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Podemos y la centralidad del tablero político (II)
El llamamiento de Podemos por ocupar el nuevo centro político se apoya en un análisis en contra de una visión convencional (pero no nueva) en los modelos de competición partidista, esto es, asumir que las preferencias de los ciudadanos no son dadas, sino que pueden ser moldeadas por los actores políticos y la propia competición partidista. Podemos ha entendido que, desde los años de la transición a la democracia, el momento político actual era el más propicio para hacerlo. Y lo está haciendo. Con mucho éxito. Una de las consecuencias puede que sea el aumento de la polarización política.
Cuando comencé a escribir la motivación principal de este artículo –que consta de dos entregas – señalaba la necesidad de descifrar dos incógnitas para una mejor comprensión del nuevo escenario político que se avecina. La primera implicaba conocer si realmente se están produciendo cambios en las preferencias políticas de los españoles. La segunda, averiguar cuál sería la posición política de Podemos una vez termine por definir su ideario político.
En la primera entrega me animaba a abordar la cuestión de la evolución de la distribución de preferencias políticas en España a partir de varias pistas dejadas por las encuestas, y concluía diciendo que el votante mediano de hoy es un poco más de izquierdas que el de ayer. A su vez, señalaba que una parte importante de los ciudadanos que se ubican ideológicamente en torno a este (aun entre el 4 y el 5 de la escala) se sienten huérfanos de representación política. Punto seguido, llamaba la atención sobre la aparente incoherencia entre lo que normalmente asumen los modelos de competición partidista en ciencia política (que los partidos con voluntad de ganar elecciones deben moverse hacia el votante mediano) y los movimientos del PSOE -alejándose del centro- y el enroque del PP en la derecha.
En esta segunda entrega abordo la cuestión de la posición política de Podemos en el tablero político en base a su discurso, y analizo las consecuencias que eso conlleva para el PP y el PSOE en términos de movimientos de competición política.
Empecemos. ¿Dónde está Podemos? Como a casi ningún lector se le escapará ya, a priori no es fácil contestar a esta pregunta, pues una de las señas de identidad de la nueva formación es afirmar que no son de izquierdas ni de derechas, pero sí que son “gente” y no “casta”, que vienen a representar a “los de abajo” y no a “los de arriba”, que son “gente decente” pero no “mafia”. Más aún, nos despistan cuando combinan propuestas marcadamente de izquierdas (nacionalizar parte del sistema financiero, establecer límites salariales, introducir una renta básica, aumentar los impuestos a las rentas altas y de capital, etc.) con guiños, hasta ahora, característicos de formaciones de derechas (halagos a las Fuerzas Armadas, la Iglesia, la “Patria”, etc.).
Como veremos, y estoy seguro que tampoco se le escapará ya al lector, esto es parte de una estrategia más elaborada de superación de antiguos referentes y significados políticos. Pero volvamos por un momento a nuestras viejas coordenadas. ¿Dónde está Podemos? Las encuestas nos dicen que los españoles ubican a Podemos claramente en la izquierda de la escala ideológica. Concretamente en el 2.43 según el barómetro del CIS de noviembre 2014.[1] No obstante, Podemos recoge votos desde la izquierda, el centro-izquierda, el centro y algunos (cada vez más) del centro-derecha. ¿Cómo es esto posible? Ellos mismo argumentan que el eje izquierda-derecha ya no es el apropiado para disputar la política en nuestro país, fundamentalmente a partir del movimiento de las placas tectónicas iniciado en torno al 15-M. Pero, en contra de lo que parece describir –o querer escribir – la narrativa de Podemos, los estudios demoscópicos del CIS sobre la evolución de la distribución ideológica de los españoles no muestran indicios claros acerca de la pérdida de importancia de la dimensión izquierda-derecha. El gráfico que aparece aquí abajo muestra la evolución de los “No sabe” y “No contesta” cuando se le pregunta a los encuestados por su ubicación desde el 2004 hasta la actualidad. No se aprecian cambios significativos. Aun no siendo suficiente dicho ejercicio como refutación[2], cabe poner un interrogante sobre el discurso de la superación de la competición política en torno a la ideología imaginando que, quizá, responda a cuestiones de oferta (estrategia programática del Podemos) y no a cuestiones de demanda (preferencias de los ciudadanos).
