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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Las mujeres, primero

Forcadell llama a los catalanes a salir a la calle para apoyar el referéndum

Lucía Martínez Odriozola

Hace diez años largos, un grupo de periodistas decidimos presentar una candidatura a la Junta de la asociación vasca de profesionales. Queríamos crear un equipo que integrara a periodistas que desarrollarán tareas muy diversas dentro de la profesión. El proyecto era puro voluntariado. Había una única empleada para las tareas administrativas y el resto tendríamos que dedicar nuestro tiempo sin compensación económica de ningún tipo. Vamos, muy parecido a una oenegé.

Tanteamos a un compañero que trabaja en un gabinete de prensa y su respuesta fue que su esposa no le permitía apuntarse a nada más si no era “como consejero delegado”.

He recordado esta anécdota cuando estaba desenmarañando ideas sobre el acceso de mujeres a determinados órbitas de poder. Ya sabemos que el centro del universo es un hombre y sabemos, también, que estará más cerca de la situación de privilegio si es blanco, con estudios, heterosexual, joven y con poder adquisitivo elevado. Y lo vimos muy claramente en 2008 durante las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos: un hombre negro llega al epicentro antes que una mujer blanca.

Momento para la digresión: lector indignado, no siga leyendo. Váyase usted a los comentarios y dedique unos minutos -no menos de diez, por favor, porque yo lo valgo- a desbaratar esta teoría delirante.

Mi hipótesis es que, cuando un ámbito pierde poder, las mujeres tienen más posibilidades de acceso, porque los varones se inhiben y gentilmente les ceden el paso, les franquean la entrada. Lo podemos observar en situaciones muy distintas. Por ejemplo: la profesión o cargo pierde prestigio y se reduce la cota de poder; pierde prestigio y se reducen los beneficios pecuniarios que genera; se convierte en muy peligrosa por las consecuencias legales del proyecto o por la amenaza del crimen organizado.

Por ejemplo, Carme Forcadell, presidenta del Parlamento de Cataluña, se ha mostrado dispuesta a abrir las puertas a un proyecto independentista que amenaza con graves sanciones y penas a quienes lo respalden o faciliten. Guarda cierto parecido con las circunstancias en las que Theresa May, primera ministra británica, accedió al cargo: le ha correspondido gestionar un papelón como el Brexit. Ayer mismo supimos que Clara Ponsatí, consejera de Enseñanza del Govern, sustituiría al presidente del Consorcio de Educación de Barcelona, destituido porque no quiso correr riesgos. Nada que ver con la preferencia que mujeres, menores y ancianos tienen para salvarse en los naufragios.

Y una vez que las políticas han llegado, se las juzga más por su físico que por sus cualidades. A Margaret Thatcher y Angela Merkel las veían “masculinas”; Carme Chacón tenía “voz estridente”; Ada Colau es “gordita”; Anna Gabriel, diputada de la CUP es una “amargada y malfollada” , según un exquisito caballero, Eduardo García Serrano, trabajador de Intereconomía… Lo malo no es que miembros de la oposición y periodistas piensen estas cosas, sino que se atrevan a decirlas delante de los micrófonos.

Cuando les planteé el tema a las coordinadoras de este espacio, mi compañera Andrea Momoitio me facilitó el acceso al perfil biográfico de una grande, también catalana y muy corajuda: María Luz Morales, la primera mujer que dirigió un diario nacional en España.

El día siguiente del levantamiento militar de 1936, la Generalitat de Cataluña se incautó de varios periódicos, entre ellos La Vanguardia, donde ella escribía de cine. Tres semanas después, cuando su director se exilió, Morales ocupó su cargo. Finalizada la guerra, sufrió represalias y cárcel por ello. Seis meses de dirección le costaron 40 días de cárcel.

México es, según Reporteros Sin Fronteras, uno de los tres países más peligrosos para ejercer el periodismo, después de Siria y Afganistán. Allí ejercen amigas mías como Lydia Cacho y Lucía Lagunes, que han vivido y sufrido la amenaza que supone ejercer el periodismo con honestidad en un país en el que no se resuelven ni siquiera el 5% de los asesinatos o desapariciones de periodistas.

Lagunes, que ha investigado sobre ello, suele decir que la violencia contra unas y otros es distinta: a ellas las violan y les amenazan con matar a su familia; a ellos con la muerte. Además, también las empresas periodísticas se comportan de forma distinta con sus trabajadoras o trabajadores. A ellas las dejan solas con más facilidad, mientras que a ellos les dan mayor apoyo económico o les facilitan el traslado a otro estado. Y en esa situación de gravísimo peligro, a las periodistas se les abren puertas que antes tuvieron cerradas y acceden a puestos que años antes ocupaban los hombres en exclusiva.

Esta hipótesis de que las graves crisis suponen una oportunidad para el acceso de las mujeres a ámbitos muy masculinizados es impopular por dos razones: porque algunos hombres se negarán a creer que, en situaciones adversas, se inhiben; y porque algunas de esas mujeres poderosas que han escalado a cotas de poder, aunque sean pequeñitas, pueden sentirse minusvaloradas.

Aquí lo dejo, pero no sin antes decir que verdad es solamente aquello que estamos dispuestas, o dispuestos, a creernos.

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