Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

La cerveza que nos robaron a las mujeres

Hay un ejemplo que Judy Wajcman recoge en su libro ‘El tecnofeminismo’ y que creo que resume muy bien de qué hablamos cuando hablamos de la alianza patriarcal y capitalista. Es el ejemplo del teclado QWERTY, el que conocemos y manejamos hoy en día y que sustituyó en su momento a la linotipia. Los obreros que manejaban la linotipia se sublevaron contra este cambio porque introducir un nuevo teclado significaba acabar con su trabajo especializado y que las mujeres pudieran entrar a hacer ese trabajo. Wajcman señala que la especialización del trabajo supone la sexualización o generización del mismo, y este ejemplo muestra cómo la lucha obrera fue en muchos casos la lucha del obrero, por mucho que se esfuercen en decirnos que la clase trabajadora es una y la misma. El caso es que, finalmente, si las mujeres entraron a trabajar con el teclado QWERTY no fue tanto un logro feminista sino una decisión de las patronales, que vieron la oportunidad de abaratar la mano de obra diciendo que el trabajo era menos especializado y pagando menos por él, cuando lo cierto es que se les pagaba menos por ser mujeres, que venían de no tener salario. Sabían que iban a quejarse menos.

Me he encontrado con este mismo tema cada vez que he investigado sobre mujer y clase. En las envasadoras de Almería, donde se justifica el menor salario diciendo que requiere menos esfuerzo que el de mozo de almacén o agricultor, por ejemplo. En las gerocultoras, cuyo trabajo cuidando a personas ancianas se resume en “limpiar culos” para quitarle valor. En las mineras que, como no trabajaban normalmente en el propio agujero su labor de limpiadoras de mineral, se consideraba menos dura. Incluso cuando eran cargadoras, antes de que la maquinaria hiciera ese trabajo, se pretendía que esta labor era menos costosa y especializada. Wajcman habla de la especialización del trabajo como forma de dividirlo sexualmente y, por lo que se ve, la especialización puede ser por conocimiento o por fuerza física. Se repite que por nuestra complexión hacemos trabajos menos costosos, aunque luego las mujeres realicen labores que requieren tanto esfuerzo como los tradicionalmente masculinos.

El viernes pasado fue Alba Donadeu, maestra cervecera, la que nos contó otro ejemplo de esta alianza patriarcal y capitalista. No está claro si fue en China o en Mesopotamia, la fecha también oscila entre el 10.000 y el 4.000 a.C., pero parece claro que la cerveza la inventaron las mujeres. No es extraño, según explica Donadeu, puesto que eran ellas las que se quedaban cocinando mientras ellos salían a cazar y así siguió siendo durante siglos. Las mujeres estaban elaborando una forma de alimento mezclando hierbas con granos de cereal y agua y cocinándolos, cuando descubrieron que aquello fermentaba, cumpliendo otra función además de la de saciar. Soy aficionada a la birra mala, rubia, con poco cuerpo y poca personalidad. Lo que yo llamo erróneamente una caña de toda la vida y Alba Donadeu llama producto de baja calidad hecho por las grandes empresas cerveceras para sacar alta rentabilidad y que desemboca en un producto homogéneo: casi da lo mismo tomar una caña que otra. Lo importante en esos casos, dice ella, es que la birra esté bien fría, claro, para que se nos congelen las papilas gustativas y el sabor más bien malo no se aprecie. Pero la cerveza de calidad, esa que tiene matices y es artesana, es mejor beberla a temperatura ambiente. Ambiente de Bilbao, se entiende, no ambiente de Mongolia, donde por estas fechas rondan los menos diez grados.

Total, que el viernes pasado en un polígono industrial de Mungia las temperaturas se sentían tan amables como una tarde de enero en Ulán Bator y ahí estábamos toda la redacción de Pikara Magazine, en noche cerrada a pesar de ser las siete de la tarde. Encogidas de frío y de congoja por conocer, al fin, el sabor de nuestra cerveza, una artesana elaborada por la marca vasca Boga para celebrar que cumplimos casi diez años haciendo periodismo feminista. Alba Donadeu había avisado de que Pixkanaka sabía a caramelo. Vale, pensé, una cerveza que para mí no es cerveza y seguro que con una ya tengo bastante. Pero bueno, ahí estábamos, los cañeros rebosantes de Pixkanaka templada, galletas hechas por un repostero local con piel de naranja, canela y chocolate, la cantautora Birkit haciendo pruebas de sonido para el concierto, algunas suscriptoras de Pikara llegando al polígono; hasta había una camioneta con comida en la puerta. Y yo, dudando bastante de que lo que fuera a tomar supiera a lo que mi cabeza asocia con cerveza. Y claro, no, no sabe a cerveza mala de cañero. Sabe a una birra suave y con un punto amargo que está mucho más rica y que no cansa. Y mientras nos tomábamos unas cuantas, Donadeu nos contaba la historia del brebaje. En fin, dejo el autobombo y sigo con la historia.

