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Opinión - Lo siguiente era el fascismo. Por Rosa María Artal

Té de ruda

Ana Orantes se sentó en un programa de Canal Sur para contar su historia. El testimonio, como es habitual cuando hablan las víctimas de violencia de género, pasó desapercibido para la audiencia. Era diciembre de 1997. Unos días después apareció asesinada en la puerta de su domicilio. Su caso, dicen, marcó un antes y un después en la percepción de la ciudadanía sobre la violencia contra las mujeres. Las instituciones también tomaron cartas en el asunto: primero, en 1999, modificaron Ley de Enjuiciamiento Criminal y el Código Penal; luego, en 2004, después de infinidad de movilizaciones del movimiento feminista, se aprobó la Ley Integral contra la violencia de género que reconoce el carácter estructural de la violencia que sufren las mujeres en el ámbito de la pareja heterosexual. Después, poco más.

En una jornada de trabajo organizada para integrantes de organizaciones de mujeres y feministas, que se organizó el viernes pasado en Basauri (Bizkaia), una preocupación sobrevolaba continuamente el encuentro: ¿Desde el movimiento feminista hemos delegado la responsabilidad de la lucha contra la violencia de género a las instituciones? ¿Nos hemos dormido en los laureles desde la aprobación de Ley Integral? El encuentro se gestó con la excusa de presentar 'Ruda', un documental, realizado por Pikara Magazine y Veinti3 para Oxfam Intermón, que narra las estrategias comunitarias que ponen en marcha diferentes organizaciones guatemaltecas para acabar con la violencia en su país. Así, en un país en el que los índices de violencia son muchísimo más altos y donde el Estado no garantiza la protección de las mujeres, son las mujeres sobrevivientes de violencia quienes recogen, acogen, cuidan y acompañan a otras. El valor de la comunidad.

Me pregunto cómo llegan las mujeres víctimas de violencia machista del Estado español a los juzgados, a las comisarías, a los centros de asistencia social. ¿Llegan solas? ¿Quién las atiende? ¿Cómo? ¿Sienten la fuerza, el calor y el cariño de las miles de mujeres que, en todo el mundo, luchamos por evitar la violencia? ¿Nos sienten? ¿Sabemos hacernos sentir? Más allá de las concentraciones y de las acciones simbólicas, ¿qué hacemos y qué podemos hacer por todas nuestras compañeras vejadas y maltratadas por los hombres que dicen quererlas? El pensamiento feminista ha teorizado desde muchos ámbitos sobre las violencias, las hemos categorizado y explicado, pero ¿qué estamos haciendo por esas mujeres que las sufren en sus cuerpos? Esas redes de apoyo mutuo, de las que escuchamos hablar en congresos sobre economía feminista, ¿por qué no se materializan? ¿Cuántas de vosotras estaríais dispuesta a acompañar y cuidar a otra mujer en sus proceso de sanación? ¿Por qué no lo estamos haciendo?

Johana Ramírez, Olga Quiej y Sebastiana Aquino, tres de las protagonistas del documental, estuvieron la semana pasada viajando por Euskadi para contar su historia. Doña Sebastiana pudo ver, por primera vez, el mar y compartió, generosamente, su receta para el té de ruda que ofrece a las mujeres que recurren a ella tras vivir un episodio de violencia. “Sirve para calmar los nervios”, repitió en varias ocasiones. Ella los tiene tranquilos. Después de años de palizas diarias. Ahora acompaña a otras mujeres en sus procesos de sanación. Exigen a las instituciones de su país que garanticen la protección jurídica de las mujeres víctimas de violencia, pero saben que las leyes, en sí mismas, no sanan heridas. Para poder curarnos de esos daños tan profundos que provoca la violencia machista, necesitamos ruda, mimos, compañía, amigas.

Ana Orantes se sentó en un programa de Canal Sur para contar su historia. El testimonio, como es habitual cuando hablan las víctimas de violencia de género, pasó desapercibido para la audiencia. Era diciembre de 1997. Unos días después apareció asesinada en la puerta de su domicilio. Su caso, dicen, marcó un antes y un después en la percepción de la ciudadanía sobre la violencia contra las mujeres. Las instituciones también tomaron cartas en el asunto: primero, en 1999, modificaron Ley de Enjuiciamiento Criminal y el Código Penal; luego, en 2004, después de infinidad de movilizaciones del movimiento feminista, se aprobó la Ley Integral contra la violencia de género que reconoce el carácter estructural de la violencia que sufren las mujeres en el ámbito de la pareja heterosexual. Después, poco más.

En una jornada de trabajo organizada para integrantes de organizaciones de mujeres y feministas, que se organizó el viernes pasado en Basauri (Bizkaia), una preocupación sobrevolaba continuamente el encuentro: ¿Desde el movimiento feminista hemos delegado la responsabilidad de la lucha contra la violencia de género a las instituciones? ¿Nos hemos dormido en los laureles desde la aprobación de Ley Integral? El encuentro se gestó con la excusa de presentar 'Ruda', un documental, realizado por Pikara Magazine y Veinti3 para Oxfam Intermón, que narra las estrategias comunitarias que ponen en marcha diferentes organizaciones guatemaltecas para acabar con la violencia en su país. Así, en un país en el que los índices de violencia son muchísimo más altos y donde el Estado no garantiza la protección de las mujeres, son las mujeres sobrevivientes de violencia quienes recogen, acogen, cuidan y acompañan a otras. El valor de la comunidad.