En una España electoral partida por la mitad, todo se puede decidir este domingo por unos cuantos miles de votos. Hace solo dos meses el PP sacó 3,4 puntos de diferencia al PSOE y, tras pactar con Vox en todos los municipios y autonomías donde fue necesario, tiñó el mapa de azul y alcanzó las mayores cotas de poder institucional de su historia. Este 23J se presenta como una segunda vuelta para Alberto Núñez Feijóo y dirimirá si el reclamo de “derogar el sanchismo” que tan buen resultado dio a las derechas el 28 de mayo (y antes en Madrid dos veces, y también en Andalucía) es efectivo ahora, cuando ya se empiezan a conocer los efectos de las políticas donde ha entrado la extrema derecha.
Pese a no presentar más oferta programática que esa, el PP y su nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, quien lleva apenas año y medio en la planta noble de Génova 13, son favoritos en todos los sondeos y más desde el vuelco de mayo, pero en la última semana los institutos demoscópicos apuntan una movilización de la izquierda que trata de hacer frente a ese otro medio país hipermovilizado desde hace meses para desalojar a Sánchez y a sus socios de la Moncloa cuanto antes.
El voto por correo que los populares pusieron en duda -Feijóo apuntó directamente a que los jefes de la empresa pública que él mismo presidió no querían que se votase- ha batido todos los récords y se ha distribuido sin apenas incidencias, aunque como tantas veces, la junta electoral tuvo que ampliar el plazo hasta el mismo viernes del cierre de campaña. Pese a lo inaudito de la fecha, el penúltimo domingo de julio, la participación se prevé alta, señalan los sondeos.
Sánchez, el supervillano que pintan las derechas y a quien muchos dieron por muerto la noche de las municipales, anticipó las elecciones la mañana siguiente y cargó sobre su espalda el peso de una campaña en la que se volcó el expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Con la mayoría de barones de luto por los resultados autonómicos, Sánchez y Zapatero se fajaron en las emisoras y platós más adversos, que el presidente apenas había pisado este último lustro. Con la lección aprendida de la campaña anterior -donde casi solo se habló de ETA y de Bildu- los socialistas situaron muy en segundo plano las propuestas y se centraron en combatir los bulos de la derecha y la pugna con el aspirante popular, que se veía ya en La Moncloa. Hubo ambiente de remontada durante los primeros días pero se truncó en el cara a cara de Atresmedia. Sánchez perdió en el debate más crucial de todos, el peor de los que ha protagonizado desde que llegó a la secretaría general del PSOE, pero la victoria rotunda que muchos medios dieron a Feijóo tuvo efectos secundarios para el líder del PP: en los días siguientes se vio que varios de sus argumentos supuestamente vencedores eran mentira. Y, aunque su equipo se cuidó de vetar las entrevistas en medios incómodos (no las concedió a elDiario.es, pero tampoco a El País ni a Infolibre o Público), su estrategia encalló en Televisión Española, cuando la periodista Silvia Intxaurrondo desbarató el mito de que el PP siempre había subido las pensiones conforme al IPC. Feijóo retó a la presentadora pero esta mantuvo sus datos. La conclusión es que ella tenía razón y Feijóo no.
No fue un derrape más, primero por la beligerancia que el candidato mostró con la periodista animándola a pedir disculpas, cosa que el líder popular no hizo, pero sobre todo porque hasta ese momento el eje de la campaña del PP consistía en presentar a Sánchez como un presidente mentiroso frente a su candidato irreprochable que promovía “el valor de la verdad”. Feijóo tuvo que admitir en las horas siguientes que se había equivocado en la entrevista de la tele pública, para subrayar, a renglón seguido que él puede cometer “inexactitudes” pero no miente. Inexactitud o mentira, el dato de las pensiones lo había usado en las entrevistas y en media docena de mítines, que habían seguido un guion semejante y que incluyeron otras falsedades (voluntarias o no) sobre las horas trabajadas en España, la responsabilidad en el hundimiento de las cajas, el Iva de las peluquerías, pero fundamentalmente sobre una consigna: su supuesta convicción de que debe gobernar la lista más votada... en un momento en que el PP estaba pactando contra el vencedor de las elecciones en Extremadura, Canarias, Toledo, Valladolid y una larga lista de municipios.
La otra gran novedad en la izquierda, respecto a la campaña de hace dos meses es Sumar. Esta vez la coalición a la izquierda del PSOE representa a 15 partidos que no compiten entre sí, con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz al frente. La coalición, que se tuvo que cerrar a la carrera en dos semanas, cuenta con una candidata bien valorada en las encuestas, integró a Podemos, pero no a Irene Montero, y arrancó titubeante, con promesas arriesgadas, como la de la renta universal de 20.000 euros para jóvenes, que ni siquiera comparte toda la izquierda.
Tras una primera semana en la que le costó encontrar foco, Díaz buscó en el sprint final el cuerpo a cuerpo con Feijóo, un rival político que conoce bien y con el que ya se había medido en sus años en Galicia (siempre había ganado Feijóo). La vicepresidenta que exhibió durante esta legislatura su perfil más pactista e institucional se arremangó para combatir al candidato del PP. Fue la primera en señalar el elefante en la habitación: sus años de amistad con Marcial Dorado, un escándalo nunca aclarado por el líder del PP. Díaz aludió a las madres de la droga, a la generación de jóvenes que moría mientras el hoy aspirante a La Moncloa surcaba en yates los mares de Baleares, Canarias y las Rias Baixas en compañía de uno de los mayores capos del contrabando de Europa, condenado por lavar decenas de millones de dólares. Medios internacionales, como Politico, ya habían destacado en portadas las amistades sospechosas del líder del PP.
