En un post anterior hablé sobre la necesidad de desmitificar la idea de que la concentración de inmigrantes en escuelas tiene un impacto negativo sobre el rendimiento. La práctica totalidad de este efecto se debe al hecho de que familias con niveles similares de renta envían a sus hijos a los mismos centros. Dicho de otro modo, el problema para el rendimiento es la concentración de la desventaja y no tanto la segregación espacial de las familias inmigrantes.
Pero esta afirmación no debe entenderse como una invitación a despreocuparse por las consecuencias de la segregación espacial de las familias inmigrantes. En el año 2011 Amparo González y yo mismo hicimos una encuesta a más de dos mil hijos de españoles y latinoamericanos escolarizados en educación secondaria en la ciudad de Madrid. El cuestionario incluyó, entre otras cosas, una bateria de preguntas que permiten construir un indicador de lo que podríamos llamar “bienestar mental” (frecuencia con la que se tiene problemas para dormir, tomar decisiones, concentrarse, resolver sus propios problemas y la sensación de vivir ‘bajo presión’). La brecha entre los hijos de latinoamericanos y autóctonos en esta medida de bienestar subjetivo es del 7% (ver Figura 1).
Figura 1. Brecha en el bienestar autoreportado de los hijos de los latinoamericanos y de los españoles en el municipio de Madrid.
Los epidemiólogos en Estados Unidos y otros países desarrollados han detectado que, como regla general, la emigración (y ciertas condiciones de la inserción de los inmigrantes en sus sociedades de acogida) expone a esta población a complicaciones de diversa intensidad para su bienestar mental. Nuestros datos , aunque no son los ideales para estudiar estos procesos, ayudan a ver cómo la segregación en una gran ciudad como Madrid se relaciona con menores niveles de bienestar entre los menores de origen latinoamericano, lo cual tiene importantes consecuencias para su desarrollo personal y educativo. ¿Por qué sucede esto? Las causas son diversas, pero la sensación de aislamiento y subordinación y la estigmatización por parte de la sociedad mayoritaria son algunas de las explicaciones más obvias de entre las que barajan los sociólogos. Es importante subrayar que esto no es así para los hijos de autóctonos que viven en los mismos entornos. Es más, estos parecen casi inmunes a este tipo de problemas.
Dos ejemplos de todo ello: uno de concentración espacial y otro de segregación social.
En primer lugar, la concentración espacial. Vivir en barrio con una mayor presencia de población extranjera reduce el bienestar referido por los hijos de los latinoamericanos de forma significativa. Así, como se puede ver en el gráfico, un menor de origen español y otro de origen latinoamericano en un barrio con hasta el 10% de extranjeros, muestran niveles de bienestar muy similares. En cambio, la brecha entre ambos crecería hasta el 11% si vivieran en un barrio con el 25% de extranjeros por la menor puntuación de los hijos de latinoamericanos.
Figura 2. Efecto de la concentración espacial sobre el bienestar de los hijos de españoles y latinoamericanos.
La concentración espacial no es el único estresor relevante. Los sociólogos estudian desde hace tiempo la composición de las redes de amistad de los menores y su efecto sobre su desarrollo personal. Utilizando información sobre el país de nacimiento de los padres de los mejores amigos que identificaron los niños encuestados, se puede crear una escala de ‘heterofilia y homofilia’ (es decir, la tendencia de los individuos a establecer amistades en función del origen). Los menores procedentes de una familia española y otra latinoamericana cuyos amigos son exclusivamente hijos de autóctonos tendrían el mismo nivel de bienestar. En cambio, si la red de amigos de ambos sólo estuviera compuesta por hijos de extranjeros, el niño de origen latinoamericano puntuaría un 9% por debajo de su par de origen autóctono. Las relaciones de amistad con los hijos de extranjeros no están en absoluto asociadas con una bajada del nivel bienestar entre los hijos de los nacidos en España.
Figura 3. Efecto de la segregación social sobre el bienestar de los hijos de españoles y latinoamericanos.
En resumen, la concentración social o espacial parece ser un obstáculo para un desarrollo óptimo de los hijos de familias inmigrantes. El mecanismo detrás de esta regularidad (que por la limitación de estos datos sólo se apunta aquí de forma tentativa) es muy discutido en la actualidad. Y, por tanto, también lo son sus posibles remedios. No hay recetas mágicas. Revertir este proceso es quizás demasiado complicado. El consenso más amplio recomienda la puesta en marcha de campañas de comunicación y sensibilización con mensajes inclusivos que hablen convincentemente de la diversidad social como algo esencialmente positivo. Es importante además garantizar la participación de todos los menores en actividades educativas y lúdicas fuera de su entorno social más inmediato para maximizar sus opciones de interacción con perfiles diversos, es decir, para favorecer su inserción un entorno verdaderamente representativo de la sociedad en su conjunto.
En un post anterior hablé sobre la necesidad de desmitificar la idea de que la concentración de inmigrantes en escuelas tiene un impacto negativo sobre el rendimiento. La práctica totalidad de este efecto se debe al hecho de que familias con niveles similares de renta envían a sus hijos a los mismos centros. Dicho de otro modo, el problema para el rendimiento es la concentración de la desventaja y no tanto la segregación espacial de las familias inmigrantes.
Pero esta afirmación no debe entenderse como una invitación a despreocuparse por las consecuencias de la segregación espacial de las familias inmigrantes. En el año 2011 Amparo González y yo mismo hicimos una encuesta a más de dos mil hijos de españoles y latinoamericanos escolarizados en educación secondaria en la ciudad de Madrid. El cuestionario incluyó, entre otras cosas, una bateria de preguntas que permiten construir un indicador de lo que podríamos llamar “bienestar mental” (frecuencia con la que se tiene problemas para dormir, tomar decisiones, concentrarse, resolver sus propios problemas y la sensación de vivir ‘bajo presión’). La brecha entre los hijos de latinoamericanos y autóctonos en esta medida de bienestar subjetivo es del 7% (ver Figura 1).