En la antología del parlamentarismo español, hay constancia de los duelos protagonizados por los diputados que se retaban dentro y fuera de la Cámara. Ríos Rosas y González Bravo se batieron incluso pistola en mano a las afueras de Madrid y el último resultó herido en un hombro. Todo estallaba siempre cuando se daba el salto de lo político a lo personal y cuando se mentaba el honor de cada cual.
Por haber, ha habido en la sacrosanta Carrera de San Jerónimo hasta bofetadas como la que le propinó, según recordó Luis Carandell en “Las anécdotas del Parlamento”, O'Donell a Augusto Comas allá por 1897. Conservador y liberal discutían sobre Cuba cuando se cruzaron los sopapos.
En el Parlamento de hoy sus señorías no se baten en duelo ni llegan a las manos, pero hace tiempo que no hay un pleno sin virulencia verbal ni palabra gruesa que no sea jaleada por las respectivas bancadas. La sesión de control se lleva siempre la palma desde primera hora de la mañana. ¡Atrás quedaron los tiempos en los que la oposición preguntaba al Gobierno los miércoles por la tarde! Ahora, no han digerido aún el primer café y la energía semántica se asemeja mucho más a la de una larga sobremesa de excesos y licores que a la del reciente despertar. “Usted blanquea hasta la verdad”, espetó Pablo Casado para empezar a abrir boca con una pregunta en que mezcló Venezuela, a José Luis Ábalos, la inversión internacional, el paro, las previsiones económicas, el déficit, el despilfarro, los impuestos, el independentismo y la reforma del Código Penal.
El presidente del PP recuperaba sus palabras del lunes pasado al salir de su reunión con Pedro Sánchez en La Moncloa cuando de repente mencionó la palabra mágica: ¡diálogo!. Falsa alarma. No anunciaba su disposición a practicarlo, sino su réproba a que el presidente lo reserve solo “para la minoría radical”.
“No se cuál era el objetivo de la pregunta”, le respondió ufano un Pedro Sánchez que recordó que la economía crece y crea empleo mientras el PP solo se dedica a la “bronca y la falacia”. Luego se permitió la licencia de advertir a su oponente de que cuatro años de Legislatura por esa misma senda se le iban a hacer muy largos. En la nueva política no hay situación que cien años dure –donde se dice cien se pueden decir cuatro–, por lo que haría bien Sánchez en no dar por sentado que este será un mandato que no acabará antes de tiempo porque ni depende de él ni sus socios son tan predecibles como las preguntas de la oposición, incluida la que intenta ejercer Arrimadas con sus diez diputados.
La sesión de control sirve también para que cada cual aterrice y tome conciencia de la realidad de sus votos. Y, aunque Ciudadanos siga contando con el aliento de algunos medios de comunicación que le reservan minutos y minutos en sus parrillas como si aún tuviera 57 escaños o perspectiva alguna de recuperarlos, por más que se empeñen su representación en el Congreso es solo una gota en el océano cuyo sonido ya ni se percibe ni molesta, más allá de los dos minutos y medio que dura su perorata sobre la desconfianza que según el Eurobarómetro el Gobierno inspira al 75 por ciento de los españoles y los “enchufados” con que, en su opinión, ha regado Sánchez la RTVE, el CIS, Correos, Paradores y la Fiscalía General del Estado. Igual cuando salga la nómina de los que los naranjas han ido situando por ayuntamientos y autonomías alguien tiene que revisar sus palabras. “¿Y usted me habla de meritocracia habiendo pasado de 56 a 10 parlamentarios?”, le respondió airado Sánchez no sin antes pedirle que vuelva a ser un partido de centro y deje de acompañar a la derecha y la ultraderecha en sus políticas reaccionarias.
Llega el turno de palabra de Cayetana de Álvarez de Toledo, a quien hasta su propio grupo ha puesto la proa en su papel de portavoz parlamentaria, y se hace el silencio en el hemiciclo. Todo sea por no perder detalle de su afilado verbo y comprobar en qué posición queda en esta antología del disparate en que se ha convertido el parlamentarismo del XXI. El Gobierno al completo escucha atento desde el banco azul y Carmen Calvo se prepara para la respuesta que merece quien acaba de acusarla de “alternar con delincuentes” y advertirla solemne y amenazante que “la nación toma nota”. Por menos, sus señorías antaño se batían en duelo o acababan a sopapo limpio. Algo hemos avanzado, aunque el Parlamento siga siendo lugar de desencuentro y palabras gruesas que no se lleva el viento sino que quedan para siempre ya reflejadas en las actas taquigráficas para el capítulo de “bajos vuelos” y la antología del disparate. Y esto no ha hecho más que empezar...