Pocos estarán en desacuerdo con la idea de que la ambigüedad de Podemos en relación a su posición ideológica es deliberadamente estratégica. Una estrategia que no esconden y que incluso explican en conferencias, entrevistas o tertulias de televisión. En Podemos entienden que articular la competición en torno a la tensión izquierda-derecha no les sirve para aglutinar intereses y lealtades que desemboquen en un terremoto en el sistema de partidos y, por tanto, en el orden actual de las cosas. Podemos está en la izquierda (como IU o Syriza), sí. Pero, estratégicamente, prefieren no poner el acento en ello. Su gran objetivo –aquí está el quid de la cuestión – es mover al electorado hacia su posición haciendo de su nuevo relato el nuevo centro. No moderarse en el “viejo” tablero político, sino patearlo y reemplazarlo por uno nuevo en donde su conceptos, sus explicaciones, sus referentes, sus significados, construyan un nuevo tablero en donde ellos ocuparían el centro y representarían, qué duda cabe, al nuevo votante mediano. De esto se trata cuando defienden la idea de tumbar al Régimen del 78. Tumbarlo para erigir uno nuevo, desarrollando e instaurando una nueva “cultura hegemónica”, en donde el PSOE de ayer sea el Podemos de hoy, en donde Felipe sea Pablo, en donde las chaquetas de pana sean las camisas arremangadas, en donde las “Julias Oteros” y los “Iñaki Gabilondos” de ayer sean Las Tuerkas hoy, en donde el “Libertad sin ira” de Jarcha, sea algún rap político de los Chikos del Maíz, o en donde los Pactos de la Moncloa, sean el nuevo Proceso Constituyente.
Como decía, solo es posible lanzarse a este tipo de estrategia en momentos de catarsis y, a diferencia de la socialdemocracia (como señalaba Urquizu hace unos pocos días en un artículo de opinión en EL PAÍS), Podemos ha sido inteligente en este sentido. Creo que este ha sido su mayor acierto, pues ha entendido que, desde los años de la transición a la democracia, el momento político actual era el más propicio para hacerlo. Y lo está haciendo. Con mucho éxito. También puede que muchos de sus dirigentes lleven años y años lanzando este dardo errando una y otra vez, pero que, por fin, las circunstancia hayan hecho que hoy den en la diana.
¿Cómo nos ayuda esto para responder a dónde se posicionará Podemos y cómo afectará esto al PP y al PSOE? Pues bien, esta ambiciosa y osada estrategia de “cambio” o alternación de las preferencias de los ciudadanos (cambiar el tablero político) requiere, como indicaba el propio Errejón en una de sus intervenciones televisivas, de “situaciones o experiencias populistas”, de una politización de la sociedad (sobre todo de aquella parte desatendida por el sistema de representación) y, fundamentalmente, de una polarización política. Una palabra que empezaremos a leer cada vez con mayor frecuencia: polarización. Nótese que el adjetivo “populista” no es, ni mucho menos, utilizado de forma peyorativa (lo saben bien los seguidores de Laclau) sino –de acuerdo al discurso de Podemos – para comprender la necesidad de “crear un pueblo”, un nuevo sujeto político en donde se agregue una voluntad unitaria por el cambio haciendo uso, por sobre todas las cosas, de nuevos significantes que simplifiquen la realidad que se quiere describir –o escribir – para articular un nuevo relato, una nueva hegemonía. Esta es la idea, el lenguaje y el centro de la “estrategia Podemos”.
