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No soy racista pero... Preferencias raciales en tiempos de Tinder

12 de junio de 2024 22:18 h

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Que solemos emparejarnos con personas similares a nosotros es una regularidad empírica tozuda. Los miembros de las parejas se suelen parecer tanto en características adscritas –la raza, el nivel socioeconómico de los padres– como en características más o menos adquiridas –el nivel educativo o el estatus ocupacional alcanzados, los estilos de vida, las preferencias políticas. La ciencia social del emparejamiento ha hecho un buen trabajo describiendo cómo de iguales son las parejas, pero ha encontrado más dificultades para determinar si esta homogamia se debe a una preferencia genuina por lo igual o a la simple disponibilidad en el entorno de más personas elegibles con las características que valoramos (lo que se conoce como los mercados matrimoniales o mercados del emparejamiento).

Si preguntamos al público por sus preferencias respecto a ciertas características en sus parejas sexuales o románticas, es probable que no declaren toda la verdad. En toda la investigación sobre opiniones y actitudes, pero mucho más en aquella que se interesa por cuestiones íntimas, sensibles o controvertidas, los datos que recogemos tienen el riesgo de presentar sesgos de deseabilidad social. Las preferencias raciales son un caso evidente en el que simplemente preguntar a los ciudadanos puede dar lugar a conclusiones inválidas. Para superar este reto y captar las preferencias reales de los individuos de manera más precisa, en las últimas décadas se recurre con creciente frecuencia a los diseños experimentales.

La mayor parte del emparejamiento, sea casual o con intención más estable, ya sucede hoy en día a través del mundo digital. Éste ha desplazado claramente a los tradicionales intermediarios para conocerse como el entorno laboral o educativo, la familia o el grupo de amigos. Las aplicaciones para ligar han proliferado extraordinariamente en los últimos años y se han consolidado como herramientas de uso cotidiano y que cuentan con un público cada vez más transversal. Tinder es la aplicación para conocer parejas más utilizada en España, con más de un millón y medio de usuarios únicos según datos de GfK. Ligar en el mundo digital ofrece oportunidades para acceder a un número muy superior de personas y una mayor variedad de perfiles que nuestro habitual entorno analógico. Una persona que desee emparejarse fuera del propio grupo (por ejemplo, un blanco interesado en conocer y potencialmente establecer una relación puntual o duradera con una persona negra) haría bien en acceder a las aplicaciones para ligar porque en ellas el mercado matrimonial que permita la diversidad social es notablemente más amplio. Además, como estas aplicaciones tienen incorporadas herramientas para filtrar muy fácilmente a los candidatos según las características que cada uno valore, también hacen que el proceso pueda ajustarse más a las preferencias íntimas, reales e intrínsecas que tan difícil es que se expresen libremente en las encuestas. Este mayor ajuste puede operar fomentando lo similar o lo diferente. Investigar el emparejamiento en el mundo digital ofrece, por lo tanto, una gran oportunidad para analizar las preferencias raciales reales, reveladas por las decisiones que toman los propios usuarios.

En un artículo recientemente publicado con Ainhoa Arranz, investigadora en formación en la Universidad Libre de Ámsterdam, abordamos esta cuestión usando un diseño experimental propio (el artículo está disponible en abierto aquí). Previo visto bueno del comité de ética de la UNED, creamos en Tinder perfiles ficticios (pero creíbles) de usuarios en los que solamente difería el sexo (2 categorías: hombre o mujer), su color de piel (2 categorías: negro o blanco) y los gustos sexuales (2 categorías: heterosexuales u homosexuales), dando lugar así a 8 perfiles hipotéticos con todas las posibles combinaciones. Para maximizar la parsimonia del diseño y simplificar la interpretación de los resultados se obviaron otras condiciones (por ejemplo, personas que se declaran no binarias, otros tonos de piel y otras preferencias sexuales). Además, se mantuvo constante para todos los perfiles la edad, que se fijó en los 26 años. Como lugar de residencia –y lugar de geolocalización de los perfiles creados– se seleccionó Madrid, la ciudad más grande de España y un contexto con suficiente población racialmente diversa (el 14% de sus habitantes tenía nacionalidad extranjera cuando se hizo el campo) y con una escena homosexual bastante vibrante que hace que todos los perfiles sean realistas y que todos cuenten en principio con pools amplios de personas potencialmente interesadas.

Se utilizaron fotos extraídas del Face Research Lab London Set. Todas ellas habían sido valoradas por miles de usuarios como de belleza media. Para mantener fijas (y relativamente neutras) las aficiones, se presentaba, para todos los perfiles, una fotografía adicional de espaldas en un entorno natural, extraída de Unsplash y editada. Todos compartían, además, gustos en torno al cine y a la gastronomía. Los nombres de las breves biografías que acompañan al perfil se seleccionaron usando los más comunes para hombres y mujeres nacidos en la década de los noventa en España, según el INE. Así, en los perfiles de piel negra se usó Alejandro y María, para evitar señalizar un origen extranjero, y en los de piel blanca David y Marta.

