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Me cago en el buenismo

24 de diciembre de 2020 06:00 h

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Me hubiera gustado empezar este escrito diciendo que me cago en la responsabilidad afectiva pero no estoy preparada para la que me podría caer. Sí diré que me cago muy fuerte en la condescendencia y en el buenismo. Quiero exponer alguna de las cuestiones que plantea Leonor Silvestri (que, si no sabéis quién es, os recomiendo buscar, leer, estudiar y aportar) sobre eso que me resuena últimamente cuando se habla de responsabilidad afectiva en los, valga la redundancia, afectos o en las relaciones sexoafectivas (sexuales, vaya).

Por lo general, sospecho de todo aquello que se vuelve mainstream y con las afecciones, sentimientos y procesos terapéuticos, creo que está pasando un poco esto: se han puesto de moda. No es que desconfíe de quienes reciben terapia, yo llevo casi cuatro años trabajando mis relaciones familiares y mis miserias. En cambio, sí sospecho de la condescendencia que ejercemos sobre quienes no hacen terapia o sobre quienes no practican la ya famosa “responsabilidad afectiva”. Creo que ser feministas no nos convierte en terapeutas (ni falta que nos hace,) ni en seres de luz que no hacen daño. Tampoco nos convierte en seres con una superdotada emocionalidad. No, compañeras, hay personas que no poseen ciertas herramientas y que, sobre todo, no se relacionan en los términos de una misma. 

Leonor Silvestri me enseña, desde que la sigo, a pensar. Como bien recalca, la responsabilidad afectiva no tiene en cuenta otras maneras de establecer relaciones ni de vivirlas ya que "parte de supuestos donde todas las persona manejan un mismo código” y esto es problemático porque, como he mencionado antes, no todas nos relacionamos en el mismo marco. Además, da por hecho “que todos los cuerpos son capaces de vínculos múltiples”, lo cual es capacitista. No pretendo defender a los señoros cisheteros que maltratan (podría interpretarse eso) si no asumir que, muchas veces, lo que necesitamos nosotras, no nos lo pueden dar. Creo, además, que no juntarse con señores cisheteros podría ser un buen ejercicio de responsabilidad, pero con una misma. El ser feministas no nos relega a ser expertas en relaciones de ningún tipo. Nos enseña –en mi caso– a cuestionar qué tipo de relaciones queremos.

Como afirma Silvestri, la responsabilidad afectiva, "define protocolos universales de comportamiento”. Esto es: damos por hecho que existe una buena –o correcta– manera de hacer las cosas y de comportarse. Es cierto que ciertas actitudes responden a un sistema y es cierto, también, que debemos cuestionarlas. Pero, ¿queremos que todo el mundo se comporte de la misma manera y responda igual ante situaciones diferentes? ¿Qué pasa cuando no nos responden de la manera que necesitamos? ¿Aplicamos un castigo? ¿Queremos ser punitivas? No puedo evitar sentir, además, que esta cuestión tiene algo de moral puesto que “prescribe la validez de un mismo axioma, o su contrario, para todo el mundo”, como afirma Leo. ¿Queremos ser todes iguales? Es posible quedarse triste después de una ruptura, por ejemplo, y el esperar una supuesta responsabilidad afectiva “no nos permite reaccionar si no es de manera reactiva”. Si no respondes como yo necesito, es probable que me causes dolor y, por tanto, te acusaré de persona irresponsable afectivamente. ¿Esto es justo? Y, sobre todo, ¿es empoderante? Se pregunta Leonor, “¿qué hacemos con esas personas que nos tratan mal?”. Siempre podremos recurrir al escrache o a desearle todo el mal del mundo. También podemos pensar en otras maneras de relacionarnos. La soledad política, por ejemplo, podría ser una opción porque “decirle que sí al sexo no es decirle que no al poder”. Y decir que sí a una fiesta clandestina en medio de una pandemia, también es decirle que sí al poder. ¿O la responsabilidad afectiva no se aplica en estas situaciones de pandemia? Pregunto porque no lo sé.

Leonor, con enfermedad crónica, plantea que, para una persona con diversidad funcional, “el no practicar la llamada responsabilidad afectiva podría llegar a ser, incluso, una manera de no someterse a ciertos mandatos”. Aunque, lo más probable, es que no nos hayamos acordado de este colectivo. Yo tampoco hasta que escuché a Leo. Solo espero que, como bien dice la escritora, no estemos llamando responsabilidad afectiva a la novia fiel de toda la vida ni pensemos que querer es poder. Porque no, querer no es poder. Sencillamente, hay personas que no pueden o no quieren y yo, personalmente, no me ofendo si no me responden a un mensaje. Tiendo a no esperar nada de nadie, lo cual tiene que ver con mi proceso por el que me he convertido en quien soy hoy en día. No existe un manual de buenas relaciones feministas. No podemos sostener esa idea de una falta de porque, automáticamente, nos sitúa en el lugar de la deuda, de la espera. Asumir esto es mierdoso y supone no caer en la esperanza ni en la proyección, cosa que no es fácil. Así que, por favor, dejemos de mandar a la gente a que haga terapia o a exigirle actitudes con las que no pueden lidiar, ya sea porque no saben o porque, simplemente, no quieren.

Me hubiera gustado empezar este escrito diciendo que me cago en la responsabilidad afectiva pero no estoy preparada para la que me podría caer. Sí diré que me cago muy fuerte en la condescendencia y en el buenismo. Quiero exponer alguna de las cuestiones que plantea Leonor Silvestri (que, si no sabéis quién es, os recomiendo buscar, leer, estudiar y aportar) sobre eso que me resuena últimamente cuando se habla de responsabilidad afectiva en los, valga la redundancia, afectos o en las relaciones sexoafectivas (sexuales, vaya).

Por lo general, sospecho de todo aquello que se vuelve mainstream y con las afecciones, sentimientos y procesos terapéuticos, creo que está pasando un poco esto: se han puesto de moda. No es que desconfíe de quienes reciben terapia, yo llevo casi cuatro años trabajando mis relaciones familiares y mis miserias. En cambio, sí sospecho de la condescendencia que ejercemos sobre quienes no hacen terapia o sobre quienes no practican la ya famosa “responsabilidad afectiva”. Creo que ser feministas no nos convierte en terapeutas (ni falta que nos hace,) ni en seres de luz que no hacen daño. Tampoco nos convierte en seres con una superdotada emocionalidad. No, compañeras, hay personas que no poseen ciertas herramientas y que, sobre todo, no se relacionan en los términos de una misma.