La versión que yo conocía era que la cerveza actual fue inventada por monjes. Según cuenta Donadeu, sin embargo, cuando los monjes vieron el potencial de lo que las familias, y en concreto las mujeres, ya estaban haciendo, decidieron invertir en el cultivo de cereales para crear y comercializarla. Es decir, una vez que vieron un negocio próspero, lo monopolizaron. Hasta entonces, las mujeres no solo habían sido quienes la elaboraban, sino también quienes investigaban con sabores, texturas y mezclas. Se cuenta que ellas disponían, tanto en la sociedad mesopotámica como en la sumeria, del espacio específico en la cocina para elaborarla, y el proceso era considerado un ritual. Siglos más tarde, en la sociedad vikinga, seguían siendo ellas las responsables y suyas eran también las licencias y equipos para elaborarla. En Egipto también fue una bebida elaborada por mujeres hasta que se extendió su producción y pasaron a manos de hombres. Lo mismo ocurrió en la Edad Media europea, cuando las licencias pasaron a estar a nombre de los maridos. El cambio legal de licencia puede tener que ver con el hecho de que, para entonces, la cerveza era un bien muy preciado y aunque se elaboraba a nivel familiar, los excedentes se vendían para obtener un ingreso familiar extra. Así, ellas seguían trabajando, pero el producto ya no era suyo. Y el dinero que daba, tampoco. Es probable que en sentido estricto tampoco hubiera sido nunca de quienes la hacían, puesto que aquellas mujeres sumerias probablemente elaboraban cerveza para la señora de la casa. Resulta que la historia en los márgenes siempre nos devuelve el relato de las clases sociales y del patriarcado. Porque a pesar de ese monopolio clerical, la cerveza tal y como la conocemos, la inventó una santa, una mujer. Hildegarda de Bingen introdujo el lúpulo en la elaboración, lo que permitió que la cerveza no se estropeara con tanta facilidad. En la industrialización y hasta hoy en día, son ya las empresas capitalistas las que acaparan la producción y las mujeres han dejado de protagonizar el proceso de elaboración.

Este proceso se homogeneiza, quedando supeditado a conseguir la mayor rentabilidad. Investigar para hacer productos con matices no es lo que más dinero da, en principio. Hasta que llegan las pequeñas empresas de cerveza artesana y vuelven a un paradigma de investigación más allá de esta máxima capitalista. Lo hacen, además, desde un producto que apuesta por lo local. Por ejemplo, varias empresas, entre ellas Boga, investigan para poder autoabastecerse de lúpulo en Euskadi. Es un proyecto a diez años vista en el que están invirtiendo para explorar esta posibilidad. Mientras tanto, apuestan en la medida de lo posible por ingredientes cercanos. Pixkanaka está elaborada con malta de Navarra. Esta vuelta al proceso artesano, dice la maestra cervecera, es una vuelta también a la feminización de esta profesión y una resistencia a la lógica de conseguir el mayor beneficio al mínimo costo a costa de la calidad del producto. Aunque las grandes empresas cerveceras no han tardado en ver el filón de lo que estas pequeñas marcas venden. Y en hacerlo suyo desde un proceso que de artesano solo tiene las etiquetas en colores acartonados, como de no tener dinero. Resumiendo, la historia de la cerveza tiene tantos matices como la birra artesana. Y hasta yo, que soy una bebedora alienada que se traga sin pestañear la caña mala básica, disfruto de estas cervezas artesanas bien hechas. Además, la historia de la cerveza es la historia del patriarcado, similar pero distinta a la del teclado QWERTY. Nos cuenta esa otra parte, la del robo del saber, del trabajo especializado de unas cuantas para el beneficio de unos pocos. En cualquier caso, brindemos: por la historia de las mujeres, por la de las clases bajas, la de todos los desheredados que se han quedado en los márgenes. Y por aquellas que inventaron pócimas y elixires como la birra.

Para leer más:

Si el régimen de interna es esclavo, ¿hay que abolirlo?

Xenofeminismo: la tecnología como promesa de emancipación

Empaquetadoras de tomates en Canarias: voz, memoria y lucha

Hay un ejemplo que Judy Wajcman recoge en su libro ‘El tecnofeminismo’ y que creo que resume muy bien de qué hablamos cuando hablamos de la alianza patriarcal y capitalista. Es el ejemplo del teclado QWERTY, el que conocemos y manejamos hoy en día y que sustituyó en su momento a la linotipia. Los obreros que manejaban la linotipia se sublevaron contra este cambio porque introducir un nuevo teclado significaba acabar con su trabajo especializado y que las mujeres pudieran entrar a hacer ese trabajo. Wajcman señala que la especialización del trabajo supone la sexualización o generización del mismo, y este ejemplo muestra cómo la lucha obrera fue en muchos casos la lucha del obrero, por mucho que se esfuercen en decirnos que la clase trabajadora es una y la misma. El caso es que, finalmente, si las mujeres entraron a trabajar con el teclado QWERTY no fue tanto un logro feminista sino una decisión de las patronales, que vieron la oportunidad de abaratar la mano de obra diciendo que el trabajo era menos especializado y pagando menos por él, cuando lo cierto es que se les pagaba menos por ser mujeres, que venían de no tener salario. Sabían que iban a quejarse menos.

Me he encontrado con este mismo tema cada vez que he investigado sobre mujer y clase. En las envasadoras de Almería, donde se justifica el menor salario diciendo que requiere menos esfuerzo que el de mozo de almacén o agricultor, por ejemplo. En las gerocultoras, cuyo trabajo cuidando a personas ancianas se resume en “limpiar culos” para quitarle valor. En las mineras que, como no trabajaban normalmente en el propio agujero su labor de limpiadoras de mineral, se consideraba menos dura. Incluso cuando eran cargadoras, antes de que la maquinaria hiciera ese trabajo, se pretendía que esta labor era menos costosa y especializada. Wajcman habla de la especialización del trabajo como forma de dividirlo sexualmente y, por lo que se ve, la especialización puede ser por conocimiento o por fuerza física. Se repite que por nuestra complexión hacemos trabajos menos costosos, aunque luego las mujeres realicen labores que requieren tanto esfuerzo como los tradicionalmente masculinos.