Pablo Casado ya tiene lo que necesitaba para desplegar su estrategia y, según sus planes, instalarse en el Palacio de la Moncloa a la tercera: un goteo de elecciones autonómicas en las que triunfe el PP hasta el golpe final contra Pedro Sánchez en las generales previstas para 2023. El próximo 13 de febrero se celebrarán los primeros comicios del nuevo ciclo en Castilla y León, después de la convocatoria anticipada anunciada este lunes por Alfonso Fernández Mañueco ante el temor, según declaró el propio Casado, de que le pudieran presentar una hipotética moción de censura dentro de tres meses. “Había claramente indicios de que pudiera haber una moción de censura a partir de marzo”, dijo Casado a los periodistas para justificar que la disolución de las Cortes, y el cese de la consejera de Sanidad de Ciudadanos, se produzca en diciembre y en plena sexta ola del coronavirus. El movimiento de Mañueco imposibilita que se puedan votar los presupuestos autonómicos del año que viene, que podían incluso salir aprobados. Pero eso no es relevante en la ruta diseñada por Génova.
Tras Castilla y León, 2022 verá también cómo se ponen las urnas en Andalucía. Juan Manuel Moreno podrá elegir si quiere adelantarlas a la primavera, como se rumorea desde hace tiempo, dejarlas para después del verano o esperar a que se cumpla la legislatura completa, al filo del invierno. En cualquier caso, las elecciones andaluzas serán el año que viene.
El PP confía en ganar, y de manera holgada, ambos comicios. Lo dijo este mismo fin de semana el secretario general, Teodoro García Egea, durante el congreso que sirvió para encumbrar al alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, al frente del PP de Aragón. Una novedad orgánica dentro de un partido donde la norma, no escrita, es que el líder autonómico dirija el partido. “Os hago un vaticinio, una promesa, un compromiso. A partir de este momento, todas las elecciones que se convoquen desde este momento, sea cual sea su ámbito territorial, las va a ganar el PP”, aseguró el número dos de Pablo Casado.
Las encuestas, al menos en lo que se refiere a Andalucía y a Castilla y León, así lo avalan. El barómetro trimestral del Centro de Estudios Andaluces (Centra), conocido este lunes, apunta a que Juan Manuel Moreno saca 10 puntos al PSOE, aunque su tendencia al alza se ha detenido y se aleja de la mayoría absoluta, lo que obligaría a uno de los supuestos moderados del PP a pactar con Vox ante la casi segura desaparición parlamentaria de Ciudadanos que apuntan los sondeos. O a explorar algún tipo de alianza con el PSOE.
En Castilla y León las cuentas son similares, tanto en números como en posibles apoyos postelectorales. Pero el panorama electoral para Mañueco es algo más complejo. El presidente castellanoleonés, que también ha intentado construirse como un dirigente moderado siguiendo la estela que abrió Alberto Núñez Feijóo, podría verse finalmente obligado a pactar con Vox ante el derrumbe de Ciudadanos. Pero en Castilla y León las opciones provinciales asociadas a la España Vaciada ya han anunciado que concurrirán a los comicios. Soria ¡Ya! se presentará en su provincia, mientras en Ávila y en León ya existen candidaturas propias desde hace tiempo.
Con estos cálculos el PP hace ya meses que juega la baza del adelanto electoral, sobre todo tras el éxito de Isabel Díaz Ayuso el pasado 4 de mayo. La moción de censura de PSOE y Ciudadanos en Murcia y en Castilla y León, esta sí real y perdida por los socialistas, motivó un adelanto electoral en Madrid que se impuso por unos minutos a las mociones registradas para evitarlo.
Ayuso engulló a Ciudadanos, dejó como estaba a Vox y propició el sorpasso de Más Madrid al PSOE. Y su figura se consolidó a escala estatal de tal manera que se ha convertido en una rival interna de la persona que confió en 2019 en ella como candidata cuando nadie en el partido lo hacía.
