El 14F abre un incierto escenario sobre la estabilidad del Gobierno de Sánchez

13 de febrero de 2021 21:56 h

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Lo que pasa en Catalunya nunca se queda en Catalunya. Este domingo se vota y el resultado que salga de las urnas tendrá efectos sobre la política española. Sobre el Gobierno de Pedro Sánchez, sin duda. Sobre Unidas Podemos. Sobre el PP de Pablo Casado. Sobre la cuerda floja por la que transita desde hace tiempo Ciudadanos. Sobre la posición que Vox ocupa en el bloque de la derecha. Sobre el futuro del fragmentado independentismo. Y sobre las posibles vías de solución del conflicto territorial que arrastra España desde hace ya demasiados años.

Todo está en el aire y la participación, que se prevé de las más bajas de los últimas convocatorias, determinará en buena medida un resultado ante el que en La Moncloa contienen la respiración por las consecuencias que los posibles pactos postelectorales puedan tener sobre la estabilidad del Gobierno. Tanto se juega Sánchez en estas elecciones que su propio jefe de gabinete, Iván Redondo, y su segundo, Francisco Salazar, se han instalado en esta última semana en Barcelona para pilotar la campaña de Salvador Illa, quien aspira a llegar a lo más alto del pódium, esto es, convertirse en primera fuerza política.

Lo malo es que cuando uno sitúa la expectativa tan alta, lo difícil es gestionar la frustración si después no se cumplen los pronósticos. “Hay motivos para creer que es posible”, aseguran desde el Ejecutivo, donde no descartan que el PSC pueda ganar en votos aunque no en escaños. La única certeza es que ganar no siempre significa gobernar y que si fuera este el caso, el panorama sería aún más inestable. El 'efecto Illa', sin duda, ha removido el marco catalán y elevado las posibilidades de un PSC que recupera buena parte del voto perdido en las últimas convocatorias porque araña apoyos entre los votantes de Cs, de los comunes y hasta de ERC en su vieja condición de partido transversal. ¿Tanto como para ser primera fuerza política? Y sobre todo: ¿hasta el punto de poder gobernar?

A medida que ha avanzado la campaña y a tenor de las encuestas, la disputa por la primera posición la libran Junts, ERC y el PSC en un triple empate, según todos los sondeos publicados. Eso sí, ninguno de los tres candidatos podría gobernar en solitario, y las coaliciones posibles dependen de tantas variables y de tantos vetos ya cruzados que complican cualquier dibujo anticipado de lo que finalmente ocurra hasta el punto de que no se descarta siquiera una repetición electoral.

Huelga decir que el sueño socialista de volver a ocupar el Palau de la Generalitat sería un éxito para el PSC y también para el PSOE de Sánchez, pero en La Moncloa hablan ya de solo dos posibilidades de Govern, a tenor de los sondeos y de los vetos cruzados durante la campaña: o Junts y ERC reeditan su coalición en el caso de que los de Carles Puigdemont sean primera fuerza o gobiernan ERC y los comunes con apoyo externo del PSC, si la primera posición es para los republicanos.

Incluso estos dos posibles escenarios no serían tan fáciles como a priori se presentan. Primero porque las relaciones entre los hasta ahora socios del Govern están prácticamente rotas y nada dice que, aun imponiéndose el bloque independentista, fuera posible esa alianza, mucho menos si para la suma fuera necesaria la CUP. Si los catalanes no refrendan la apuesta de ERC por el diálogo convirtiéndola en primera opción y ganase Junts, se abrirá además un cisma en el partido republicano de inciertas consecuencias.

Pase lo que pase el 14F, lo único cierto es que la onda expansiva de la recolocación del tablero llegará hasta Madrid. Y es que tanto la división en las filas del independentismo como la recuperación del PSC y el probable retroceso de los comunes tendrán repercusiones en la política nacional. De un lado, los aliados enfrentados en las urnas han marcado ya distancias durante la campaña, pero el resultado final puede marcar un antes y un después para la estabilidad del Gobierno de España, que ha tenido hasta ahora en ERC a su principal aliado parlamentario junto al PNV.

El PSOE ha empezado a notar ya la tensión con sus socios, según reconocen fuentes socialistas. De hecho ERC se desmarcó hace dos semanas y votó contra la aprobación del decreto que crea la estructura para canalizar los fondos europeos. Lo anunció el portavoz, Gabriel Rufián, un par de días antes y el Gobierno tuvo que sacar la calculadora ante la negativa de PP y Ciudadanos de apoyarlo también con un ojo puesto en las elecciones catalanas. Fue Vox, con su abstención, quien salvó contra todo pronóstico a Pedro Sánchez de una sonada derrota en el Congreso el mismo día que la campaña catalana comenzaba oficialmente.

