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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

No están para susurraros cosas bonitas al oído

“Malfollada, nunca; roja, siempre; y puta, menos de lo que me gustaría”. Así comenzó Onintza Enbeita, diputada de EH Bildu, su intervención en la charla 'Putas, rojas y malfolladas', organizada por esa formación dentro de un ciclo sobre las mujeres en la política. “Es lo más bonito que suele decir la derecha española”, ironizó la diputada. “Normalmente hay cosas mucho peores, del tipo 'A no ser que te violen, no vas a ser madre nunca”, que se sucedieron cuando Enbeita defendía el derecho a decidir de las mujeres, durante el intento del Partido Popular de reformar la ley del aborto. En la misma mesa se encontraba Anna Gabriel, diputada en el Parlamento de Catalunya por la Candidatura d'Unitat Popular (CUP). Ambas hablaron largo y tendido sobre las agresiones machistas —permanentes— contra las mujeres que hacen política y, en particular, contra las que son de izquierdas, independentistas y feministas y, además, lo gritan con orgullo a los cuatro vientos. A modo de ejemplo, el columnista de ABC Antonio Burgos escribía hace unos meses sobre las líderes de la CUP y de Bildu: “No es que quieran separarse de España: es que quieren que las echemos fuera. Por horrorosas y antiestéticas”.

“Los insultos nos cosifican. Se refieren sobre todo a nuestros cuerpos, que son campos de batalla y objeto de comentarios. Los ataques no tienen que ver con las propuestas políticas que lanzamos, sino con nuestra talla de pantalón, con nuestra sexualidad o con nuestro corte de pelo”, sostuvo Gabriel. “A falta de argumentos, arremeten contra nuestros cuerpos. Son cuestión de estado y su sola presencia hace que se tambalée la gran estructura machista que lleva siglos funcionando”, abundó Enbeita. Sin duda, debe ser eso lo que desata el odio de algunos: les resulta irrespetuoso e inaceptable que una mujer se exprese en espacios de toma de decisiones que afectan a la ciudadanía.

De invitadas, a irreverentes

A juicio de la diputada de EH Bildu, las mujeres han hecho “siempre” política: “Es lógico pensar que, como la mitad de la población que somos, hemos estado en cualquier pueblo y en cualquier momento que ha habido un cambio político”. Empezaron a resultar molestas, pues, cuando ocuparon cargos de responsabilidad. Con el tiempo, el empeño de mantenerse ahí les brindó varios aprendizajes acerca de su participación en la política. “Primero, que no tenemos por qué imitar a los hombres. Después, que hay dos políticas: una, la nuestra (con temas como el aborto, la violencia de género o las trabajadoras del hogar); y otra, la universal (con los temas serios, los de verdad) —resumió Enbeita—. El siguiente paso es reivindicar que todos los temas son de todo el mundo. ¿Por qué es la LOMCE más universal que el aborto o la ley mordaza más universal que la ley contra la violencia de género?”

La diputada de EH Bildu incidió en que, en la política, las mujeres son “unas invitadas”: “A nosotras aún nos llaman para cumplir la cuota que marca la ley de igualdad, no porque nos quieran como cabeza de lista”. Teniendo en cuenta ese punto de partida, no es de extrañar que molesten cuando reivindican políticas feministas. “La igualdad está chachi, hoy en día. Nadie va a decir que hay que pegar a las mujeres o que una mujer no tiene que cobrar lo mismo que un hombre. Sin embargo, si pones el feminismo en el centro, se considera que vas demasiado lejos y entonces comienza esa guerra que en otros temas no existe porque, al ser prioridad, se afrontan en toda su profundidad. Siento que nuestra presencia en la política es irreverente”.

De carácter colectivo

“Aguantar una campaña de insultos en la caverna mediática española, en algunos medios catalanes y, sobre todo, en las redes, seguramente no es de lo peor que te puede pasar siendo mujer y haciendo política”, reflexionó Gabriel. Por eso, cuando sus compañeras de la izquierda independentista organizaron este acto de denuncia, partían de la asunción “de un cierto privilegio” y del reconocimiento a las muchas mujeres en el mundo que pierden su vida o su libertad por tratar de transformar unas reglas de juego injustas o de luchar por aquello en lo que creen: “A nosotras [las diputadas] no nos matan, no nos violan, no nos encierran en las cárceles, no nos torturan, no nos lapidan”. Ubicar las agresiones en esa dimensión colectiva conllevaba también la responsabilidad de aprovechar el foco mediático para denunciar los insultos que “cualquier otra mujer recibe en su lugar de trabajo, en su centro de estudio, cuando pasea por la calle o en su familia”, sin posibilidad de respuesta pública.

“No hemos venido a gustar por nuestro físico, faltaría más, pero tampoco a gustar política e ideológicamente al adversario. Hemos venido a situar determinadas reivindicaciones, a compartir y a hacerlo con la pasión que nos caracteriza a quienes venimos de la militancia. Pensamos que, como diputadas, no estamos haciendo algo más relevante que lo que hacíamos en la okupa, en el ateneo o en la asamblea de facultad”, expresó la diputada de la CUP.

