El PP entró en la madrugada del miércoles al jueves en un terreno desconocido al menos en los últimos 30 años. El presidente del partido, Pablo Casado, dejará de serlo en poco más de un mes. Así lo pactó en una larga reunión con los barones, de la que salió una apuesta de sucesión: Alberto Núñez Feijóo. El próximo 3 de abril, salvo otro terremoto político, se formalizará el relevo. Los dirigentes territoriales han intervenido la organización y apremian al gallego, que de momento no oficializa la candidatura. Hasta el congreso extraordinario el PP vive una suerte de extraña bicefalia, con Casado como presidente sin tropa, pero con autonomía; sin secretario general; sin capacidad de incidir en el congreso; y con un grupo parlamentario que debe reformularse de inmediato y cuya portavoz, Cuca Gamarra, será ascendida a coordinadora general el próximo martes.
El primer test a esta extraña situación, inédita en un partido acostumbrado a liderazgos contundentes, verticales y sin espacios desocupados, ha llegado en forma de guerra en Europa. La invasión rusa de Ucrania se produjo horas después del pacto sellado entre Casado y los barones (excluida Isabel Díaz Ayuso). Antes de las diez de la mañana, el aún presidente del partido tuiteaba: “Condenamos rotundamente esta agresión y transmitimos nuestra solidaridad con el pueblo ucraniano”.
El mensaje, el único del día (en cualquier formato) emitido por Casado, llegaba después de un intercambio de whatsapps con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tal y como confirman desde el equipo del presidente del PP. Sánchez había hecho lo propio a principios de la semana, según las mismas fuentes. Es decir, Casado gestionaba la ruptura de su núcleo duro y la pérdida de control del grupo parlamentario con los detalles de la ofensiva militar que Vladímir Putin preparaba desde hace tiempo.
Un minuto exacto después, era la inminente coordinadora general del PP, Cuca Gamarra, quien tuiteaba en un sentido similar al de Casado. Similar, pero no exacto. “Condenamos el ataque ruso a Ucrania y apoyamos al Gobierno de España en una respuesta firme y contundente con nuestros aliados UE y OTAN”, manifestaba el mensaje.
Gamarra está llamada a ser designada número dos del PP en la Junta Directiva Nacional del próximo martes, que convocará de forma oficial el congreso extraordinario de abril. El cargo para la dirigente riojana será el de coordinadora general, vacante desde los tiempos de Mariano Rajoy. En su día lo ocupó Fernando Maíllo y, sobre el papel, está por debajo del secretario general. Pero la dimisión de Teodoro García Egea, que no será sustituido formalmente hasta después del congreso, lo eleva de estatus.
Desde el entorno de ambos aseguran que existió comunicación entre Casado y Gamarra sobre la conversación con Sánchez y el tuit. Pero con matices. “Se ha hecho lo que se hace siempre, manda el presidente un tuit sobre un problema nacional o internacional, y luego salen los que quieren sobre el mismo tema”, señalan desde Génova.
De hecho, tras el de Casado llegaron más tuits: Feijóo, una hora después; Ana Pastor, dos; Juan Manuel Moreno, entre medias de ambos. Similitud en los mensajes, pero cada uno con una redacción particular y con el foco puesto en elementos distintos.
Ya por la tarde, Cuca Gamarra ofreció una rueda de prensa en el Congreso para hablar en nombre “del grupo parlamentario” y expresar que su posición “coincide con la del presidente del PP”. Sin mencionar a Casado. De hecho, no lo hizo en toda la comparecencia. Tampoco cuando pidió “que el cauce de comunicación entre el Gobierno y los partidos permita que cualquier medida que se adopte pueda ser acordada y consensuada”. Ni posteriormente, en la habitual nota de prensa remitida por el equipo de comunicación del grupo a los periodistas.
Preguntada por la batalla que ha vivido el partido, Gamarra dijo no querer entrar en esa cuestión para centrarse en Ucrania, aunque sí apuntó que se han tomado “decisiones y acuerdos internos por unanimidad” con el objetivo de recuperarse “de la crisis” que han “sufrido”. “No vamos a defraudar a los votantes, a los militantes ni a los españoles”, zanjó, para dar por terminada la comparecencia.
En el aire quedaron cuestiones sin resolver, como quién va a interlocutar con el Gobierno, e incluso con la Casa del Rey, hasta el congreso de abril. O cómo se van a coordinar los mensajes.
También está sin resolver quién dará las réplicas a Pedro Sánchez en el Congreso. La intervención de Casado del pasado miércoles, en la que no consumió todo su tiempo y tras la que se fue del Hemiciclo ante la estupefacción de algunos, sonó a epitafio parlamentario.
La semana que viene no hay sesión de control, pero la situación en Ucrania ha motivado una comparecencia urgente del presidente del Gobierno a petición propia. Fuentes parlamentarias confirman que, de momento, no está decidido quién subirá a la tribuna a fijar la posición del PP. En Génova callan sobre este punto.
Estos detalles son síntoma del desconcierto previsible en una situación de crisis sobrevenida tras filtrarse el supuesto “espionaje” al entorno de Ayuso por parte de personal del Ayuntamiento afín a Génova, que fue una aproximación de personal municipal a detectives para tratar de saber más sobre el contrato por el que recibió pagos el hermano de la presidenta regional.
Pero puede generar problemas, máxime después de que Casado se haya negado a dimitir esta misma semana, tal y como le reclamaron varios dirigentes autonómicos no solo en privado. El todavía presidente ha cedido el control del partido. No tiene ya resortes que accionar, toda vez que constató entre el lunes y el martes que había perdido el mando sobre buena parte de las direcciones territoriales de niveles inferiores, provincial y municipal.
El recuento de soldados en el que se empeñó García Egea quizá hubiera fructificado y habrían logrado salvar una rebelión en una Junta Directiva Nacional que cuenta con más de 400 miembros. Pero políticamente hubiera supuesto un enfrentamiento incluso más profundo que el vivido en los últimos días.
Casado estaba llamado a ser una figura decorativa hasta el 3 de abril. Y lo sigue estando, de hecho. Pero mientras tanto, sigue siendo el presidente del PP. Pedro Sánchez seguirá tratándolo como el líder de la oposición, al menos formalmente. Maniatado orgánicamente, sin visos de influir en el congreso tras enfadar a toda la organización, incluso a sus más fieles, por su resistencia a ceder el poder, guarda cierta autonomía merced al pacto alcanzado en una de las madrugadas más intensas que se recuerdan en Génova sin ser noche electoral.
Al final, Casado asumió su derrota. Se comprometió a apoyar a Feijóo. Dejó por escrito que no se presentará al congreso extraordinario. El PP que salga de ese cónclave no se parecerá al suyo. Pero, hasta entonces, él es el presidente.