Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Cuidado con tanto autocuidado
Vivimos hiperconectadas e hiperestimuladas (estímulos digitales, los otros ya cada una sabe). Estamos constantemente recibiendo información por múltiples canales. Presentaciones de libros, cursos interesantes, escapadas de fin de semana, canciones, fotografías de las vacaciones de no sé quién. Y estos nuevos canales son maravillosos para la difusión. Para eso están las redes sociales, para visibilizarnos, para dar a conocer nuestro trabajo, nuestras inquietudes, nuestras vidas, y si estamos contentas con nuestro cuerpo, para mostrarlo al mundo. Que para eso lo valemos.
La exaltación del yo se ha convertido en una actividad permanente y omnipresente, propiciada por las redes sociales, aunque no son los únicos elementos implicados. Hemos pasado de quedar a tomar un café con cuatro amigas a ventilar lo que nos pasa vía Instagram o Facebook, a la espera de que las personas que tenemos como ‘amigas’ validen lo que mostramos. Nos nutrimos, cada vez más, de la aprobación digital ante lo que hacemos. Alimento fresco para nuestro ego. Me parece que el entorno digital facilita, y mucho, el egocentrismo. Y no es lo mismo que el egoísmo, aunque son familia; de hecho existe la tipología de egoísmo egocéntrico.
Creo que hay una frontera muy endeble entre esto del egoísmo y el autocuidado, entre aumentar la autoestima y valorar lo que somos, pensamos y sentimos con considerar que tenemos que preservar a toda costa nuestro bienestar, aunque eso suponga no tener tan en cuenta a las demás personas. Nos dicen que hay que quererse a una misma, mimarse, darse caprichos, no juzgarse, darse bañitos de agua caliente (quien sea tan afortunada de tener una bañera) y hacer mindfulness. Que así estaremos mejor y podremos ofrecer lo mejor de nosotras mismas al mundo. Nos dicen que es bueno ser egoístas, aunque el egoísmo se define como un interés desmedido hacia una misma, sin cuidar de las demás personas. Esto no parecería que nos afectara mucho a quienes hemos sido socializadas como mujeres, pues nuestra tendencia natural siempre ha sido la de cuidar y estar pendientes más del entorno que de nosotras. De hecho, cuando hemos intentado reservarnos un poco de tiempo y energía a muchas nos han llamado ‘egoístas’.
Pero ahora está ocurriendo algo peculiar. Vivimos en una danza sentimental que oscila entre el interior, lo íntimo, y lo exterior, lo colectivo, lo social. En ese baile tenemos que dar los pasos idóneos para no perder el equilibrio entre lo propio y lo ajeno. ¿Qué es nuestro y qué no? ¿Qué debemos tolerar de las demás y a qué debemos ponerle límites por nuestro propio bien? Identificar los elementos de nuestra vida que nos provocan malestar o no nos reportan sensaciones positivas es estupendo, pero en ese ‘yo me cuido’ a veces perdemos la perspectiva de las circunstancias vitales de otras personas, de entender actitudes o comportamientos, aunque nosotras nunca haríamos lo mismo, de empatizar con quien ha tenido una historia de vida diferente a la nuestra. ¿Dónde ponemos la frontera cuando la persona que tengo enfrente es racializada, cuando ha cruzado un océano, cuando ha sido víctima de violencia machista, de abusos sexuales, cuando vive con su familia con apenas 400 euros mensuales, cuando trabaja 14 horas al día para cobrar el salario mínimo? ¿Cuánto anteponer el autocuidado en las interacciones cuando las otras, que somos o hemos sido muchas, no tienen ni siquiera la posibilidad de plantearse qué es esto de la autoestima porque están (lógicamente) centradas en sobrevivir?
A veces perdemos la perspectiva de que hay personas con las que nos relacionamos que han tenido un recorrido vital totalmente diferente al nuestro por diferentes injusticias estructurales y, por tanto, van a mantener una relación distinta con ciertas emociones como el enfado, la rabia, la tristeza, la frustración o el abatimiento. No digo que haya que justificar cualquier comportamiento basándonos en las vivencias complicadas de la gente, pero sí creo que es posible dejar un poco a un lado ese autocuidado omnipresente y ejercitar la comprensión, la empatía, el apoyo y la generosidad. ¿Aunque nos estén dañando? Obviamente, no. Si el objetivo hacia el que se enfoca el malestar soy yo, ahí hablamos de otra cosa.
Desde que hace un tiempo comenzó a difundirse la importancia de la salud mental, parece que ir a terapia es algo extendido y que debiera ser necesario y asequible para todas. Sí, la terapia psicológica ayuda mucho, qué duda cabe, te ofrece herramientas y recursos que tus amistades no van a saber ofrecerte. Pero también ayuda pensar, reflexionar, hacer el esfuerzo por entender. Tomarse tiempo para parar y analizar las situaciones. Debatir, argumentar junto a otras te abre también exuberantes caminos.
Creo que en esta vía del autocuidado a veces se nos olvida algo importante. “Conviértete en la mejor versión de ti”, nos dice la llamada psicología positiva. Pero la mejor versión de ti nunca florece únicamente de tu persona, sino que es junto a la comunidad donde brota. Y, además, ¿la mejor versión de ti para qué? ¿No somos seres tendentes a lo colectivo? ¿De qué me sirve una búsqueda de la felicidad individualista si quienes tengo cerca conviven diariamente con un malestar arraigado en lo social? Quizá todo sería más sencillo si, en lugar de centrarnos todo el tiempo en el Yo absoluto y depredador, intentásemos ser la mejor versión de nuestras personas interactuando con el mundo y con las otras. Sembrar, regar y cuidar para conseguir cosecha pero, sobre todo, para compartirla. Así no habrá temporal que pueda estropearla.
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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
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