Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Los hombres por la igualdad y las feministas, una relación complicada
Saber que hay hombres organizándose para revisar su masculinidad y sensibilizar a otros hombres para que se impliquen a favor de la igualdad de género y contra las violencias machistas es algo que a priori entusiasma y esperanza. Cuando fundamos Pikara Magazine dejamos claro desde el principio que no se trata de una revista de mujeres para mujeres, y que queríamos que nuestra propuesta de periodismo y opinión con perspectiva de género fuera atractivo para cualquier persona con convicciones antisexistas.
Que nuestro equipo esté mayoritariamente formado por mujeres es reflejo de que somos nosotras las que seguimos sintiéndonos más convocadas por los proyectos a favor de la igualdad de género, de la misma forma que somos mayoría aplastante en cualquier actividad planteada como mixta pero que suene a feminista. Pero desde el inicio hemos incluido a firmas masculinas, tanto periodísticas como de opinión; entre estas segundas, han aportado análisis sobre temas como las estrategias de los posmachistas (Miguel Lorente Acosta), la paternidad (José Ángel Lozoya), la homofobia y el capitalismo rosa (Óscar Guasch) o los estereotipos que pesan sobre la masculinidad afro (Martín Niérez).
El caso es que las relaciones entre el movimiento feminista y el de los hombres por la igualdad están marcadas en buena medida por los recelos y las tensiones. Josetxu Riviere, integrante de la Red de Hombres por la Igualdad, publicó recientemente un artículo en el que repasa algunas de esas fricciones (los protagonismos, los presupuestos dedicados a políticas de igualdad dirigidas a hombres...) y expone su propuesta como parte del movimiento de hombres por la igualdad.
De alguna manera, contesta al análisis crítico que hace Jokin Aspiazu al discurso de las nuevas masculinidades, y que publicamos hace un año. Aspiazu cuestionaba entre otros aspectos el agravio comparativo de que las accciones de hombres por la igualdad logren mayor atención mediática y social que la de los grupos de mujeres, que sus teorías sean auto-referenciales en vez de nutrirse del pensamiento feminista, que tiende a referirse a un modelo concreto de hombre que a menudo excluye a los gais y a los transexuales...
Y termina así: “En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del sexo, (...) los debates han sido ricos y productivos. Sin embargo, nosotros todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué hacer con la masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla? Parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la masculinidad, seguramente porque de manera consciente e inconsciente sabemos que los privilegios que nos aporta no están nada mal. Pero aún cuando hacemos un intento de cuestionar los privilegios no somos capaces de retratar nuestras vidas y utopías más allá de la masculinidad (sea ”nueva“ o no). Sin obviar que la deconstrucción de la feminidad y la masculinidad conlleva consecuencias diferentes a muchos niveles, deberíamos intentar atender al debate sobre si queremos ser otros hombres, hombres distintos o simplemente menos hombres”. Sin embargo, nosotros todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué hacer con la masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla? Parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la masculinidad
La propuesta de Jokin responde así a un lema muy trillado de los hombres por la igualdad que me pone de los nervios: “La igualdad te hace más hombre”. O la otra cara de la moneda: “Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre”. En ambos enunciados se transmite que ser hombre es una buena cosa y que ser más hombre es algo deseable. He ahí el problema. Si pensamos en otros sistemas de opresión, como el racismo o la homofobia, el argumento nunca sería que luchar contra la discriminación reafirma nuestra identidad. Nunca diríamos: “Ser antirracista te hace más blanca” o “Cuando llamas maricón a alguien dejas de ser heterosexual”. No tiene ningún sentido. En primer lugar, porque el planteamiento es absurdo. En segundo lugar, porque cuando una es antirracista no se siente especialmente orgullosa de ser blanca (lo es y punto, y eso le lleva a revisar sus privilegios y sus prejuicios racistas), y cuando alguien defiende la diversidad sexual, eso no le lleva a reafirmarse en su heterosexualidad como un valor.
“La igualdad te hace más hombre” o “Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre” son enunciados machistas. Apelar a ser más hombre me recuerda a Aznar diciendo que le gusta la “mujer mujer”. La mayoría de feministas no transmitimos que el feminismo nos hace más mujeres porque no es así; porque somos desertoras de una categoría “mujer” basada en un modelo de feminidad que nos mantiene oprimidas, subordinadas y domesticadas.
Óscar Guasch también se expresa en la línea de Aspiazu: “Las 'putas políticas' reivindican la categoría diciendo 'yo me defino puta aunque no cobre por sexo para ser solidaria con las trabajadoras sexuales y porque no quiero que el patriarcado me diga cuáles son mis fronteras de género'. En el caso de los hombres, a lo mejor se podría reivindicar 'sí, soy marica, soy un cobarde, soy un fracasado, tengo miedo, ¿y qué? Sería renunciar a la masculinidad. Creo que hay dos estrategias posibles. Una la de la reforma, o sea reformular la masculinidad para construir una más empática, afectuosa, vulnerable, y la otra la de la renuncia”.En el caso de los hombres, a lo mejor se podría reivindicar 'sí, soy marica, soy un cobarde, soy un fracasado, tengo miedo, ¿y qué?