Además de para dejar sentadas estas cuestiones, las mujeres de la izquierda independentista catalana decidieron responder a la campaña de acoso machista preocupadas por el impacto que podría tener en las niñas y en las jóvenes. “Alguna puede estar pensando en ir a una lista electoral para ser concejala o diputada y defender convencida el anticapitalismo, plantarle cara a la derecha y denunciar su corrupción, sus recortes y sus privatizaciones. Si eso quiere decir que empezará a ser una puta, malfollada y amargada, igual la idea se le quita de la cabeza —alertó Anna Gabriel—. Es muy grave que puedan llegar a conseguir que alguien renuncie a ser lo que le dé la gana”.

Asimismo, aprovecharon el acto para denunciar que la campaña de insultos “individualizara responsabilidades” y para reivindicar el carácter colectivo de la agrupación. El acoso se recrudeció durante los meses que duraron las negociaciones sobre la investidura a la presidencia de la Generalitat. “Nada de lo que dijimos [en aquel momento] fue porque las diputadas así lo decidiéramos, sino que éramos la voz de la asamblea, la voz de un espacio político organizado y, en consecuencia, solo transmitíamos lo que nuestra gente había acordado —mantuvo Anna Gabriel—. ¡Cómo se negaban a dejarnos ser de esa manera! ¡Qué necesidad tenía el sistema de encasillarnos en una cultura política jerárquica, en donde las decisiones se toman en pequeños grupos de personas muy identificadas!”.

Autocrítica

Para terminar, las diputadas hicieron autocrítica sobre la aplicación del feminismo en sus propias formaciones. Onintza Enbeita no dudó en afirmar, con sorna, que EH Bildu “seguramente sea el partido más feminista de Euskal Herria”, pero solo porque en el resto “el feminismo ni siquiera se puede buscar porque no existe”. Después, evidenció las resistencias: “Hay cosas que se están haciendo muy bien. Sin embargo, cuando hablamos de poner el feminismo en el centro o de que los hombres tienen que dar pasos para atrás y renunciar a sus privilegios, malfolladas no nos llaman, pero sí nos preguntan si no tenemos otra cosa que hacer en todo el día más que pensar en eso”.

La CUP, por su parte, cuenta actualmente con 17 alcaldes y 3 alcaldesas y, a nivel de militancia, con un 70% de hombres y un 30% de mujeres. Estos datos no permiten decir, en palabras de Anna Gabriel, qué estén “avanzando hacia la revolución feminista”. Aun así, a día de hoy, el grupo parlamentario está integrado por 6 mujeres y 4 hombres, lo que ha supuesto “una mejora” no solo en términos numéricos: “Se han generado otras dinámicas y es más fácil estar en espacios de paridad, porque tenemos como mínimo 6 compañeras para repartir”, valoró la diputada.

El día siguiente a esta charla, Pikara Magazine tenía una cita para entrevistar a Anna Gabriel. Mireia Vehí, también diputada en el Parlamento de Catalunya por la CUP, le acompañaba en su visita a Gasteiz. Como no podía ser de otra manera, nos propusieron colectivizar la entrevista y nosotras, ¡encantadas!

“Malfollada, nunca; roja, siempre; y puta, menos de lo que me gustaría”. Así comenzó Onintza Enbeita, diputada de EH Bildu, su intervención en la charla 'Putas, rojas y malfolladas', organizada por esa formación dentro de un ciclo sobre las mujeres en la política. “Es lo más bonito que suele decir la derecha española”, ironizó la diputada. “Normalmente hay cosas mucho peores, del tipo 'A no ser que te violen, no vas a ser madre nunca”, que se sucedieron cuando Enbeita defendía el derecho a decidir de las mujeres, durante el intento del Partido Popular de reformar la ley del aborto. En la misma mesa se encontraba Anna Gabriel, diputada en el Parlamento de Catalunya por la Candidatura d'Unitat Popular (CUP). Ambas hablaron largo y tendido sobre las agresiones machistas —permanentes— contra las mujeres que hacen política y, en particular, contra las que son de izquierdas, independentistas y feministas y, además, lo gritan con orgullo a los cuatro vientos. A modo de ejemplo, el columnista de ABC Antonio Burgos escribía hace unos meses sobre las líderes de la CUP y de Bildu: “No es que quieran separarse de España: es que quieren que las echemos fuera. Por horrorosas y antiestéticas”.

“Los insultos nos cosifican. Se refieren sobre todo a nuestros cuerpos, que son campos de batalla y objeto de comentarios. Los ataques no tienen que ver con las propuestas políticas que lanzamos, sino con nuestra talla de pantalón, con nuestra sexualidad o con nuestro corte de pelo”, sostuvo Gabriel. “A falta de argumentos, arremeten contra nuestros cuerpos. Son cuestión de estado y su sola presencia hace que se tambalée la gran estructura machista que lleva siglos funcionando”, abundó Enbeita. Sin duda, debe ser eso lo que desata el odio de algunos: les resulta irrespetuoso e inaceptable que una mujer se exprese en espacios de toma de decisiones que afectan a la ciudadanía.