La primera parte del juicio por el asalto a la casa de Luis Bárcenas se convirtió en un sainete, exclusiva responsabilidad del acusado, Enrique Olivares García. A los pocos minutos de comenzar el interrogatorio del fiscal, García Olivares fingió que comenzaba a oír voces, gritando y gesticulando. El presidente del tribunal advirtió la maniobra y suspendió la vista. Una hora después se retomó con el testimonio del forense que acababa de examinar al acusado. Su conclusión fue tajante: García Olivares estaba simulando una enfermedad que ni tiene ni existe.
“Vengo con la mente clara y el corazón limpio”, comenzó sus respuestas el acusado. Explicó que se había disfrazado de sacerdote y que esa “mentira” le permitió acceder al domicilio de Luis Bárcenas. Pero enseguida comenzó su interpretación. Primero pidió un vaso de agua y se tomó una pastilla. A continuación , mientras se echaba las manos a la cabeza, empezó a gritar “sáquenme estas voces de mi cabeza, por favor” o “yo le firmo 20 años (de condena) pero que estas voces salgan”.
El presidente del tribunal, Juan José López Ortega, debió sospechar de la conducta del acusado porque explicó que ordenaba un receso para que el abogado explicara a su defendido “cómo debía comportarse” ante un tribunal. La defensa de Olivares solicita la libre absolución por alteración mental. El fiscal pide 18 años de prisión y la acusación particular 19 y medio. Ambas acusaciones le atribuyen los mismos delitos: tres de retención ilegal, dos de coacciones, uno de tenencia ilícita de armas y tres faltas de lesiones, por las heridas que causó el acusado con las bridas que colocó a Rosalía Iglesias, Guillermo Bárcenas y la empleada del hogar, Victoria Feliz de la Cruz.
Una hora después se retomó la sesión con el testimonio del forense de la Audiencia Provincial de Madrid. El facultativo explicó que Olivares presentaba pulso, tensión y reflejos “absolutamente normales”. Durante el reconocimiento, el acusado fingió mareos y trastorno, pero el médico concluyó que esos síntomas no se corresponden con ninguna enfermedad. “Es una simulación clínica”, aseguró el doctor Cartagena. A pesar de ello, el acusado persistió en su pantomima, hasta que el presidente del tribunal, tras advertirle en varias ocasiones, lo expulsó del juicio.
Por su parte, Rosalía Iglesias realizó un detallado relato de los hechos ocurridos el 23 de octubre de 2013. Contó cómo se presentó en la casa un hombre vestido de sacerdote, de parte del Obispado. Traía un mensaje importante porque, según dijo, el juez Pablo Ruz quería excarcelar a Luis Bárcenas. Tras reunir en el salón a Iglesias, el hijo de Bárcenas y la empleada del hogar, comenzó una charla que se prolongó durante veinte minutos. Según Iglesias, aquel hombre tenía precisa información de la familia. De su hijo, afirmó, sabía “todo”, incluido en qué centro de Nueva York había estudiado. “Es tal el grado de confianza que me transmitió, que por los nervios que tengo y cómo me encuentro, le dije que si me podía fumar un cigarro, y él dijo que también se iba a fumar uno”, relató Iglesias.
Pero tras 20 minutos de charla, Olivares dijo que iba a coger de su maletín una pastilla para la acidez, momento en que aprovechó para sacar un revólver. Entonces, dijo que no era sacerdote y que iba a por lo que “sabía” que tenían en el domicilio, y que luego aclaró que serían unos pen-drive. El acusado ató con bridas a los tres ocupantes de la casa y comenzó a amenazarlos de muerte si no le daban lo que pedía, a lo que Iglesias le contestaba que no existía. “He venido para derrocar al Gobierno quien me ha mandado sabe que esa información está aquí”, insitía el acusado, según el relato de la mujer de Bárcenas.
“No te preocupes negrita: soy socialista y a ti no te mato”
A la empleada del hogar, Olivares le dijo: “no te preocupes, negrita, que yo soy socialista y a ti no te voy a matar”, según el relato de Rosalía Iglesias. Entre sus amenazas, el acusado dijo que había estado en la guerrilla y que había “matado a mucha gente” y que no le importaba hacerlo de nuevo.
Durante su declaración, Iglesias describió una situación dramática, con el acusado cada vez más violento, y que se acentuó cuando el acusado les ordenó que entraran en un despacho. “Los tres sentimos que era el final”, afirmó. Poco después, Guillermo Bárcenas –que alegó enfermedad para no asistir al juicio a declarar- logró soltarse y dar un cabezazo al acusado, con el que comenzó a forcejear. Su madre dijo que es “un valiente”. Según el relato coincidente de Iglesias y de la empleada, ésta tomó el revólver y salió corriendo. “Mi hijo soltó las bridas y eso fue un milagro. Saltó como una auténtica fiera sobre él. Le dio un cabezazo, le sujetó las manos y se tiró encima de él. El seguía sosteniendo la pistola en las manos…”, relató Iglesias. Y añadió: “Yo pensaba: si nosotros morimos ese día, que es lo más probable, mi marido también, y eso podía beneficiar a mucha gente”.
Entre los testimonios del juicio estuvo el de Victoria Feliz de la Cruz, la empleada del hogar. La mujer no pudo contener el llanto durante la mayor parte del interrogatorio. Cuando Guillermo Bárcenas se avalanzó sobre el acusado, tomó el revólver y huyó a la calle para pedir ayuda. Antes que la Policía llegó un antiguo empleado del Partido Popular que ha hecho de chófer para Bárcenas y sigue teniendo “relación” con la familia. Sergio, como le llama la familia, ayudó a inmovilizar a Olivares hasta que se personó la Policía.