Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Cuerpos olvidados
Tres chavales de unos veintitantos años se esconden en el recoveco de una puerta. Unos diez agentes doblan la esquina de la calle. Les siguen dos furgones de la Ertzaintza y los tres chavales se van corriendo. Se escucha cómo, dos calles más allá, los altavoces anuncian que hay que permanecer en casa porque “nos encontramos ante una emergencia sanitaria grave que necesita la colaboración de todos”. Estamos en el barrio de San Francisco, Bilbao. Veo el barrido policial desde mi balcón y veo a un hombre grabando todo lo que pasa a pie de calle. Salgo de casa y el hombre que graba me dice que es periodista.
Su vídeo es un directo para un medio muy leído en el País Vasco al que pone el título de 'Desalojando San Francisco' y donde dice que están “intentando barrer toda la zona, intentando sacar a toda la gente que hay, pero es igual, es complicado”. Narra escuetamente lo que está pasando, como si no dar ningún contexto fuera más periodismo, más objetividad. Como si las imágenes sin palabras no construyeran imaginario y fueran, simplemente, la realidad que pasa: “Están identificando a gente”. En el vídeo, la gente que se ve son chavales racializados. El resto de la grabación son los furgones conduciendo por las calles del barrio, los agentes bajando y acercándose a los chavales. La realidad es ésta. Mientras el recién declarado estado de alarma nos confinaba a nuestras casas, en la calle 2 de Mayo seguía habiendo jóvenes magrebíes.
Como conté en este reportaje, muchos de ellos viven en la calle u ocupando, especialmente cuando cumplen la mayoría de edad, y este barrio es uno de sus lugares de encuentro en la ciudad. Un día entre los 18 años y los 19 es la diferencia entre vivir en un centro o quedarte en la calle. La Cruz Roja ya alertó del aumento de jóvenes sin techo en Bilbao durante el pasado invierno. Los comentarios del vídeo en cuestión aplauden la actuación policial, como si realmente estuviéramos en el acto final de una performance. “Aupa la Ertzaina, mano dura con los que no cumplan”, “es una pena que solo lo hagan ahora”, “es triste decirlo, pero con identificación, detención y extradición, ganaríamos en recursos en sanidad y seguridad”, “así de ordenadas tenían que estar las calles todo el año”.
El día en que se declaró el estado de alarma, el pasado domingo 15 de marzo, también circulaba un vídeo sacado desde la ventana de una casa de la calle San Francisco, frente a la plaza Corazón de María, corazón también del barrio. En el vídeo, el vecino-policía grababa a la gente que estaba en la plaza: “Ahí, bien juntitos, a menos de un metro, jugando a las cartas, algo muy importante a día de hoy”. La gente que aparece en el vídeo, sobra decirlo, también es racializada.
“En Barakaldo, en vez de mantener el centro de día, han abierto el frontón y han llevado ahí a la gente que estaba en los albergues y en la calle”, cuenta Ana Elena Altuna, militante de Ongi Etorri Errefuxiatuak (OEE, Bienvenidos refugiados). “Una amiga de un compañero de Barakaldo que habla árabe y bereber fue allí a explicarles a los chicos lo que estaba pasando, porque muchos no lo entendían bien y estaban atacados. Se está hacinando a mucha gente que vive en la calle, más para que no infecten que para que no se contagien entre ellos, y lo peor es que hay mucha gente que lo aplaude”, añade. En Bilbao, los puntos de encuentro están cerrados, los cursos y los centros de día, también. Se ha derivado a alguna gente del albergue de invierno a un par de polideportivos. “Nos han llegado mensajes de chavales a los que la policía les para cuando están yendo al comedor social, donde les dan la bolsa para que se la lleven, pero tienen que ir hasta allí sí o sí. Además, la policía a veces les pide documentación, y aunque no tienen por qué, son muy amigos de la policía nacional y a veces les avisan si no tienen la documentación en regla. Ayer por la noche ha dormido gente en la calle, nos llegan mensajes de chavales que están durmiendo debajo de un puente. En asuntos sociales están preocupados y esperan tomar las medidas adecuadas. Desde OEE hemos sacado una regleta a la calle para que al menos puedan cargar los móviles”, cuenta Altuna refiriéndose a la primera noche del estado de alarma. La noche del 16 de marzo parece que el Ayuntamiento de Bilbao habilitó cien plazas más. [Actualización: el Consistorio ha ido ampliando plazas los días siguientes].
“Sé pocas cosas de primera mano, la mayoría me las han contado, pero sí sé seguro que en el centro de La Purísima ahora mismo hay 900 personas, porque con el estado de alarma, la policía estaba derivando a los menores que encontraba ahí. Pero han cerrado el centro, ya no entran más. Si ahora mismo hay un menor en la calle en Melilla, ya no entra”, cuenta S. Es voluntaria de las organizaciones Soliday Wheels y No name kitchen y lleva meses trabajando en la calle con los chavales migrados que llegan a Melilla. Como ya contamos en Pikara Magazine, este centro de menores -para hombres- que hay en la Ciudad Autónoma ha sido denunciado en diversas ocasiones por hacinamiento, dado que el número de personas que acoge normalmente casi triplica las 350 plazas que tiene. Si hace unas semanas el hacinamiento era desbordante, ahora la situación se ha complicado todavía más.
