Una de nuestras tareas como politólogos es el de tratar de encontrar racionalidad a las decisiones de los actores políticos, especialmente aquellas que pueden resultar difíciles de comprender a primera vista. Los periodistas con frecuencia nos preguntan si esta o aquella decisión de un partido les saldrá rentable, si aciertan o se equivocan haciendo esto o lo otro. Personalmente, creo que en la mayor parte de los casos los mejor cualificados para responder a estas preguntas son los propios partidos. Al fin y al cabo, dedican mucho más tiempo y recursos que nosotros a pensar qué es lo más les conviene. Esto no quiere decir que no cometan errores, pero por lo general no creo que desde fuera estemos mejor posicionados para detectarlos.
En mi humilde opinión, nuestra tarea como politólogos no es tanto decir cuándo lo hacen “bien” y cuándo “mal”, sino más bien proponer explicaciones que doten de racionalidad a su comportamiento. Si además consideramos que ese comportamiento no es deseable porque interfiere con un bien superior, entender la racionalidad que hay detrás es un ejercicio mucho más constructivo. Decir “qué horror, el partido hace X, deben de ser tontos o irracionales” no nos lleva a ninguna parte. Decir “qué horror, el partido hace X porque le conviene en la presencia de Y y Z”, nos dice algo útil: cambiemos Y y Z, y el partido a lo mejor deja de hacer X.
Es con este prisma con el que trataré de explicar la decisión de Ciudadanos de anunciar formalmente su negativa a pactar con el PSOE después de las elecciones generales. Es una decisión ciertamente llamativa: en el momento en el que todas las encuestas indican que un partido de extrema derecha está a punto de convertirse en parlamentario y podría ser clave para la conformación de una nueva mayoría de gobierno, nuestro partido liberal y centrista anuncia un veto… al partido socialdemócrata en el poder. Algunos ven esta estrategia autodestructiva para el mismo Ciudadanos: ¿cómo mantener el perfil de fuerza moderada y liberal después de esto? ¿No alejará esta estrategia a los votantes moderados que prefieren mayorías de partidos centristas y que rechazan la colaboración con las fuerzas extremistas?
El gráfico 1 usa los microdatos del último barómetro del CIS disponible, el de diciembre de 2018, y muestra cuánto de cercanos se sienten los entrevistados ubicados en las posiciones centrales de la escala ideológica (del 4 al 7 en la conocida escala de 1 a 10) al Partido Socialista y al Partido Popular. Si Ciudadanos aspira a conquistar el centro (nótese que en el 4 y el 5 están más del 40% de los españoles, y en el 6 y en el 7 el 20%), resulta extraño mandar una señal tan clara de distanciamiento respecto al PSOE, que es el partido percibido como más próximo para este grupo central de votantes.
Gráfico 1. Cercanía (en puntos en la escala ideológica) de los votantes de centro a PSOE y PP (Fuente: CIS, Barómetro Diciembre 2018)
Además, si como los propios líderes de Ciudadanos repiten, el nuevo eje de conflicto político ya no es entre izquierdas y derechas, sino entre cosmopolitas y nacionalistas, ¿cómo explicar que una fuerza abierta y europeísta excluya antes de su estrategia de alianzas a un partido de la familia socialdemócrata que a una fuerza con un discurso xenófobo y crítico con el proceso de integración europea? Sin duda, la decisión de Ciudadanos merece de una explicación.
La mía está construida a partir de tres elementos: la primacía de la cuestión catalana, la naturaleza del sistema electoral español, y la extraordinaria dependencia del partido en este contexto a las ideas de sus votantes marginales.
La crisis catalana alteró la naturaleza del electorado de Ciudadanos. En el Barómetro de julio de 2017, el último antes de las leyes de desconexión de septiembre, el referéndum del 1-O, la declaración de independencia y la activación del artículo 155, el CIS estimaba que, de celebrarse elecciones, Ciudadanos obtendría un 14,5% del voto. Nueve meses después, Ciudadanos había logrado situarse en el 22,4%, en empate técnico con PP y PSOE. Gracias a la crisis catalana, Ciudadanos había logrado atraer a una pequeña proporción de votantes socialistas preocupados por la cuestión nacional, pero, sobre todo, había logrado penetrar en el electorado popular con mucha más fuerza que antes. La primera consecuencia es que por culpa de este crecimiento Ciudadanos se encontró con un electorado diferente al que le vio nacer: ahora sus simpatizantes están más preocupados por la cuestión catalana, y procedían en una proporción mayor que antes del Partido Popular. No iba a ser tan fácil satisfacerles con mensajes abiertamente centristas y “equidistantes” entre socialistas y populares.
