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In memoriam; esto es lo que diremos

La historia oficial nos contó que unos malos malísimos de 'oriente' le declararon la guerra a 'occidente', que por eso uno de ellos entró con un rifle en un pub de Orlando y mató a 49 personas que se divertían en una fiesta latina. También nos contó que los buenos buenísimos, en su cavilar para encontrar una solución al problema, se plantearon prohibir la entrada de musulmanes en los Estados Unidos y debatieron sobre la necesidad de endurecer el control de armas.

En un tiempo récord, la historia ya necesita ser reparada. El sentido que el poder hegemónico ha establecido para esta masacre nos condena a las personas LGTB a la invisibilización, al silencio y al aislamiento, nos fabrica un gran armario y nos mete en él. Por eso, haremos que estas ausencias valgan la pena ser lloradas, ahora y después, y nos sirvan de aliento para seguir peleándonos ser lo que somos. Construiremos nuestra propia memoria, una verdad que nos dignifique y nos devuelva la agencia y el protagonismo.

Diremos que 49 personas (41 hombres y 7 mujeres), en su mayoría de origen o ascendencia latinoamericana, fueron asesinadas en el pub 'Pulse' de Orlando por vivir, follar y amar desoyendo el dictado de la heterosexualidad obligatoria. Si hubieran sido parte de una familia nuclear habrían estado viendo la tele en el sofá de su casa o consolando a su bebé desvelado. Todo habría funcionado según la norma y el odio no habría aflorado. Sin embargo, disfrutaban de una fiesta para conmemorar el 28J. Celebraban colectivamente el triunfo de ciertas libertades y derechos civiles para las personas LGTB, arrancados a base de lucha a quienes ahora urden la historia oficial. Porque el 'Pulse' es un pub gay que combina la diversión con el activismo y organiza eventos para prevenir el VIH, junto con asociaciones que reivindican la diversidad sexual y de género. Barbara Poma lo creó tras la muerte de su hermano, afectado por el virus.

Diremos que la homofobia mata, que la homobofia no es increíble, aunque la historia oficial ni siquiera la barajara. Como si no hubiera pruebas a las que remitirse. Sin ir más lejos, el mismo día de la masacre en Orlando detuvieron en Los Ángeles a un hombre que se dirigía al desfile del Orgullo con un arsenal en el maletero de su coche. ¡Y la policía todavía descartaba las conexiones! Varias semanas antes, tres hombres armados entraron a un bar gay en Xalapa, en el estado mexicano de Veracruz, y asesinaron a siete personas. Son solo los casos que lograron trascender a nuestra palestra pública.

Diremos otra vez “homobofia” cuando busquen los motivos de la matanza en “la falta de eficacia de los servicios de inteligencia”, en “la negativa institucional a reconocer la amenaza del islamismo radical”, en “la guerra que el estado islámico y Al Qaeda libra a través de Internet” contra ellos o en “una ofensiva a los valores espirituales de carácter tradicional”.

Diremos que no nos utilicen para justificar la sinrazón de sus medidas migratorias y sus países-fortaleza, ni tampoco como excusa para seguir fabricando armas y lucrándose con ello. Después de todo, quien nos quiera matar no las necesita. A los 60 hombres que asesinaron a las 60 mujeres en el estado español el año pasado nos les hizo falta un rifle. Una maceta fue de lo que se valió el último asesino en Gasteiz. Me refiero aquí a las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas varones porque son los únicos datos que las estadísticas oficiales recogen como violencia 'de género'. Queda claro, pues, qué tipo de relaciones les interesa proteger a las instituciones: las heterosexuales y estables, que son las que perpetúan el (hetero)patriarcado.

Diremos que con las historias individuales de las vidas arrebatadas en el 'Pulse' construiremos nuestra memoria colectiva. Christopher Andrew Leinonen, de 32 años, había ganado el premio humanitario Anna Frank por su activismo a favor de los derechos LGTB. A Paul Terrell Henry, de 41 años y padre de dos hijos, le gustaba jugar al billar e ir a bailar a bares de ambiente. La frase preferida de Edward Sotomayor Jr., de 34 años, era “no podemos tener miedo”. El hermano de Christopher Joseph Sanfeliz, de 24 años, dice que tenían un vínculo tan fuerte “que hasta se leían el pensamiento”. A Juan P. Rivera Velázquez, de 37 años, le gustaba “pasarla rico con las amistades” y a Leroy Valentín Fernández, de 25 años, disfrazarse y bailar coreografías al estilo de Beyoncé. Kimberly Morris, de 37 años, trabajaba como personal de seguridad en el 'Pulse' y era fanática del baloncesto y de las artes marciales mixtas. Brenda Lee Márquez McCool, de 49 años y activista LGTB, murió protegiendo a su hijo, con quien había ido a bailar. Así, hasta 49 vidas.

Diremos que llevamos en la memoria a quienes enfrentaron la barbarie. Que el 12 de junio de 2016 hubo otra caza de brujas en los Estados Unidos. Que ni olvidamos ni perdonamos. Que seguiremos bailando salsa, merengue y bachata y combatiendo el gris oficial con los colores del arco iris. Que prestaremos atención a las gotas de lluvia antes de que lleguen al océano, que es Orlando. Que ningún 'es una broma, no te pongas así' quedará sin respuesta. Que la lucha continúa y que la historia es nuestra. Esto es lo que diremos.

La historia oficial nos contó que unos malos malísimos de 'oriente' le declararon la guerra a 'occidente', que por eso uno de ellos entró con un rifle en un pub de Orlando y mató a 49 personas que se divertían en una fiesta latina. También nos contó que los buenos buenísimos, en su cavilar para encontrar una solución al problema, se plantearon prohibir la entrada de musulmanes en los Estados Unidos y debatieron sobre la necesidad de endurecer el control de armas.

En un tiempo récord, la historia ya necesita ser reparada. El sentido que el poder hegemónico ha establecido para esta masacre nos condena a las personas LGTB a la invisibilización, al silencio y al aislamiento, nos fabrica un gran armario y nos mete en él. Por eso, haremos que estas ausencias valgan la pena ser lloradas, ahora y después, y nos sirvan de aliento para seguir peleándonos ser lo que somos. Construiremos nuestra propia memoria, una verdad que nos dignifique y nos devuelva la agencia y el protagonismo.