Según las instituciones melillenses, el hacinamiento era la única vía porque carecían de otros recursos para derivar a los jóvenes. Ahora, según cuentan las voluntarias que están sobre el terreno, los jóvenes están escondidos. “La policía les pega si se encaran con ellos porque no tienen adonde ir. De momento no hay alternativas, ni para menores ni para mayores, y llevamos ya cinco días así. Aquí todo es muy hermético, pero por lo que sé hay algunos que viven en las chabolas y están encerrados ahí. Tienen miedo porque la policía les persigue, pero claro, antes iban al barrio El Rastro y hacían trabajillos, con lo que ganaban un dinero para pillar verduras. Ahora no sé si tienen acceso a comida”, explica S. Ella y el resto de voluntarias que trabajaban a pie de calle están recluidas en casa, claro.
En los centros la situación no es mejor. Hablo con una educadora social de un centro de menores llevado por una empresa privada financiada con dinero público, como en tantos otros casos, como en el de La Purísima. No quiere decir su nombre ni que se especifique el lugar para no ser despedida, pero el hacinamiento de su lugar de trabajo también ha sido denunciado en varias ocasiones. “El jueves se prohibieron las visitas y que los chavales salieran a la calle. El fin de semana lo hemos pasado como hemos podido. Pensábamos que el lunes nos darían algo pero lo único que tenemos es gel y nada más, ni mascarillas ni nada. Duermen hasta 80 chavales en una habitación de literas, sin respetar las medidas de seguridad porque no se puede, y solo tenemos una habitación por si hay algún caso positivo. Hay chavales que no entienden bien lo que pasa, se ríen. Sé que en otros centros han tomado medidas, cambiando turnos y así. Aquí no. En el momento que caiga uno, caemos todas”, asegura.
La situación de pandemia y confinamiento forzoso es un espejo aumentado de lo que ya éramos. Ha puesto más en evidencia nuestra crisis de cuidados, nuestras diferencias sociales que repercuten en las condiciones materiales de nuestro aislamiento; deja también patente la fragilidad de las medidas contra la violencia machista, que veremos si resisten en un contexto de emergencia sanitaria. Y muestra, también, que existen un montón de cuerpos olvidados: los atravesados por la Ley de Extranjería, los de la gente sintecho o los cuerpos de las personas presas, por poner algunos ejemplos.
Mientras tanto, vemos cómo hay gente que sigue acudiendo al trabajo, aunque su función no sea esencial estos días, lo cual refleja también las “fortalezas” de este sistema: la producción de capital, que resiste a pesar de estar en emergencia sanitaria. Podemos ver, además, que las medidas que se toman no son las adecuadas o no lo son a la primera -ni a la segunda, veremos-; podemos pensar que todo va más lento de lo que debería, que hay cosas que, por hacerlas rápido, se hacen fatal. Pero antes de criminalizar a nadie y clamar al cielo porque aún queda gente fuera de casa, prudencia. Cuando las calles estén al fin ‘limpias’, para tranquilidad de algunos, empezarán las historias, los relatos de adónde llevaron a quienes no tenían dónde ir. Y en qué condiciones. Y puede que nos llevemos las manos a la cabeza. Por la parte que nos toca, antes de darle al rec, córtate el dedo. Antes de soltar racistadas, muérdete la lengua.
Tres chavales de unos veintitantos años se esconden en el recoveco de una puerta. Unos diez agentes doblan la esquina de la calle. Les siguen dos furgones de la Ertzaintza y los tres chavales se van corriendo. Se escucha cómo, dos calles más allá, los altavoces anuncian que hay que permanecer en casa porque “nos encontramos ante una emergencia sanitaria grave que necesita la colaboración de todos”. Estamos en el barrio de San Francisco, Bilbao. Veo el barrido policial desde mi balcón y veo a un hombre grabando todo lo que pasa a pie de calle. Salgo de casa y el hombre que graba me dice que es periodista.
Su vídeo es un directo para un medio muy leído en el País Vasco al que pone el título de 'Desalojando San Francisco' y donde dice que están “intentando barrer toda la zona, intentando sacar a toda la gente que hay, pero es igual, es complicado”. Narra escuetamente lo que está pasando, como si no dar ningún contexto fuera más periodismo, más objetividad. Como si las imágenes sin palabras no construyeran imaginario y fueran, simplemente, la realidad que pasa: “Están identificando a gente”. En el vídeo, la gente que se ve son chavales racializados. El resto de la grabación son los furgones conduciendo por las calles del barrio, los agentes bajando y acercándose a los chavales. La realidad es ésta. Mientras el recién declarado estado de alarma nos confinaba a nuestras casas, en la calle 2 de Mayo seguía habiendo jóvenes magrebíes.