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El “honrado trabajador de familia de izquierdas” que conoció los mítines por La Pasionaria

Dos latas de Coca Cola Zero, dos aguas Font Vella de medio litro y una carpeta de anillas donde iba repasando el sumario con un bolígrafo. Fue todo lo que necesitó Francisco Correa, el cerebro de la trama Gürtel a la que da nombre, para afrontar siete horas de declaración en cuatro tandas desde el banquillo del edificio de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares (Madrid).

El cabecilla de la trama –a la que él prefiere llamar “caso Correa”, según confesó a la sala– se presentó como un hombre sin nada que perder dispuesto a contarlo todo. Un empresario “honrado” que trabajó “desde niño” y que, tal y como contó, nunca le pidió a nadie que le llamase Don Vito, en contra de lo que confesó su contable al primer instructor de la causa, el juez Baltasar Garzón. “A mí nadie me llamó nunca Don Vito, qué pinta tengo yo de Don Vito, soy un trabajador honrado”, dijo Correa.

Correa desarrolló toda una tesis para explicar por qué está sentado en el banquillo con una petición de 125 años de cárcel de la Fiscalía: “Si esto no tuviese esas connotaciones políticas, a mí me hubiese gustado que el señor Baltasar Garzón me hubiese llamado, me hubiera dado un tirón de orejas y hubiese pagado una multa y ya está”.

Defendió que la primera vez que oyó la palabra “cohecho” fue durante su arresto. Y que lo que hizo durante aquellos años “en que estaba en la pomada en el PP” fue trasladar una práctica muy arraigada en el sector privado a su relación con las instituciones.

“Yo estoy cansado de hacer regalos a las grandes empresas que me dan negocio. Pongo un ejemplo, si una firma de cerámica que es líder mundial se llevó a todos sus distribuidores que tienen un volumen de compra suficiente con sus baldosas, alquilaron el Queen Mary y se fueron a Nueva York”. “Pero si El Corte Inglés tenía un departamento de regalo de empresas”, dijo en otro pasaje de su declaración.

Con esa filosofía explicó como una práctica normal, el regalo de un coche al alcalde de Pozuelo, Jesús Sepúlveda, o la contratación de “payasos para los cumpleaños” de los hijos de este y la exministra de Sanidad, Ana Mato. Y tantas otras “dádivas” –también esta palabra le sonó extraña– que su conglomerado de empresas entregaba a los políticos que les hacían favores, ya fueran corbatas, trajes o el banquete de un bautizo.

El autorretrato que sale de su confesión es el de un emprendedor “especializado en marketing americano cuando en España nadie creía en eso”, de adscripción ideológica de izquierdas por tradición familiar –“mi padre fue un refugiado político que se tuvo que ir de España en 1939”– y que nunca había pisado un mitin cuando empezó a organizar los del PP. “Solo había acompañado a mi padre a uno de La Pasionaria, recuerdo a mi padre llorando”, contó para introducir sus primeros contactos con el tesorero del PP, Luis Bárcenas, y el entonces secretario general del partido, Francisco Álvarez Cascos.

Tal vez por esa tradición familiar, Correa había intentado antes, allá por los años 90, acercarse al PSOE, hasta que comprobó que todos sus eventos los gestionaba “una empresa del grupo Dorna”. Luego buscó sin éxito el contacto con una hermana del expresidente José María Aznar.

Hasta que por fin Bárcenas, con quien hasta ese momento había tenido un trato frío, le encargó reservar unas habitaciones de hotel para un congreso del partido en Madrid. Y a partir de ahí empezó a organizar casi todo para el partido: eventos, viajes, convenciones, y por supuesto también campañas electorales. “Génova era mi casa, pasaba más tiempo allí que en mi despacho”, resumió gráficamente cómo vivió aquellos años de mayorías absolutas del PP cuando Aznar era el presidente.

Durante todo el interrogatorio, Correa se mostró muy contrariado por la acusación de pertenencia a organización criminal, una de las muchas que pesan contra él. Con un tono extremadamente amable, fue respondiendo a la fiscal Anticorrupción, Concepción Sabadell. “Yo no tenía una organización criminal, si no, contrataría criminales. Yo contrataba profesionales muy cualificados”.

El personaje altivo de aquellos años salvajes, de helicópteros, yates y chalé con embarcadero apenas asomó durante toda la declaración. El procesado Correa –que ahora intenta no jubilarse entre rejas- explotó su lado más humano que afloró durante la anécdota que contó de su denunciante y examigo, el concejal de Majadahonda, José Luis Peñas, después de que este hubiese abandonado el PP.

“Paseando con mi hija con una pelota de baloncesto, le dije cómo me estaba portando con él. Le estaba pagando 3.500 euros al mes y 7.000 de extra en julio y en Navidades, el colegio de sus hijos. Y yo le dije 'cuando deje de pagar esto, tú me harás daño' y él se puso a llorar”. “Me estaba grabando con mi hija en brazos”, dijo sin que nadie en la sala se conmoviese demasiado.