Es por esto que en mi primer entrada decía que las elecciones generales son para la formación liderada por Iglesias, Errejón y Monedero una primer batalla, pero no la guerra. Su guerra, como suelen decir también siguiendo a Laclau, es la “guerra por el sentido”. La disputa por quién pone nombre a las cosas. Por quién crea referentes. Por quién posiciona (cómo y dónde) el tablero político. Así, la posición ideológica de Podemos en términos de las “viejas” coordenadas de izquierda y derecha no tienen porqué cambiar significativamente. Seguirán siendo un partido de izquierdas. Aunque no lo digan. Podrán moverse tímidamente desde la izquierda hacia el centro-izquierda de cara a las elecciones. Probablemente, como lo han venido haciendo ya en varias ocasiones, con muchas contradicciones y lagunas (queremos el estado de bienestar sueco pero ni hablar de un mercado laboral flexible, como el sueco). Pero de acuerdo a los mimbres teóricos que tejen la estrategia política de Podemos aquí no estará la clave. Al menos para ellos.
No obstante, su estrategia de politización y polarización sí es clave para entender la competición política que nos espera. Y sí nos ayuda a comprender por qué el PSOE abandona el 135, afea las declaraciones de Felipe González, ya asumen el lenguaje de Iglesias y cía. – ¡los dirigentes socialistas nos hablan de “los de arriba y los de abajo”! –, se reúne en asambleas y radicaliza de alguna manera discurso. También quizá explique por qué el PP no se ha lanzado rápidamente a por el centro político.
Mi hipótesis es que, de acuerdo con su estrategia, la fuerza arrolladora de Podemos contribuye y seguirá contribuyendo a que la competición política se polarice. Su jaloneo constante por el “nosotros” contra “ellos” (es decir, la casta y todos los que no se cuadren dentro de sus filas) persigue este fin. Politizar, polarizar con el ojo puesto en el horizonte del cambio de Régimen en donde lo viejo se pudre y lo nuevo se levante con voluntad popular para, seguidamente, institucionalizarse con nuevas reglas, nuevo tablero y, quizá, una nueva casta. De acuerdo a su lógica, sólo se construye “pueblo” y se llenan los significantes polarizando. Dicotomizando a la sociedad. Sin voluntad “guerra-civilista” (como suelen aclarar) sino con una aspiración de ruptura y cambio.
En este plan y con este lenguaje –el de polarizar para romper y cambiar –la estrategia se dirige a interpelar al polo principal en la competición política (el PP), dejando al margen a los que quedan en medio (PSOE e IU). Por eso, especulo, veremos como poco a poco la lucha entre partidos se irá focalizando entre PP y Podemos. De hecho, ya empezamos a verlo. Pensar si esto es bueno o malo para el PP podría ser objeto de otra reflexión. A priori, creo que bueno. Le va bien la polarización. O como me dijo un colega economista “si Podemos no existiera, el PP querría inventarlo”.
Según esta hipótesis nos espera, quizá no mañana pero sí pasado mañana, un nuevo bipartidismo en donde los ciudadanos tengamos que terminar definiéndonos, identificándonos, con unos o con otros. ¿Eres pro- o anti- Podemos? Unos escogerán bando sin pestañar. Otros se definirán en función de sus enemigos. El resto, desfalleceremos de agotamiento y hastío.
Es cierto, como señalaba Pepe Fernández-Albertos en este mismo blog, que la polarización política probablemente responda a unas condiciones iniciales consecuencias de la crisis económica y social, pero sin duda –en sintonía con su estrategia – Podemos la aumenta y magnifica. Y, aún más, hace de ella su bandera para “asaltar los cielos”.
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NOTAS
[1] A IU en el 2.67, al PSOE en el 4.61, a UPyD en el 5.55, y al PP en el 8,24.
[2] Tengo que señalar que, como me sugería hace poco un sociólogo y buen polemista allí donde los haya –Jorge Solá – puede que estos datos refuten el discurso de Podemos sobre la idoneidad del eje izquierda-derecha, o no. ¿Por qué? Se los explico con sus palabras: “Porque lo que no sabemos es si ha cambiado el significado o la importancia que le da la gente a (1) su identificación ideológica y/o a, más importante quizás, (2) las apelaciones ideológicas de los partidos y otros actores políticos.
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