Cuando en 2003 Alberto Ruiz-Gallardón anunció que Ana Botella iría en la lista electoral al Ayuntamiento de Madrid, la noticia trepó a los titulares de los periódicos. La esposa de José María Aznar, el contrapoder de Mariano Rajoy en el partido, se integraba en el equipo del que algunos medios vendían como el dirigente más 'progre' del PP. Hace 11 años de todo aquello, pero este martes, oyendo a Botella anunciar con una sonrisa que no se presentará a las próximas elecciones municipales, aquellas imágenes parecen casi en blanco y negro.
El equilibrio de fuerzas dentro del Partido Popular ha sellado el destino inmediato de Ana María Botella Serrano. Y para comprobarlo basta con repasar la situación actual de los protagonistas de aquella noticia. La influencia de Aznar en la dirección del PP es hoy casi inexistente. Quedó de manifiesto en la ausencia de Mariano Rajoy –su antiguo delfín– en la presentación de su último libro y en que nadie lo invitó a hacer campaña en las últimas europeas.
Gallardón ha dejado su imagen de moderado bien atrás, y en su papel de ministro abandera la reforma de la ley del aborto, la limitación de la justicia universal o la aplicación de tasas judiciales. Por su parte, Esperanza Aguirre, que ya convertida en 'lideresa' del PP madrileño libró con Gallardón una batalla política sin cuartel –una pelea en la que Botella ofició de contrapunto por su conexión con el sector más conservador del partido– ahora suspira por la candidatura a la alcaldía, de la que la alejan intereses ocultos.
Botella, sonriente, relajada por una vez, da por finiquitada su fulgurante (y estrellada) carrera política en una comparecencia sin preguntas. La comunicación, es verdad, nunca fue su fuerte. Al principio se achacó a su inexperiencia –estaba acostumbrada a moverse en los círculos de poder como primera dama pero no a la exposición pública– pero con el correr de los años se hizo evidente que los nervios escénicos sumados a su carácter explosivo (y una memoria que flaquea, según muchos de sus colaboradores) no la convertían en una gran promesa ni para el partido ni para la ciudad.
Manzanas, peras y mendigos
De su etapa como concejal de Servicios a la Ciudadanía se recuerda su polémica propuesta de 'limpiar' de mendigos la ciudad y la ya mítica metáfora de las peras y las manzanas para explicar su oposición a los matrimonios homosexuales. Eso sin contar con los 14,5 millones de euros que gastó en trasladar su despacho al exclusivo barrio de Salamanca.
Más tarde, al frente del Área de Medio Ambiente, Botella se enfrentó a su primera crisis de gestión: la capital tenía un grave problema de contaminación, cuyos niveles superaban los límites legales. Tras la presentación oficial de un profuso paquete de medidas, la concejal accedió a “aclarar” los detalles que no venían en las diapositivas del power point. Detrás de ella, un técnico seguía atento aquella conversación informal. Tras despedirse de los periodistas, el técnico aguantó a pie firme. Tímidamente deslizó que los detalles ofrecidos por Botella eran... “inexactos”. En realidad, no coincidían en lo más mínimo. Parecía que no se hubiera leído el documento.
Sí se había estudiado el informe sobre la fauna del río Manzanares que dio lugar a una de sus intervenciones más hilarantes, convertida en éxito de Youtube bajo el epígrafe 'gaviotas reidoras'.
Esto ocurrió meses antes de que la mujer de José María Aznar aferrara el bastón de mando de Madrid, heredado de un triunfador Gallardón que dejaba la ciudad para formar parte del Gobierno de Mariano Rajoy. La coyuntura económica, sin embargo, no era la mejor. Y la responsabilidad de gobernar una ciudad de 3,1 millones de habitantes dejó al descubierto sus flaquezas.
Privatización del Gobierno municipal
Su gran legado político serán los llamados contratos integrales. Una manera de gobernar a base de gigantescas adjudicaciones que agrupan muchos servicios. Plena subcontratación de la labor de gobierno local, da igual qué: educación, limpieza, movilidad, urbanismo... El objetivo, pagar menos. La estrategia: convocar concursos de muchos millones de euros (sólo aptos para grandes empresas) en los que se juntan diversas labores de competencia municipal.
Esta fórmula ha parido el famoso contrato de limpieza de calles que llevó a la huelga a los operarios el año pasado (y a Madrid al estatus de basurero incontrolado). Ahora ha desembocado en una etiqueta en Twitter #MadridDaAsco para ilustrar las estampas de suciedad reseca y acumulada durante el verano.
Pero también se subastó con este sistema el cuidado de parques y arbolado de la ciudad. Casualidad o no, la capital lleva tres meses con quejas por desplome de ramas y árboles enteros. Dos personas han muerto por sus impactos.
Tampoco ha quedado a salvo de esta dinámica la enseñanza de los más pequeños. Las escuelas infantiles de 0 a 3 años regentadas por el Ayuntamiento han ido pasando por nuevas adjudicaciones en las que el criterio económico prima por encima de cualquier otro. El lema es que cuanto más ahorren las empresas a los pagos del presupuesto, mejores escuelas son.
Y la batería de megacontratos se ha cerrado con la recogida de basuras, que va camino de adjudicarse a otra gran contratista, que ha ofrecido una rebaja cuantiosa del precio de sus servicios –lo que hace barruntar a los trabajadores que serán la pieza sobre la que se sustenten los recortes–. Si a los desperdicios en las aceras se le suman bolsas de basura, la etiqueta tuitera gozará de largo aliento.
'Relaxing' definitivo
La todavía alcaldesa tiene fama de no dejarse ayudar. Pero en Argentina, cuando se lanzó a defender la fallida candidatura de Madrid como ciudad olímpica para 2020, sí que tenía una corte de asistentes bastante nutrida. Nacionales y extranjeros. En nómina del Ayuntamiento y contratados como consejeros externos. Todos miraban la pantalla que retransmitía su discurso en una sala cercana al hotel del Comité Olímpico Internacional. “¿Relaxing cup of café con leche?” sonó por los altavoces. La audiencia ajena al equipo municipal quedó un tanto estupefacta. Al darse la vuelta buscando las miradas evaluadoras del equipo asesor se encontraron esta respuesta: “Muy bien. Es la vez que mejor le ha salido. La más natural”.
Ana Botella se enfrenta, desde este martes, a ocho meses de Gobierno, hasta las próximas elecciones municipales, como alcaldesa y cadáver político a la vez. Ocho meses al frente de una ciudad, bastión del PP desde 1991, que el partido ve riesgos de perder en los comicios de primavera. Y que tiene más de una candidata en liza. Su salida, es verdad, relaja las tensiones internas para decidir un candidato. Un último servicio al partido, un quiebro para evitar un batacazo electoral seguro o un gesto de cansancio. Da igual. El 'relaxing cup' ahora mismo se lo beben en casa de los Aznar. Y en Génova. Y en Moncloa.