Marcial Dorado entra en campaña
Desde entonces, el asunto de Marcial Dorado, los años de amistad cuando Feijóo ya era número dos de la Consellería de Sanidad en el primer gobierno de Fraga en Galicia, y los contratos extraviados de las empresas con el capo han marcado las últimas horas de la campaña. Y en un escenario nada hostil para el PP, como es el estudio de Carlos Herrera en la Cope, Feijóo pisó el último gran charco de la campaña. Herrera le había sacado toda importancia a aquellos años de viajes al mar y la montaña de Feijóo y Dorado pero pese a todo dio la oportunidad de explicarse al candidato popular, que pronunció esta frase: “En aquel momento era contrabandista, me refiero, cuando yo le conocí, había sido contrabandista nunca narcotraficante”.
Rápidamente, desde el resto de partidos volvieron a pedir explicaciones y acusaron a Feijóo de relativizar los delitos de contrabando y blanqueo cometidos por su entonces compañero de escapadas al mar y la montaña y de celebraciones de fin de año. El candidato del PP ya había dicho en La Sexta unas horas antes que durante aquellos años nunca conoció a qué se dedicaba Dorado porque entonces no era tan fácil enterarse de esas cosas porque “no existía Google ni Internet”. La pregunta sigue coleando una década después de que El País revelase aquellos años de relación: ¿Pudo un alto cargo del Gobierno gallego en la Consellería de Sanidad ignorar quien era Dorado, que había protagonizado centenares de noticias y apariciones en televisión, la más grave su detención por la Operación Nécora (de la que finalmente salió absuelto)?
Feijóo tampoco ha dado una explicación convincente en la campaña. Una duda más que amenaza el discurso de Feijóo y su supuesta defensa de la verdad en política. “Si miento, echadme del partido”, llegó a decir el jueves en un mitin en Madrid.
Si en los actos de las municipales y autonómicas el viento soplaba de cola para el PP, en estos últimos días se ha visto a un Feijóo a la defensiva que no ha sido capaz de imponer el marco.
Por lo demás, en una campaña en la que apenas se habló de los programas, fue Vox el que más ruido hizo con el suyo: supresión de las autonomías, bajadas de impuestos generalizadas, desmontar las redes de igualdad, cuestionar los acuerdos climáticos internacionales. Su presentación coincidió con el momento en que Feijóo despejó la duda: si los votos de Vox son necesarios, lo normal es que entren en el Gobierno. Lo dijo en el programa de Ana Rosa Quintana y en una entrevista en El Mundo. Pese a todo, manifestó que su modelo es gobernar en solitario. Por si el PP necesitase más pistas de dónde quieren ir sus socios, los mítines de Abascal incluyen intervenciones grabadas de Meloni y Orban. A diferencia de Feijóo y Abascal, Sánchez y Díaz adelantaron que gobernarán juntos si salen los números para reeditar la coalición.
Pese a que en los hitos de la campaña todos los focos apuntaban al debate a dos o al de los cuatro candidatos que plantó Feijóo, fue el formato a siete en la cadena pública el que propició un mayor contraste de propuestas. La foto general dibujó a un PP solo con Vox y protagonizó uno de los momentos de la campaña: cuando el portavoz de EH Bildu, Oskar Matute, le replicó a Iván Espinosa de los Monteros, cuando le preguntó qué hacía los días que Eta mató a Miguel Ángel Blanco. “Yo estaba en una vigilia en Ermua pidiendo su libertad, ¿dónde estaba usted?, le replicó dejando en silencio al portavoz de la extrema derecha. La pugna de Bildu y el PNV en Euskadi es otra de las incógnitas del día. Como los resultados de Catalunya, donde la encuesta del CEO, el organismo de encuestas, destaca una fuerte recuperación del PP, al borde del empate con ERC y Junts por el segundo puesto, a mucha distancia del PSC.
Falta saber el efecto que tendrán estas últimas semanas en el resultado porque las de este 23 de julio son unas únicas elecciones, pero en ellas confluyen varias campañas, no solo la de los últimos 15 días. La más influyente cumple ya un lustro y tiene que ver con esas derechas (no solo la política) que han considerado ilegítimos el Gobierno (el de coalición y el anterior) y que han emprendido contra él una guerra sin cuartel (a la que se han apuntado entusiastas algunos medios de comunicación e incluso ciertos jueces) sin tregua siquiera por la pandemia o la guerra a las puertas de Europa.
En la legislatura de la pandemia, de los aplausos en los balcones a los sanitarios, de las muertes en las residencias de mayores, el debate programático brilló por su ausencia, salvo por algunas iniciativas de Sumar y la declaración de intenciones de la extrema derecha para demoler cualquier avance social.
El resultado del 23J cerrará un largo ciclo electoral en España pero servirá también de test en Europa para medir la intensidad de la ola reaccionaria que situó a Meloni al frente del Consejo de Ministros en Italia y catapultó a la extrema derecha como segunda fuerza en un país tan poco propicio a priori como Suecia, o la deriva autoritaria Orban en Hungría y las políticas antiinmigración de Polonia y Noruega.
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