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La vida sigue

No sé si se sabe o no, pero a los centros educativos públicos, anualmente vienen guiris estadounidenses, irlandeses o de Reino Unido a trabajar. Quiero subrayar el término 'guiris' porque quienes nos visitan no son llamados 'migrantes', ojo, por la sencilla razón de que el país de origen de quien se desplaza determina lo deseable de su venida a este nuestro vomitivo sistema de castas del Reino de España. El caso es que viajando en primera o en segunda, llegarán con contratos de mierda que según la comunidad autónoma en la que vivan no les dará para subsistir. Como toda hija de vecina, darán clases particulares en la economía sumergida, o si se topan con una academia chic, estas personas trabajarán en escuelas de idiomas no oficiales. La academias de idiomas parecen lugares muy glamurosos, pero son otra mierda pinchada en un palo donde cobras entre 8 y 20 euros la hora. ¿Cómo hay tanta diferencia entre 8 y 20 euros? Pues porque el fascinante convenio de enseñanza no reglada parece una broma pesada, pero no lo es: jornada completa de 40 horas LECTIVAS a cambio de cochinos 1100 míseros euros. Yo estuve trabajando así un par de años, y si a esto le sumamos las horas extras que te imponen por la gracia de dios y que además se pagan a 6,50 sin cotizar, o las condiciones como no tener luz natural y estar en un cuarto sin ventanas, acabas necesitando gafas, terapia y sindicarte con dos dedos de frente. En ese orden. “Pero entonces, ¿quiénes son esos que cobran 20 euros la hora?”, pensaréis. Esos son los que con sus santos cojones negocian con el jefe. Lo que deberíamos hacer todas. Como en enseñanza no reglada trabajando, sobre todo hay mujeres de mediana edad que intentan conciliar con su vida familiar, jóvenes con la carrera recién terminada y guiris, da la sensación de que es un colectivo que siempre está de paso en busca de un curro mejor. Así que nadie se molesta en quejarse, o dedicar demasiado tiempo a pensar en exigir unas condiciones laborales medianamente dignas. Menos ellos: los hombres de mediana edad que llegan aquí a vivir con pareja autóctona, y no cobrarán menos de veinte euros la hora, porque no. En esos casos, los jefes negocian con ellos sus condiciones, les pagan el transporte y les hablan más bajo que al resto de las trabajadoras. Esto lo he visto yo con mis propios ojos en tres lugares diferentes. Curioso cuanto menos. ¿No?

El caso es que a mi instituto ya ha venido el auxiliar de conversación de rigor. Como profesora de inglés no puedo ser más feliz por saber que de ciento en viento mi alumnado escuchará inglés con acento y pronunciación anglófona que no venga de un cassette. Del mismo modo que detesto el purismo en lo que a las lenguas se refiere. Como decía una profesora mía (Isabel Rodríguez): “Las lenguas son de quien las usa” (y la tierra de quien la trabaja). Así que muchas veces un marcado acento en según qué idioma y según dónde, es una declaración de intenciones, una actitud ante el poder y lo oficial.

