Cuando los políticos se preguntan cuál será el legado que deje su trayectoria lo más inteligente que pueden hacer es no esperar a que otros se ocupen de describirla. Mejor ponerse manos a la obra. “Por mi parte, considero que lo mejor es que todos los autores dejen que la historia se ocupe del pasado, sobre todo porque me propongo escribir yo mismo esa historia”, dijo Winston Churchill en un debate parlamentario en enero de 1948. Los diputados se rieron, pero sabían que no era una broma. Ya había escrito varios libros de historia y en unos meses sacaría el primer volumen de su historia de la Segunda Guerra Mundial. La obra fue un gran éxito de ventas, lo que no impidió que fuera criticada por unas cuantas omisiones interesadas en los hechos descritos. Churchill ya había explicado que había escrito lo que había vivido. “Esto no es historia. Es mi experiencia”.
Eso es lo que ha intentado hacer Albert Rivera. Su problema es que los hechos que cuenta en su libro 'Un ciudadano libre', publicado por Espasa, son relativamente recientes e incluyen un montón de declaraciones públicas suyas en las que dijo lo que dijo y así apareció reflejado en los medios de comunicación. Publicar un libro exige promocionarlo en esos mismos medios y ya hemos sido testigos de su primer intento por retocar los acontecimientos que precipitaron su fracaso electoral en las urnas en noviembre de 2019 y su abandono de la política.
Rivera estuvo en la noche del martes en el programa 'El hormiguero', que presenta Pablo Motos en Antena 3, donde prácticamente es amigo de la casa. Aun así, Motos le preguntó “cuál es la identidad de Ciudadanos”, en relación a los cambios de estrategia y opinión que tuvo el partido el año pasado, y la duda quedó en el aire, porque no la contestó.
No es frecuente que un político admita que el adversario es más inteligente que él. A la gente no le gusta votar a los tontos. Hace un par de años, Rivera estaba para comerse el mundo y al final acabó en el contenedor de los políticos reciclados para otras funciones. Pero una vez que están fuera de la jungla se pueden permitir ciertas libertades. Sorprendentemente, el expresidente de Ciudadanos optó en el programa por dar pena, tanta que Motos podría haberle dado una colleja y habría parecido lógico. “Pequé un poco de pardillo. España estaba polarizada, Sánchez alimentaba a Vox y viceversa, y a mí se me ocurrió sacar la bandera blanca en medio de una guerra”, dijo para explicar su oferta de última hora al PSOE para negociar con unas condiciones que hacían imposible el pacto.
¿Bandera blanca? ¿El símbolo habitual de la rendición en una guerra? Pongamos que estaba pensando en el gesto de interrumpir los combates para parlamentar. Si es cierto que eso era una guerra, hay que recordar que Rivera también pegó unos cuantos tiros desde su trinchera. Había pocos cascos azules en esas refriegas.
El truco estaba en presentarse como víctima de un pérfido malvado para que calara en la audiencia que él debía haber sido incluso más duro contra la izquierda. “Sánchez, como estratega, ha sido muy bueno”, dijo. Vaya, no decía eso cuando estaba en el Congreso. Sin embargo, pronto quedó claro que le había derrotado una inteligencia teñida de oscuridad. “Tenía que haberle desenmascarado antes”, dijo después. Batman contra Joker. O Batman contra otro peligroso criminal embozado. Como también comentó que “este país tiene a Pedro Sánchez de presidente, porque quiere a Pedro Sánchez de presidente”, hay que llegar a la conclusión de que a los votantes españoles se les engaña fácil.
¿Por qué no pactó con Sánchez después de las elecciones de abril?, le preguntó Motos (el PSOE y Ciudadanos sumaban 180 escaños en ese momento). “Por una cosa muy sencilla. Porque Sánchez no quiso. Quería pactar con Podemos y los nacionalistas. A mí me lo dijo”, respondió.
La hemeroteca empieza a pedir paso si se quiere encajar esas palabras en la realidad. Pocos días después de esas elecciones, Rivera salió de una reunión con el actual presidente con un mensaje nada ambiguo. No le interesaba ningún acuerdo con Sánchez a cambio del sí o la abstención en la investidura. Sólo toleraba un tema en el que estaba dispuesto a negociar: “Le he ofrecido que me llame al minuto si va aplicar el 155” en Catalunya. Si Sánchez le hubiera dicho que ya tenía previsto pactar con Podemos, lo que no ocurrió hasta después de los comicios de noviembre, hay que suponer que Rivera lo habría anunciado y así se habría quitado de encima toda la presión que estaba recibiendo de empresas y medios de comunicación con el objetivo de evitar la entrada del partido de Pablo Iglesias en el Gobierno.
¿Cómo le iba a interesar pactar con el PSOE si se había quedado a ocho escaños del PP en abril, si entre los ataques que había dirigido a Sánchez estaba sostener que el presidente era “un peligro público” que estaba al frente de “una banda”, y si Ciudadanos había anunciado que se preparaba para liderar la oposición contra el Gobierno? Rivera ya había tomado una decisión inamovible antes de que los reunidos ante la sede del PSOE la noche electoral gritaran “Con Rivera, no” y Sánchez pusiera cara de circunstancias.
Hay que reconocer que a Churchill le hubiera resultado más difícil vender sus decisiones durante la guerra en la época de internet y las redes sociales. Rivera va a necesitar escribir más de un libro para que la gente olvide lo que dijo en 2019.