Precisamente rebajar el llamado efecto Ayuso es el objetivo colateral que busca Casado con este goteo de elecciones autonómicas con las que poder presumir de un triunfo electoral de sus barones. Las elecciones de Madrid se convocaron un mes después del descalabro del PP en Catalunya, donde quedó relegado a la última posición, por detrás de Ciudadanos y, sobre todo, de Vox. El resultado de febrero supuso un varapalo para el liderazgo de Casado, que había cosechado unos malos resultados a lo largo de 2019: dos elecciones generales perdidas y unas municipales, autonómicas y europeas en las que su partido perdió voto y poder territorial con respecto a 2015.
En mayo, Ayuso le dio la vuelta a la situación. Pero, lejos de compartir el triunfo, se abrió una pelea interna que está lejos de resolverse. Desde entonces, la presidenta regional aprovecha cada oportunidad para evidenciar su distancia con Casado y para presumir de su gestión frente a la mera labor de oposición de su jefe de filas. Lo volvió a hacer este fin de semana en otra entrevista en El Mundo en la que dijo: “Ahora mismo yo tengo una posición más cómoda porque gestiono. Muchas veces tiene más fuerza mediática, más presencia, y eso siempre lleva a un debate que he vivido muchas veces”.
Antes, Ayuso ha acaparado los focos y ha eclipsado al resto de dirigentes, incluido Casado. Lo hizo en la convención nacional de octubre, en el congreso de Castilla-La Mancha y, después, en el de Andalucía. Allí se atrevió a contradecir los deseos de los organizadores de no mentar el adelanto electoral. Y allí se presentó la presidenta madrileña para decir: “Los presidentes somos los únicos con la prerrogativa y la potestad de convocar elecciones. Te quiero recomendar que vueles libre, que tomes tus propias decisiones”.
Las palabras de Ayuso provocaron una reacción de Casado. Además de criticar a quienes hacen de la política un talent show, dio su respaldo público a Moreno para que convocara las elecciones cuando quisiera, pese a que desde el PP de Andalucía se ha propagado en no pocas ocasiones la idea de que el líder nacional del PP presionaba a Moreno para hacerlo cuanto antes. Su intención: buscar el apoyo de sus barones para encapsular a Ayuso en Madrid. En el congreso de Aragón de este fin de semana han optado por no convocar la habitual mesa de presidentes autonómicos, por lo que pudiera pasar. Y la misma semana de la cita andaluza se reunió en el Congreso con el propio Mañueco.
Si el PP cumple en Castilla y León, primero, y en Andalucía, después, Casado podrá decir que lo del 4 de mayo no fue tanto una cosa de Ayuso como del partido. Un partido que él dirige y cuyas importantes direcciones provinciales su secretario general ha puesto a su servicio. De hecho, Casado se enfrentó a los líderes de ambas comunidades por el control de algunas direcciones provinciales, como la de Sevilla y la de Salamanca. Esta última no es poca cosa. De ahí salió Mañueco, que antes que consejero y presidente fue alcalde de la ciudad y presidente de la diputación.
Y es allí, en la cuna de Mañueco, donde aparece el punto más conflictivo para sus opciones. El juez imputó hace unas semanas al PP de Salamanca, a su presidente y a su gerente por presunta financiación ilegal del partido: pagaron, supuestamente, cuotas atrasadas de los militantes para que votasen en las primarias que le encumbraron en 2017.
El futuro político de Casado depende, así, de los éxitos de dos de sus rivales en el congreso de 2018 que lo eligió como líder. Y se han convertido en los resortes para diluir el crecimiento de una figura que entonces le apoyó y que ha formado parte de su núcleo más cercano durante toda su militancia en el PP de Madrid, pero que hoy se ha convertido en su más dura rival. Este lunes, Casado solo tenía buenas palabras para con Mañueco, de quien dijo que había sido buen alcalde, presidente de diputación, consejero y presidente. Honesto, responsable y prudente. Una retahíla de parabienes que hace apenas un año parecía imposible que pudiera decir el presidente del PP de su barón. Pero la necesidad hace la virtud.