Nuestros 8 buscadores de pareja ficticios declararon interés en personas de entre 20 y 36 años que estuvieran a menos de 160 kilómetros de distancia. La mitad buscaba personas del mismo sexo y el resto de distinto. Los perfiles estuvieron activos secuencialmente y todos los datos se recogieron entre abril y mayo de 2022. Se programó un algoritmo para que cada uno de nuestros ocho perfiles explorara 650 usuarios de Tinder con esas características (además de la preferencia sexual correspondiente en cada caso, homosexual o heterosexual) y diera like aleatoriamente al 80% de ellos, siempre excluyendo los usuarios sin fotografía o que ofrecieran servicios comerciales. La aleatoriedad evitaba, por una parte, que la aplicación identificara actividad no humana y arruinara el experimento, y además hacía que la selección de potenciales likes y matches no estuviera sujeta a sesgos en los que pudiéramos incurrir las investigadoras. Registramos el número diario de likes, matches y mensajes (conversaciones) recibidos por cada perfil, anonimizando la identidad de los usuarios.

España es, de acuerdo, con las encuestas de opinión pública existentes, un país relativamente tolerante con la diversidad en general, y la racial y étnica en particular, y con una proporción pequeña que declara explícitamente actitudes xenófobas o racistas. No obstante, nuestro análisis de las reacciones de los usuarios de Tinder desmiente rotundamente este lugar común. Como no es posible conocer el número total de visionados de cada perfil, los resultados que nos interesan son el número total de likes, pero sobre todo los porcentajes de matches y de conversaciones recibidos por cada uno, y la comparación sistemática de estos resultados entre los candidatos blancos y los negros. Nuestros candidatos de piel negra obtuvieron, en media, un 8% menos matches y un 5,5% menos conversaciones. Marta (la candidata blanca, en la condición heterosexual) recibió casi 7.500 likes, un 54% de matches y un 33% de conversaciones. Su contraparte María (la candidata negra, en la condición heterosexual) logró casi 5.000 likes, un 44% de matches y solamente un 18% de conversaciones. Este mismo patrón –más likes totales, más matches y más conversaciones para la persona de piel blanca–se repite para el resto de comparaciones: hombres blanco y negro heterosexuales, mujer blanca y negra homosexuales, hombre blanco y negro homosexuales. Además, aunque esperábamos que las personas homosexuales fueran menos proclives al prejuicio racial (por ejemplo porque, al contar con un pool más restringido, tuvieran más incentivos a cruzar la barrera racial), los resultados indican que, en este grupo, y en especial entre las mujeres, hay en realidad una preferencia mucho más intensa por parejas o encuentros sexuales con personas de piel blanca.

Nuestros resultados son posiblemente estimaciones conservadoras de la verdadera magnitud de la preferencia por parejas blancas. Por una parte, porque nuestros perfiles hipotéticos de piel negra señalizan a través de sus nombres que son españoles. Es probable que esos mismos perfiles hubieran recibido menos interacciones con nombres marcadamente africanos, si indicaran explícitamente un país de nacimiento distinto a España o si presentaran otros marcadores distintivos de su país de origen o cultura, como ropas en las fotografías o estilos de vida en la bio. Por otra parte, porque la aplicación no se usa necesariamente para buscar relaciones estables. La literatura especializada indica que es más probable explorar relaciones interraciales si éstas se conciben como esporádicas que si se pretende que sean duraderas.

Las aplicaciones para encontrar pareja permiten en principio aumentar las probabilidades de acceder a un pool de candidatos más amplio y diverso que el entorno físico y superar así la escasez de personas con características distintas a las propias de nuestros círculos, en los que prevalece la endogamia. A la vista de los resultados de nuestro experimento, en el que los sujetos pueden expresar y materializar, de manera privada y libre del juicio ajeno, sus preferencias reales, parece más bien que el entorno digital da cobertura, o al menos no impide, el prejuicio racial. Si bien podemos afirmar que las preferencias por parejas sexuales o románticas blancas son dominantes, no podemos ir más allá y determinar a qué se deben. En todo caso, los resultados están en sintonía con conclusiones similares en ámbitos de investigación distintos al del emparejamiento –la investigación experimental para determinar prejuicio y discriminación racial se ha centrado sobre todo en el mercado laboral. Los resultados aportan información relevante sobre el grado en que vivimos en sociedades cerradas o abiertas, endogámicas o no, y sobre los posibles obstáculos a la aceptación genuina de la diversidad que caracteriza a las sociedades contemporáneas.

Que solemos emparejarnos con personas similares a nosotros es una regularidad empírica tozuda. Los miembros de las parejas se suelen parecer tanto en características adscritas –la raza, el nivel socioeconómico de los padres– como en características más o menos adquiridas –el nivel educativo o el estatus ocupacional alcanzados, los estilos de vida, las preferencias políticas. La ciencia social del emparejamiento ha hecho un buen trabajo describiendo cómo de iguales son las parejas, pero ha encontrado más dificultades para determinar si esta homogamia se debe a una preferencia genuina por lo igual o a la simple disponibilidad en el entorno de más personas elegibles con las características que valoramos (lo que se conoce como los mercados matrimoniales o mercados del emparejamiento).

Si preguntamos al público por sus preferencias respecto a ciertas características en sus parejas sexuales o románticas, es probable que no declaren toda la verdad. En toda la investigación sobre opiniones y actitudes, pero mucho más en aquella que se interesa por cuestiones íntimas, sensibles o controvertidas, los datos que recogemos tienen el riesgo de presentar sesgos de deseabilidad social. Las preferencias raciales son un caso evidente en el que simplemente preguntar a los ciudadanos puede dar lugar a conclusiones inválidas. Para superar este reto y captar las preferencias reales de los individuos de manera más precisa, en las últimas décadas se recurre con creciente frecuencia a los diseños experimentales.