Estaba charlando superficialmente en la sala de profesorado con este chaval de veintitantos que explicaba cómo en su ciudad natal, con gobernantes demócratas, llevaban ya unos cuantos mandatarios dimitidos por corrupción, robo de dinero, materiales o asignar puestos a dedocracia. Sin un ápice de idealización de la política estadounidense, que apesta por todos lados, me entraba la risa pensando en el percal que tenemos. La conversación se fue por otros derroteros y acabamos hablando de esto. El chico preguntaba y yo respondía lo que sabía, que tampoco es mucho, pero mirábamos en San Google para ir reconstruyendo hechos. La moción de censura a Mariano Rajoy en junio del 2018, el gobierno en funciones, las elecciones con un 75% de participación ciudadana, pero un 24% de abstención, la ausencia de entendimiento y pactos y tal y cual. Entonces llega la pregunta por antonomasia: (redoble de tambores y sonido de trompetas): “¿Y cómo funcionan las cosas estando sin gobierno desde hace más de un año?”. Paré en seco de recortar flashcards y miré a otra compañera que estaba preparando noséqué en la mesa de al lado. Somos absolutamente opuestas en ideología y forma de vida, pero nos hicimos un gesto y dijimos al unísono: “Como siempre”. La conversación terminó aquí. Ahora yo estoy en estado de shock desde el viernes. ¿Cómo puede ser que las cosas marchen “como siempre” si llevamos sin gobierno más de un año?“ ¿Esto qué quiere decir? ¿Si su no existencia se nota tan poco, es realmente necesario volver a hacer todo el paripé? ¿Nadie ha preguntado a ese 24% de la población que se abstuvo en las TAAAAAAAAAN IMPORTANTES Y NECESARIAS elecciones de 2019, la razón por la que lo hizo? Yo quiero saberlo. Llevo toda mi vida sintiendo que votar es mi responsabilidad y ejerciendo ese derecho que dicen que tengo a dar mi opinión sobre a quién odio menos de los partidos políticos que se presentan a las elecciones. Pese a que bajo ningún concepto quiero, ni creo que debamos permitir que salga la derecha (ni extrema, ni moderada, ni de centro, ni nada), mi vida es relativamente plácida salga lo que salga, por contar con una familia nuclear de clase trabajadora con una forma de vida muy austera, donde se consume lo justo y necesario y se ahorra todo lo que se puede. Esto hace que por muy precaria que haya podido ser mi vida desde que me fui a vivir fuera, si Papá Estado se negaba a cubrirme las necesidades básicas, siempre contaba con la posibilidad de pedir ayuda en casa. Aún así, he considerado vital votar porque la vida de otras personas entiendo que no es tan afortunada y necesitan tener acceso a paro, subsidios, ayudas de emergencias, renta de garantía de ingresos, asistencia médica pública gratuita, educación pública gratuita etc. Yo pago impuestos y voto para que las personas que viven donde yo vivo, hayan nacido donde hayan nacido, tengan la posibilidad de llevar una vida digna. Como dice Belén Gopegui en no recuerdo ahora qué novela: ”El Estado del bienestar no puede depender sólo de lo que tú hayas aportado“. Es que eso no es estado de bienestar, eso es un puñetero estado de malestar perpetuo para cualquiera a quien se le haya torcido la vida, por lo que sea. Pero ahora que veo que no tenemos gobierno, y la vida sigue como si nada, yo me pregunto qué demonios he estado haciendo cada cuatro años desde que cumplí los 18. Para qué me he devanado los sesos en el nombre de la responsabilidad leyendo panfletos y programas electorales, intentando votar a quien menos se aleja de lo que me gustaría ver materializado en el entorno que me rodea y en el Planeta Tierra en general. A ver por favor ¿PODEMOS DARNOS CUENTA TODAS DE QUE LLEVAMOS MÁS DE UN AÑO SIN GOBIERNO, NO HA PASADO NADA Y TODO SIGUE COMO SIEMPRE? ¿Aprovechamos y hacemos algo? ¿Cuestionar este tinglao aunque sea? ”Pregunto“, que diría aquella.

No sé si se sabe o no, pero a los centros educativos públicos, anualmente vienen guiris estadounidenses, irlandeses o de Reino Unido a trabajar. Quiero subrayar el término 'guiris' porque quienes nos visitan no son llamados 'migrantes', ojo, por la sencilla razón de que el país de origen de quien se desplaza determina lo deseable de su venida a este nuestro vomitivo sistema de castas del Reino de España. El caso es que viajando en primera o en segunda, llegarán con contratos de mierda que según la comunidad autónoma en la que vivan no les dará para subsistir. Como toda hija de vecina, darán clases particulares en la economía sumergida, o si se topan con una academia chic, estas personas trabajarán en escuelas de idiomas no oficiales. La academias de idiomas parecen lugares muy glamurosos, pero son otra mierda pinchada en un palo donde cobras entre 8 y 20 euros la hora. ¿Cómo hay tanta diferencia entre 8 y 20 euros? Pues porque el fascinante convenio de enseñanza no reglada parece una broma pesada, pero no lo es: jornada completa de 40 horas LECTIVAS a cambio de cochinos 1100 míseros euros. Yo estuve trabajando así un par de años, y si a esto le sumamos las horas extras que te imponen por la gracia de dios y que además se pagan a 6,50 sin cotizar, o las condiciones como no tener luz natural y estar en un cuarto sin ventanas, acabas necesitando gafas, terapia y sindicarte con dos dedos de frente. En ese orden. “Pero entonces, ¿quiénes son esos que cobran 20 euros la hora?”, pensaréis. Esos son los que con sus santos cojones negocian con el jefe. Lo que deberíamos hacer todas. Como en enseñanza no reglada trabajando, sobre todo hay mujeres de mediana edad que intentan conciliar con su vida familiar, jóvenes con la carrera recién terminada y guiris, da la sensación de que es un colectivo que siempre está de paso en busca de un curro mejor. Así que nadie se molesta en quejarse, o dedicar demasiado tiempo a pensar en exigir unas condiciones laborales medianamente dignas. Menos ellos: los hombres de mediana edad que llegan aquí a vivir con pareja autóctona, y no cobrarán menos de veinte euros la hora, porque no. En esos casos, los jefes negocian con ellos sus condiciones, les pagan el transporte y les hablan más bajo que al resto de las trabajadoras. Esto lo he visto yo con mis propios ojos en tres lugares diferentes. Curioso cuanto menos. ¿No?

El caso es que a mi instituto ya ha venido el auxiliar de conversación de rigor. Como profesora de inglés no puedo ser más feliz por saber que de ciento en viento mi alumnado escuchará inglés con acento y pronunciación anglófona que no venga de un cassette. Del mismo modo que detesto el purismo en lo que a las lenguas se refiere. Como decía una profesora mía (Isabel Rodríguez): “Las lenguas son de quien las usa” (y la tierra de quien la trabaja). Así que muchas veces un marcado acento en según qué idioma y según dónde, es una declaración de intenciones, una actitud ante el poder y lo oficial.