El gran temor en las filas socialistas es a que ERC pueda adoptar un viraje cuando pase el 14F si no conquista la primera posición. En Moncloa asumen que el 'efecto Illa' puede catapultar al PSC tras años cayendo casi en picado pero que el exministro de Sanidad lo tiene muy complicado para llegar a la presidencia de la Generalitat. El peor escenario que se plantean es que, además, en la pugna dentro del independentismo vuelvan a imponerse los de Carles Puigdemont, algo que pronostican algunos sondeos: ese resultado reduciría las opciones para una suma de izquierdas y arrastraría a ERC en el Congreso a redoblar su ofensiva contra el PSOE para acallar las críticas de sus socios en Catalunya por “su apoyo a los del 155” y la vía de un diálogo que según los de Puigdemont no ha dado resultados.

Lo cierto es que el guion de La Moncloa y también el de Junqueras pasó siempre por que ERC arrebatara el primer puesto del tablero a Junts en votos y escaños, de tal modo que con un PSC en ascenso y en segunda o tercera posición se pudiera consolidar la entente con los republicanos en Madrid, una vez refrendada en las urnas la vía pragmática del independentismo frente a la llamada “independencia mágica” que defienden los de Puigdemont, empeñados en la vía unilateral. Esto además de la necesidad de construir un correlato entre Madrid y Catalunya sobre el diálogo y el entendimiento que permitiera avanzar en vías de solución para el conflicto territorial.

El camino de ERC hasta apoyar la investidura de Sánchez fue duro sobre todo por las resistencias internas. En ese momento se impusieron las tesis del sector pragmático, de ahí que en el PSOE admitan sin reservas que una victoria de JxCat cargaría de argumentos al ala más dura de ERC, que impondría una posible ruptura del 'idilio' con los de Sánchez. Todo ello con la inevitable lectura de que la opción del acercamiento, el diálogo y la mano tendida de los de Junqueras al Gobierno de España habría fracasado en las urnas. Sánchez tendría en ese caso que someterse a una complicada geometría variable y explorar un nuevo acercamiento a Ciudadanos, un partido en descomposición, un escenario que en todo caso le abriría no pocos conflictos con sus socios de coalición.

Pasó ya durante la negociación presupuestaria, cuando los socialistas manifestaron su deseo de recabar el apoyo de Arrimadas en lugar del de los independentistas catalanes y los abertzales. El empeño de Iglesias en explorar solo una vía de izquierdas acabó por truncar la pretendida alianza circunstancial con Ciudadanos, que ya había votado a favor de la prórroga del estado de alarma que negaba ERC.

Catalunya y la forma de encarar el conflicto territorial ha sido, no obstante, en los últimos años una de las principales diferencias entre PSOE y Unidas Podemos, si bien en el pacto de la coalición firmado por Sánchez y Pablo Iglesias dejaron claro que los socialistas marcarían la pauta del Gobierno en este aspecto. Tanto fue así que Unidas Podemos renunció ya entonces a su propuesta de referéndum. Los comunes, sin embargo, van un paso más allá de los socialistas en su propuesta federal al apostar por el derecho a la autodeterminación, es decir, la celebración de un referéndum sobre la independencia que el PSOE hoy rechaza por completo.

No obstante, el principal enfrentamiento entre los socios de coalición en esta campaña –la primera en la que hay verdaderos reproches tras el 'guante blanco' en las gallegas y vascas de julio– ha sido por la salida de Salvador Illa del Ministerio de Sanidad en plena tercera ola de la pandemia. La jugada de Moncloa para aprovechar su tirón en las catalanas no fue bien recibida por Unidas Podemos, que no dudó en sumarse a la oposición al pedir cuanto antes su salida del Consejo de Ministros cuando la fecha de los comicios todavía estaba en el aire. Iglesias llegó a considerar al que había sido su compañero de edificio candidato “de los poderes mediáticos” y por tanto no de la izquierda. Una salida que los socialistas atribuyeron a que votantes de los comunes empezaban a ver en Illa una opción votable el 14F.

De hecho, en el PSOE se ven con posibilidades de arrebatar a los comunes un par de escaños este 14 de febrero, lo que podría tener consecuencias en los equilibrios dentro de la coalición. Unidas Podemos subió el tono contra el PSOE tras su desplome en las elecciones de Euskadi y Galicia –donde se quedaron sin representación tras haber sido las mareas segunda fuerza cuatro años antes–. Desde entonces, las discrepancias se han incrementado y la relación entre los socios es un permanente tira y afloja en el que unos acusan a los otros de deslealtad y los otros a los unos de no hacerles partícipes de las decisiones importantes del Gobierno. Pese a todo, periódicamente intentan calmar los ánimos en reuniones de coordinación en las que se cruzan reproches mutuos y acuerdan, finalmente, ingerir una buena dosis de ibuprofeno para rebajar la inflamación.

Lo que nadie oculta ya es que, sea cual sea el resultado, tendrá derivadas aún por despejar sobre la política nacional. Y no solo sobre la solución al conflicto catalán, también sobre las alianzas parlamentarias que hoy por hoy sostienen al Gobierno de Sánchez, sobre el liderazgo de Pablo Casado en el PP si Vox se impone en el bloque de la derecha y sobre Ciudadanos, que con un pésimo resultado, después de haber sido primera fuerza en 2017, se debatiría entre la disolución o la absorción. La incertidumbre es máxima.