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Aznar avisa en su último libro de que los occidentales se han vuelto unos blandos

Aznar desdeña a las personas que no están dispuestas a hacer sacrificios, que para él son casi todas.

Iñigo Sáenz de Ugarte

El futuro ya ha llegado y predominan los tonos sombríos, avisa José María Aznar. Ya está aquí y, cuidado, estamos en el momento más peligroso de las últimas décadas. El expresidente del Gobierno ve amenazas por todas partes –en casi todas aparece la palabra 'populismo'– y advierte de que esta es una época de cambios que pueden llevarse por delante a los que no estén listos. Eso incluye al Partido Popular.

El futuro es hoy. España en el cambio de época –de 217 páginas y publicado por Ediciones Península– es el último intento de Aznar por presentarse como ensayista, no como el típico político retirado que recicla viejas batallas. Es un libro que en su mayor parte está centrado en la política y economía internacionales, aunque también cuenta con unos capítulos finales donde habla de España. 

Cualquier intervención pública de Aznar de los últimos años ha incluido críticas duras a los años de Mariano Rajoy al frente del Gobierno y del PP. Algunas veces, han ido directas al mentón del hombre al que eligió sucesor y que finalmente decidió ignorarlo. En el libro, no hay tanto fuego escasamente amigo, pero sí pronósticos muy pesimistas.

Esta vez, su objetivo no es criticar al PP de Rajoy, ya desaparecido, sino elogiar a Ciudadanos. El partido de Albert Rivera “nació con la pretensión de sustituir a los nacionalistas como partido bisagra”, pero ya ha llegado a la mayoría de edad y está en condiciones de convertir al PP en una fuerza marginal o complementaria. Después de las elecciones catalanas de 2017, “Ciudadanos deja de ser un proyecto de partido bisagra y se convierte en un serio aspirante a partido de Gobierno con posibilidades de ocupar el espacio político del Partido Popular”, escribe Aznar. 

Hay que recordar aquí que el libro se entregó a la editorial en el comienzo del verano, casi seguro antes del congreso que eligió a Pablo Casado como nuevo líder del PP, un desenlace que dejó muy satisfecho a Aznar. Quizá ahora no sería tan pesimista. Es probable que insistiría en que su partido se enfrenta “a una verdadera prueba de supervivencia”.

Blando con Trump

El mundo no está a la altura de lo que Aznar espera de él. Lo ve azotado por el populismo y el nacionalismo, con una Europa débil que ha olvidado que no debe apartarse de Washington y unos EEUU cada vez menos interesados en el eje atlántico. Se está produciendo “un ocaso del orden liberal internacional” creado después de 1945. Los rusos continúan siendo el enemigo más peligroso (aunque en estos casos se obvia que su PIB está muy por debajo del de la estancada Italia y su gasto militar es diez veces inferior al de EEUU). Los chinos también, pero menos.

La conexión entre EEUU y Europa occidental ha sido destrozada por Donald Trump hasta dejar a políticos como Angela Merkel al borde de la depresión. Para el presidente de EEUU, no hay relación trasatlántica que sea más importante que las cuestiones comerciales en las que está seguro de que su país ha sido estafado por los europeos. Paguen lo que me deben y luego hablamos, dice para desesperación del establishment político y militar de EEUU. 

Es curioso que Aznar no se decida en su libro a atacar con más dureza al aislacionismo nacionalista de Trump, como han hecho otros políticos europeos de sus ideas. Sí lo califica de “impredecible” y escribe que está “convirtiendo aceleradamente a Estados Unidos en un país aislado y aislacionista”. Más tarde, se refiere a los “comentarios incoherentes” de Trump, por haber llamado “obsoleta” a la OTAN en su campaña electoral (aunque luego rectificó a instancias de su secretario de Defensa). 

