No se ha enterado casi nadie, pero Cartagena se ha postulado como capital del moderno Occidente con la declaración institucional del Día del No Nacido, pionera en España y seguramente en Europa, continente donde hace siglos se conquistaron libertades y los estados conviven civilizadamente y lo justo con las presiones de la religión.
Se celebró el día de la Encarnación, que conmemora el momento en que el arcángel san Gabriel anunció a la Virgen María su embarazo carnal por el Espíritu Santo. Y así fue como un grupillo de una decena escasa de antiabortistas ultracatólicos nos devolvieron, por un instante, al Medievo. Porque esta ocurrencia, que viene de largo, no tiene el reconocimiento de las Naciones Unidas, pero eso es lo de menos para estas brigadas contra el mal.
Las asociaciones provida serían enternecedoras, si no fuera por la trastienda. De aspecto pulcro, como recién salidos de la ducha, usan bien desde pequeños los cubiertos del pescado, los de más fino fenotipo tienen el aire edulcorado de la familia Trapp. Pero en el fondo son, incluso también en las maneras, hermanísimos del más fanático islamista de algún suburbio de Kandahar. La cruzada de los niños sin nacer comenzó hace meses, en octubre. Fue el Día Internacional del Duelo Perinatal cuando una representación institucional de la derecha y su hermana extrema inauguraron un mural dedicado a ellos y sus familias en el cementerio municipal de san Antón.
La idea, como explicó un concejal, es la de tener un espacio de recogimiento para familias que han perdido un hijo en el embarazo, y también ¿cómo se atreve? para ofrecer ‘oración y arrepentimiento’ a las mujeres que decidieron abortar. Tremenda, cegadora arrogancia la de estos guardianes de la moral a los que el gobierno local de mi ciudad apoya. El duelo por un aborto es algo muy triste, devastador, imperdurable. Ningún bien nacido (con perdón por el chiste) tiene derecho a apropiarse de tan privadísimo dolor. En ese empeño de apoderarse de nuestras almas y cuerpos, todavía no se han enterado de que la muerte perinatal es asunto de preñadas. Eso y nuestros duelos, que son cosa nuestra.
A los que se creen los más defensores de la vida les ha quedado un pelín sombrío el nombre de esta conmemoración, que parece como de terror gore. Propongo, para dulcificar, otras opciones que rebajen la dureza del lenguaje. Por ejemplo ´Huella de Luz’, película de Cifesa, que no puede ser más español, ´La herida luminosa’, por su tamiz espiritual, o, ya más recientes, ‘Abortar en Londres’, sólo para pudientes. Lo más coherente, ya que son tan furibundamente conservadores, hubiera sido respetar el santoral. Por ejemplo, se podría llamar a esta jornada el ‘Día de las Encarnitas’. Denominación patriota, popular, homenaje a esas mujeres y amigas que adoramos, de nombre tan mistérico y racial.
Con todo el cariño a las palomas fecundadoras, sobre todo si son de la paz, hay que trazar límites a tanta audacia, por no decir ignorancia, en imponer sus modelos de conducta. Cuando creíamos que el cristianismo a machamartillo era un fenómeno residual, en las calles aparecen de nuevo las señoras pías en rescate de la sagrada barriga de una mujer vulnerable, sola, embarazada, pero sobre todo, pobre. Ellas se encargan del tea party, de pedir subvenciones, de organizar la primorosa canastilla hasta que el niño nazca. Después del parto, misión cumplida, los menesterosos a los servicios sociales, que para eso están. Y que pase la siguiente.
De esto va todo, de subvenciones. La Asamblea Regional dio luz verde esta semana a una moción del grupo ultra para declarar Día Internacional por la Vida todos los veinticinco de marzo. Es decir, el Día de las Encarnas y Encarnitas. Déjenlo en Día de la Encarnación. Como dijo en el escaño la enorme María Marín, que rece la que quiera, los rosarios fuera de los ovarios. No es difícil de entender, simplemente se habla de respeto. Cuando les hablen de Ogino, piensen en las ventajas de las leyes y la ciencia. Que en democracia no se permite el autoritarismo. Hace tiempo que no queremos ser las esclavas del señor. Hágase en nosotras nuestra única, real y voluntaria palabra.
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