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Investigar los abusos en la Iglesia, pero no solo

16 de febrero de 2022 06:00 h

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Que por fin se investiguen los abusos sexuales en la infancia en diferentes organizaciones religiosas es una buena noticia. No hay duda. Más allá del resultado que pueda traer el procedimiento elegido, el hecho en sí es positivo: hablar de ellos, generar debate, ocupar espacio mediático seguro que ayuda a las víctimas a sentirse, en cierta medida, escuchadas. Romper el silencio en muchos casos es terapéutico. Los abusos sexuales en la infancia, que los datos dicen que son más habituales de lo que se podría soportar, deben dejar de estar ocultos en los cuerpos y en las mentes de quienes los sufrieron. Deben salpicar a la sociedad, impactarla, para reaccionar, para que no vuelvan a suceder, para que sanen, si es posible, a quienes tuvieron que sufrirlos.

Ahondar en las instituciones religiosas no es suficiente, aunque como primer paso es vital. Los datos son abrumadores: el 58,8 por ciento de los abusos sexuales a menores de edad en España son cometidos por un miembro de la familia, según datos de la Fundación Anar. Hay que investigar a la Iglesia, sin duda, pero también cuestionar a la familia, porque hay abusos que no caben en una comisión parlamentaria ni en un proyecto del Defensor del Pueblo. Hay abusos que exigen revisar las costuras. “El abuso en el seno de la familia es un gran tabú cultural y es el más común y el que menos sale en los medios. El que más sale es de hombres a hombres”, ha explicado la psicóloga Mireia Darder. Ahora que la sociedad y los medios han empezado a hablar de esto, no se puede dejar a gran parte de las víctimas al margen. Porque gran parte de ellas siguen solas afrontando la violencia sufrida.

“Sentí que estaba escribiendo contra mi familia y contra las instituciones y contra mí misma en ocasiones. Sin embargo, eso que estaba haciendo me estaba salvando. Yo no sé si lo leyeron, si lo leyó él… pero fue como decirle a la justicia y a él y a todos: váyanse a la mierda. Y yo sola, con mi libro hacer mi propia justicia”, ha afirmado Belén López Peiró, autora del libro Por qué volvías cada verano, en el que habla de los abusos sexuales que sufrió por parte de un miembro de su familia. “Él es inocente y tú la mentirosa o la loca, o ambas cosas, si no demuestras lo contrario. No se juzga al acusado, sino a la víctima”, explica Marta Suria, quien ha escrito bajo pseudónimo el libro Ella soy yo, porque la justicia no le dio la razón y su padre no fue condenado por abusar de ella.

Escribir y contar, en primera persona, con lo doloroso que es, puede implicar cierta sanación. Como periodista, escribir sobre maltrato sexual en la infancia provoca que el cuerpo cruja y el sueño se evapore. Que el estómago se vuelva estropajo y la repugnancia acompañe a los poros.

¿Qué haces cuando tu hija o tu hijo te cuenta lo que está sufriendo? Escuchar a las madres traslada a la oyente al terreno de lo inaudito, de lo increíble. Pero es real y dan ganas de mirar para otro lado. Porque muchas víctimas siguen afrontando apenas con la compañía de su madre la violencia sufrida.

¿Qué puede hacer una madre cuando su hija o su hijo le cuenta lo que le está pasando? La respuesta parece simple, pero la respuesta es un laberinto en muchos casos sin salida. Si el abusador es un profesor, un monitor o en entrenador, el primer paso es claro: cambiarle de colegio, de actividad, o desapuntarle del deporte que sea. ¿Y cuándo es el padre de la criatura? Ahí está el problema, y ahí faltan soluciones, investigación y sendas jurídicas claras.

Hay que investigar los abusos sexuales en la Iglesia, sin duda, pero no se puede dejar de lado a quienes hoy tratan de proteger a sus hijas y a sus hijos. La asociación de Mujeres Juristas Themis ha analizado 455 resoluciones judiciales dictadas entre 2010 y 2019, y concluye que las madres denuncian en un 51,24 por ciento de los casos, seguidas de las propias víctimas, que lo hacen en el 18 por ciento. Un estudio publicado por la revista Sexual Assault Report recoge que presentar denuncias por abuso puede ser más perjudicial para el progenitor que intenta proteger a la menor que para el agresor denunciado. ¿Por qué? Habrá que hacer otra comisión de investigación. Habrá que dejar de mirar para otro lado, aunque escuchar estos relatos provoque arcadas.

Que por fin se investiguen los abusos sexuales en la infancia en diferentes organizaciones religiosas es una buena noticia. No hay duda. Más allá del resultado que pueda traer el procedimiento elegido, el hecho en sí es positivo: hablar de ellos, generar debate, ocupar espacio mediático seguro que ayuda a las víctimas a sentirse, en cierta medida, escuchadas. Romper el silencio en muchos casos es terapéutico. Los abusos sexuales en la infancia, que los datos dicen que son más habituales de lo que se podría soportar, deben dejar de estar ocultos en los cuerpos y en las mentes de quienes los sufrieron. Deben salpicar a la sociedad, impactarla, para reaccionar, para que no vuelvan a suceder, para que sanen, si es posible, a quienes tuvieron que sufrirlos.

Ahondar en las instituciones religiosas no es suficiente, aunque como primer paso es vital. Los datos son abrumadores: el 58,8 por ciento de los abusos sexuales a menores de edad en España son cometidos por un miembro de la familia, según datos de la Fundación Anar. Hay que investigar a la Iglesia, sin duda, pero también cuestionar a la familia, porque hay abusos que no caben en una comisión parlamentaria ni en un proyecto del Defensor del Pueblo. Hay abusos que exigen revisar las costuras. “El abuso en el seno de la familia es un gran tabú cultural y es el más común y el que menos sale en los medios. El que más sale es de hombres a hombres”, ha explicado la psicóloga Mireia Darder. Ahora que la sociedad y los medios han empezado a hablar de esto, no se puede dejar a gran parte de las víctimas al margen. Porque gran parte de ellas siguen solas afrontando la violencia sufrida.