea. Si ajustamos por los votos de los partidos, el resultado no distaría mucho del mostrado en el gráfico 3.

Gráfico 4.

Además, hay que introducir otro matiz a este gráfico 4. De forma parecida a como ha ocurrido en otros países que han experimentado la irrupción de nuevos partidos, este gráfico puede ser más temporal y, al cabo de unos años, los nuevos partidos pueden seguir la estela de los viejos. La razón es que la dimensión de fondo de la política de un país, esa línea que une a los partidos españoles de forma tan nítida, ejerce un brutal poder de atracción. Por algo lleva dos siglos succionando a todos los movimientos políticos…

¿Es necesariamente negativo que nuestra política se explique por una sola “super-dimensión” en lugar de las dos dimensiones de otros países europeos? No lo creo. Pero podría estar detrás de dos cuestiones que forman parte de nuestros debates políticos más domésticos. Primero, esto podría explicar las dificultades para llegar a acuerdos y coaliciones entre partidos de izquierdas y derechas. Una gran coalición parece, por ejemplo, mucho más difícil en España que en Alemania o Suecia, donde vemos que los socialdemócratas (SAP) y los conservadores (M) comparten unos idénticos valores culturales, a pesar de sus diferencias en la economía. Por el contrario, en España PSOE y PP parece que habitan mundos económica y socioculturalmente opuestos.

En segundo lugar, también creo que está detrás de las relaciones extrañamente tan conflictivas entre partidos tan ideológicamente cercanos. PSOE e IU, y ahora PSOE y Podemos, están demasiado cerca en todo: son de izquierdas económicamente y también socialmente liberales, con lo que, en lugar de ocupar un nicho distintivo (como el MP-Verdes y el SAP-socialdemócratas suecos del gráfico 2), compiten por un mismo perfil de votante. Son más parecidos y, por tanto, son más cainitas. Uno se puede comer al otro.

Ya que nuestros políticos (viejos o nuevos) se comportan como Caín y Abel, se me pasó por la cabeza que nuestros antepasados quizás habían cometido un pecado original. Por el cual fueron expulsados del paraíso y sus descendientes condenados a pelearse fratricidamente. Mientras, en otros países, la política es mucho más consensual. En manos de Abel y Abel. Y lo cierto es que, tras investigar un poco, sí he encontrado un relativo pecado original cometido por nuestros predecesores. Un pecado que explica parte (lo subrayo para remarcar que no lo explica todo) de nuestra forma tan ibérica de entender la política como confrontación, como un juego de suma cero y no de suma positiva. Hay otros factores, como este que intenté desarrollar la semana pasada. Pero aquí me voy a centrar en el peso de la historia; un legado que no determina nuestro futuro, pero que nos influye y que, por ello, debemos tener en cuenta.

Irónicamente, nuestro pecado original tiene que ver con que nos rebelamos contra Dios. O, para ser más precisos, contra la Iglesia Católica. En el siglo XIX los españoles, como otros países fuertemente católicos, iniciamos lo que Stathis Kalyvas llama “el ataque liberal contra la iglesia”. El objetivo de los liberales era arrebatar el control que la Iglesia ejercía sobre la educación, la familia y diversos asuntos sociales y dárselo al Estado. La respuesta fue la movilización de los más religiosos en partidos conservadores. Así, el anticlericalismo se convirtió en un pegamento fácil para unir a movimientos de izquierdas que, desde el anarquismo a las izquierdas republicanas, tenía más bien poco en común. Y, a su vez, el clericalismo sirvió para unir a las derechas más variopintas, de los carlistas del XIX a la CEDA.