Y ahí queda todo, a pesar de que el mundo necesita a EEUU de forma desesperada, según Aznar. Su liderazgo es insustituible. Un mundo multipolar produciría “un universo fuera de control”. La OTAN debe ser ampliada a estados como Japón e Israel, una propuesta que hizo hace años y que fue recibida con perplejidad en ambos países. Aznar pretende crear una organización militar mundial para que los países más ricos vigilen a los demás. A fin de cuentas, la OTAN es más importante que la UE: “El año 1957 es posterior a 1949, es decir: la Unión Europea siguió a la Alianza Atlántica, no al revés”. El expresidente sabe dónde están sus prioridades. Por eso, se opone a una UE más fuerte, “federalizante”, que pueda hacer sombra a EEUU.

Aznar reivindica lo que podríamos llamar la Europa de las Azores. A pesar de todo lo que ha hecho Trump, pone la raíz del problema en Europa y además cree tener la fecha exacta del origen de esta era de confusión: 2003. Sí, se refiere a la invasión de Irak, inicio de una explosión de violencia cuyas efectos se multiplicaron después.

El rechazo del francés Chirac y el alemán Schröder a acompañar a Bush en la operación militar es considerado por Aznar una traición imperdonable. Abrieron además las puertas a Putin, lo que hizo –y aquí Aznar entra con ímpetu en el terreno de la conspiración– que se produjera “la sustitución del vínculo atlántico por el vínculo ruso” producida en la cumbre UE-Rusia de 2003, una reunión de efectos históricos inexistentes.

No es necesario molestarse en buscar en las páginas algún comentario sobre las armas de destrucción masiva que justificaron la invasión y que nunca existieron, pero sí hay un reconocimiento significativo. Aznar admite que fue un error pensar que el derrocamiento de Sadam Hussein produciría la llegada automática de la democracia liberal a Irak y por tanto “una transformación de Oriente Medio que lo encaminaría hacia la paz duradera” (por paz duradera, también se puede entender hegemonía estadounidense). Ese era el gran objetivo, no totalmente oculto, de los neoconservadores. No sólo no se produjo, sino que originó un año después el comienzo de un baño de sangre.

Si Aznar no se atreve a hablar de armas nucleares y químicas, y si el fin de Sadam Hussein no inauguró una era de paz y prosperidad en la región, es difícil saber entonces qué justificaba la invasión y por qué merecía la pena pagar el precio de centenares de miles de vidas perdidas en Oriente Medio. Sobre eso, no hay mucho más que decir en el libro.

El amor a la guerra

Aznar tiene la desgracia de saber que su belicismo no es muy popular, ni siquiera entre sus antiguos votantes. Pero tiene una explicación. Se ha perdido el ardor guerrero porque hemos entrado en una etapa histórica acomodada en la que los ciudadanos son unos blandos. Ahí suscribe la tesis que Francis Fukuyama desarrolló en El fin de la historia, bastante ridiculizada desde entonces, a veces de forma exagerada. Sin el orden inmutable que suponía la Guerra Fría con el enfrentamiento de dos modelos ideológicos excluyentes, se desarrolló “un hombre nihilista”, “sin mayores aspiraciones más allá del próximo viaje al centro comercial”.

Aznar sostiene que Fukuyama se equivocó en algunas cosas, pero en absoluto en la definición que hizo de las denominadas “personas poshistóricas”: las que “no están dispuestas a hacer sacrificios” y “carecen de coraje”. 

Varias decenas de páginas después, insiste en la idea. Dice que Rusia es el “enemigo íntimo” de Occidente, uno sin el que alguien como Aznar no puede vivir sin morir de melancolía. Los rusos son un “un pueblo dispuesto a sacrificarse, a diferencia de los occidentales, que son hombres poshistóricos”. Nadie irá a salvarles cuando estén sitiados en un centro comercial por una horda de zombis rusos. 

El futuro es hoy, dice el libro, y a Aznar le angustia que nadie esté dispuesto a ir a la guerra con él. 

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