Pero este cambio tuvo una segunda consecuencia: el éxito en las encuestas hizo pensar a Ciudadanos que podía aspirar a algo más que a ser un partido bisagra. Su atractivo entre antiguos votantes populares, y la posterior crisis del PP tras el éxito de la moción de censura de Pedro Sánchez alimentó su expectativa de que podría convertirse en el partido de oposición frente al recién investido gobierno socialista. Si Ciudadanos lograba sustituir al PP como partido hegemónico en el ámbito del centro-derecha, la llegada de Albert Rivera a la Moncloa sería cuestión de tiempo, debieron de pensar en el partido naranja.
En la disyuntiva entre ser un partido bisagra central que condiciona gobiernos y políticas o intentar ser el partido hegemónico de la derecha, un factor adicional que conviene tener en cuenta es nuestro sistema electoral. La razón es la siguiente: como es bien sabido, nuestro sistema penaliza a los partidos pequeños de ámbito nacional. Y un partido bisagra que caiga al 10% del voto es susceptible de convertirse en parlamentariamente irrelevante. Ciudadanos lo ha sufrido ya en su corta vida. Entre 2015 y 2016, cayó del 13,9% al 13,1% del voto, pero esa pequeña pérdida de apoyos se tradujo en una caída del 20% en sus escaños.
En definitiva, en el contexto multipartidista español, ser un pequeño mediano de centro es atractivo porque esa posición pivotal permite tener influencia en casi todos los escenarios. Pero un partido pequeño es intrínsecamente vulnerable en términos electorales, lo que obliga a sus líderes a ser extraordinariamente sensibles a los cambios de humor de sus votantes. Esto nos lleva al tercer punto: las preferencias de los votantes “marginales” de Ciudadanos.
- El derechizado votante marginal de Ciudadanos
Así pues, Ciudadanos tiene que elegir entre intentar ser un partido hegemónico de la derecha, o ser un partido bisagra capaz de explotar su posición central en el tablero. Si elige lo primero, es evidente que estará obligado a ofrecer propuestas que resulten atractivas a los votantes de derecha. Si elige lo segundo, por las razones discutidas en el punto interior, debe ser muy sensible a lo que le pide su votante “marginal” (aquel que está dudando entre si votarlo o no). Lo interesante es que, en este segundo caso, la estrategia que maximiza votos (o que corre menos riesgo de perderlos) es la misma que en la primera: acercarse a la derecha y alejarse del PSOE.
Para verlo, los dos gráficos siguientes toman de nuevo datos del Barómetro del CIS de diciembre de 2018, y muestran, respectivamente, el porcentaje de encuestados que creen que un Gobierno del PP lo haría mejor o peor que el Gobierno del PSOE (gráfico 2), y los que valoran mejor a Casado que Sánchez y viceversa (gráfico 3). Los dos gráficos diferencian entre cuatro tipos de encuestados: los votantes “fieles” de Ciudadanos (aquellos que votaron Ciudadanos en 2016 y tienen intención de volver a hacerlo), los votantes “marginales” (entendidos como los votantes “nuevos” que aún no están fidelizados, y los antiguos votantes que ahora no están decididos a repetir), y el resto del electorado.
Gráfico 2. Porcentaje de encuestados que creen que un gobierno del PP lo haría mejor y peor que el Gobierno actual del PSOE, por tipo de votante (Fuente: CIS, Barómetro Diciembre 2018).
Gráfico 3. Porcentaje de encuestados que dan una valoración más alta a Casado que a Sánchez y a Sánchez que a Casado, por tipo de votante (Fuente: CIS, Barómetro Diciembre 2018).
Los gráficos muestran que a pesar de que el conjunto del electorado tiene una clara preferencia por Sánchez respecto a Casado y por el gobierno del PSOE respecto a un hipotético gobierno del PP(la última columna de los gráficos representa al 85% de los entrevistados) , entre los votantes de Ciudadanos, y especialmente entre aquellos más “marginales” (aquellos que el partido debe atender más para no perder apoyos), ocurre exactamente lo contrario. Los votantes marginales de Ciudadanos valoran mejor a Casado que a Sánchez y, sobre todo, creen que un gobierno del PP sería mejor que uno del PSOE (esto segundo, de hecho, no lo creen tanto los votantes “fieles” del partido). La aparición de Vox, partido hacia el cual de acuerdo a las todas las encuestas se están yendo muchos de los antiguos votantes de Ciudadanos, debería amplificar aún más estos resultados.
El cortejo de Ciudadanos al votante derechista sería, por tanto, racional en términos electorales: tanto si se aspira a conquistar el espacio del PP, como si se quiere mantener un porcentaje de apoyo mínimo para poder ser bisagra, es comprensible que Ciudadanos acabe defendiendo posiciones bastante más derechistas que las que asociaríamos a un partido liberal de centro. Sobre las consecuencias que ello tendrá en el medio y largo plazo para el partido y nuestra democracia tendremos que hablar otro día.