Pero creo que, más allá de discusiones ideológicas, el principal motivo por el que muchas nos reconocemos a la defensiva, es haber convivido (ya sea en espacios de activismo o en relaciones afectivas) con hombres que se decían profeministas y a los que en momentos de tensión les salía el macho. A menudo, de forma más sibilina y perversa que a los hombres tradicionales.
En el feminismo se ha empezado a hablar de “machirulos infiltrados”, “personas (del género que sean) que entran en nuestros colectivos y adoptan discursos que esconden actitudes de lo más rancias. Seres que cuestionan pero no se cuestionan y cuyas prácticas no se ven en absoluto afectadas, ni siquiera interpeladas, por los discursos que cacarean a grandes voces”, según Brigitte Vasallo y Joan Pujol, autoras de un artículo en el que llaman a pensar cómo enfrentarlos. Alicia Murillo dedicó un vídeo a describir a estos elementos que ejercen actitudes machistas bajo un disfraz profeminista:
Próximamente publicaremos un artículo en primera persona, escrito por dos feministas que expresan las dificultades para identificar y denunciar las actitudes de acoso ejercidas por compañeros de lucha que parecían de lo más majos y coherentes.
A mí este tema me provoca mucho conflicto, porque a una parte de mí le cuesta cada vez más creer en estos “nuevos hombres”, pero a otra parte de mí le parece injusto deslegitimar a un movimiento cuya aportación me parece muy importante, por las actitudes de algunos de sus integrantes o simpatizantes. También hay feministas que reproducen actitudes patriarcales en su forma de vivir el liderazgo o las relaciones sentimentales, y eso en ningún caso invalida la lucha feminista. En todo caso, creo que la credibilidad de los colectivos de hombres por la igualdad depende en gran medida de que prioricen el trabajo de revisar las actitudes y privilegios de la masculinidad hegemónica y de cómo intervengan cuando identifiquen que éstas se están reproduciendo en sus espacios.
Al hilo de la crítica a Jokin al binarismo y el heterosexismo del discurso de las nuevas masculinidades, también me parece fundamental enriquecernos con la visión que nos aporta la experiencia de los hombres transgénero feministas. Es decir, feministas que no se identifican con el género femenino que se les asignó al nacer y que, por tanto, transitan hacia el género masculino, pero construyendo su identidad masculina cuidándose de no caer en el modelo tradicional. De no terminar siendo machos, vaya.
Recientemente publicamos un artículo de Pol Galofre en el que explica las consecuencias perversas de ser reconocido como hombre una vez que la testosterona ha hecho su efecto. Os dejo con un fragmento, pero el artículo no tiene desperdicio.
“El tiempo ha ido pasando y la testosterona ha ido haciendo su efecto. Ahora paso más. Paso, paso. Paso tanto que ha venido un tercer cambio. Un tercer cambio que no me gusta, que me alarma y que me incomoda. Ya van dos o tres veces que me han expulsado de espacios en los que había chicas cambiándose de ropa. (...) Hoy me he dado cuenta: me han convertido en un sujeto deseante. Me han convertido en el motivo de ir con la mochila llena de miedos bien cogida. En un potencial agresor.Me han convertido en el motivo de ir con la mochila llena de miedos bien cogida.
No me gusta esta posición, no la quiero. Me siento atrapado, no sé cómo deshacerme de ella. (...) ¿Hay más chicos a los que les moleste esta posición? Puede que no sea esta la pregunta… ¿Hay más chicos que se den cuenta de que les han puesto en esta posición? ¿De los motivos por los que están en esta posición? ¿Y eso no nos hace saltar alarmas colectivamente? Aún diría más: ¿y los chicos trans? ¿Dónde están los chicos trans? ¿Por qué no han abierto al boca? ¿Por qué tenemos que performar siempre las mismas mierdas de masculinidades? ¿Por qué engancha tanto transitar? Y sobre todo: si nosotros no nos bajamos de estos privilegios adquiridos, ¿cómo esperamos que lo haga un chico cis [cisgénero, persona que se identifica con el género que le asignaron al nacer] a quien le viene todo dado?“¿Hay más chicos que se den cuenta de que les han puesto en esta posición? ¿De los motivos por los que están en esta posición? ¿Y eso no nos hace saltar alarmas colectivamente?
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Que nuestro equipo esté mayoritariamente formado por mujeres es reflejo de que somos nosotras las que seguimos sintiéndonos más convocadas por los proyectos a favor de la igualdad de género, de la misma forma que somos mayoría aplastante en cualquier actividad planteada como mixta pero que suene a feminista. Pero desde el inicio hemos incluido a firmas masculinas, tanto periodísticas como de opinión; entre estas segundas, han aportado análisis sobre temas como las estrategias de los posmachistas (Miguel Lorente Acosta), la paternidad (José Ángel Lozoya), la homofobia y el capitalismo rosa (Óscar Guasch) o los estereotipos que pesan sobre la masculinidad afro (Martín Niérez).