Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Los cuidados, ¿dónde?
Llevamos un año de cuidado. ¿Cuántas veces hemos escuchado palabras como estas a lo largo de los últimos meses? Aunque sea un lugar común, una frase hecha, quemada. Aunque ya sepamos que la vida se ha desgastado por todas las esquinas durante los últimos meses. Pero en fin, nos gusta decir las cosas y recalcarlas, sean más o menos consabidas.
No tengo claro de dónde viene esa locución, pero el 'de' antepuesto al monumental 'cuidado' hace que el vocablo se desinfle. Porque la realidad es que llevamos un añito donde los cuidados no han estado en el centro. Y no me refiero solo a las tareas domésticas y a la atención de las personas que lo necesitan, aunque creo que es oportuno comenzar por ahí. Porque las labores no compartidas del hogar siguen siendo un punto estrella. Y no, esto no ocurre solo entre parejas o familias clásicas, donde aún se huele el aroma de la impronta machista. Me estoy refiriendo a entornos pro-feministas en los que ya tenemos la toma de conciencia, la asimilación de la necesidad de una igualdad en los cuidados, pero que no se traduce en una puesta en común real de las tareas. Muchas mujeres (hablo de amigas y compañeras) se llevan tanto el peso de su trabajo externo como el que se precisa dentro de las paredes de su casa. Esta sobrecarga se traduce en falta de tiempo, y esa falta de tiempo lo riega todo, como los aspersores de los parques en verano.
Mis amigas no tienen tiempo, muchas veces no tienen tiempo nutritivo para dedicarle a las demás porque ni siquiera tienen tiempo para ellas mismas. Eso provoca que no nos veamos o hablemos todo lo que nos gustaría, que nos perdamos parte de los problemas o no estemos en la cotidianidad las unas de las otras. Claro está que hablo sobre todo de amigas con criaturas, un hecho que creo que marca una frontera en tener más o menos tiempo libre. Si las parejas de mis amigas las cuidaran un poco más, si se ocuparan más de sus hijos e hijas y de las tareas domésticas, entre nosotras también podríamos disfrutarnos más. Como no ocurre así, nos hablamos cuando se puede. Muchas veces rápido, en un mensaje de whatsapp, en un audio al bajar a hacer la compra. Nos vemos cuando encajamos el tiempo, entre cambio de pañal y planificación semanal de la comida. Nada nuevo. Los cuidados funcionan en cadena.
Pero (y para esto ya no es necesario que haya criaturas de por medio) me parece que el problema de fondo es la importancia que para cada cual tiene el espacio laboral y personal, es decir, para las parejas de mis amigas su trabajo es inexpugnable, insoslayable, imperturbable, y todo lo terminado en 'able' que se nos ocurra. No quiere decir que el trabajo de ellas no sea valioso, pero no tanto, o al menos no lo suficiente como para que ellas puedan priorizarlo. Y esto se traduce en que ellos le dedican más tiempo, porque lo necesitan, porque lo merecen, porque sí.
Dejando atrás lo doméstico, creo que los cuidados se manifiestan en toda una serie de actitudes o actuaciones en las que, además del 'yo y mis circunstancias', tengamos en cuenta a las personas con las que compartimos algún ámbito de nuestra vida. Es la base fundamental del estar para otras. La facilitación de ciertas actividades, la flexibilidad, la calidez, la predisposición, la atención de las necesidades, la ayuda, la comunicación (a ser posible comprensiva y constructiva), el interés sincero por las demás vidas, y todo ese largo camino ubicado más allá de nuestra piel que muchas veces no transitamos. Lo he vivido, y también lo habré llevado a cabo sin darme cuenta: el olvido, no preguntar por la salud de un familiar (incluso no saber que un familiar está enfermo), desconectar de alguien durante semanas, desvincularme de personas con las que no ha pasado nada malo, sencillamente 'la vida'. Y no hacer algo por remediarlo.
No es fácil, y cada vez lo es menos, viviendo como vivimos en ciudades donde las prisas, el estrés, la montaña de actividades y el individualismo nos engullen. Viajamos en metro con la cabeza agachada, disueltas en frases cortas, en gestiones, revisando Instagram, sumergidas en la cueva profunda de un aquí y ahora diluido en un pequeño rectángulo. No trato de decir que las nuevas tecnologías propicien el aislamiento y el egoísmo, pero sí creo que están deshumanizándonos. Cuántas no hemos visto imágenes de criaturas que van junto a padres y madres como imanes con sus dedos pegados al móvil. Cuántas imágenes de personas sentadas a una mesa donde cada cual manipula su artefactito. Cuántas personas vemos por la calle caminando a pocos milímetros de distancia sin saber (¿lo saben ellas?) si van juntas o cada cual por su cuenta. Si no cuidamos a quien tenemos al lado, ¿cómo vamos a cuidar a quien vive en otro territorio? O quizá las preguntas sean otras: ¿qué entendemos por cuidar? ¿Nos está cambiando la manera de cuidar a las demás? ¿Están los mensajes sustituyendo a plácidas conversaciones en la que expresarse y dedicarse tiempo? Yo creo que algo de esto sí está pasando. El tiempo. No tenemos tiempo y hacemos lo que podemos. Y lo que podemos es poco, bastante poco y bastante mejorable. La cibervida que ha fomentado la COVID-19 ha contagiado también las relaciones, el flujo de información tecnológica ha estallado. Lo virtual, esa nube compuesta de bits, es cada vez más inabarcable. Y reconozco que a mí me da cada vez más miedo pensar y contemplar a los seres-máquinas en los que nos estamos convirtiendo.
Hace un año, el virus inundó de contenido diario y sanitario nuestras frágiles vidas. Aunque ya antes venía fraguándose un cambio, la pandemia nos aisló, hizo que nos recluyésemos y nos obligó a trasladar los afectos a una nueva dimensión. Una dimensión virtual donde nos hemos desdibujado como el papel con manchas de agua. La confluencia entre productividad, tecnología y la desigualdad en los cuidados es arriesgada. Sobre todo para nosotras, y sobre todo si hacemos lo más elástica posible la palabra cuidados.
A mí lo que me gustaría de verdad es irme a un parque, puestas a ser ambiciosas me encantaría aparecer en mi pueblo y sentarme en el corral, o en un banco de la calle en el que se proyecte el sol y nos ilumine un poco de aire, con mis amigas a un lado y mi abuela al otro. Y comer la entomatá que ella preparaba antes, o algún bizcocho de la panadería, o unos helados, cualquier comida (que siempre al aire libre sabe mejor). Y hablar, y reír, y convertir el día en ese lugar calentito del que emanan las buenas noticias. Y olvidarnos del móvil, el ordenador, los virus, los problemas. Olvidarnos de Facebook, de Twitter de Instagram. Olvidarnos de todo y quedarnos con la vida, la del abrazo, la de las charlas, la del encuentro. La de verdad.
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