Casado hace equilibrios para no desairar a los barones y mantener Madrid con el respaldo de Vox

Iñigo Aduriz

1 de mayo de 2021 22:24 h

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El inesperado adelanto de las elecciones madrileñas que se celebrarán el próximo martes obligó al líder del Partido Popular, Pablo Casado, a realizar otra contorsión, el enésimo giro en su trayectoria política, caracterizada por continuos bandazos desde su triunfo en las primarias de 2018. Cuando, el 10 de marzo, la presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, convocó los comicios del 4M, Casado estaba inmerso en una operación para abrazar al centro después de la derrota tras su batacazo en las elecciones catalanas. La maniobra pasaba por absorber en el PP a los restos de Ciudadanos –que también sufrió una gran debacle en Catalunya– de acuerdo con las peticiones de los barones que, desde hace dos años, le piden que deje de contemporizar con la extrema derecha de Vox.

La convocatoria de elecciones de Isabel Díaz Ayuso, que según miembros de la dirección logró su aprobación ante el riesgo de una moción de censura, obligaron a modificar el plan. La principal razón para ese nuevo giro es que, según la mayoría de las encuestas, Ayuso necesitará la ayuda del partido de Santiago Abascal para poder mantener el Gobierno de la Comunidad de Madrid. En el último mes, Casado ha tenido así que hacer equilibrios para no desairar a los principales líderes territoriales del PP, que siguen reclamando moderación y una cierta distancia con Vox en línea con lo que el líder del PP hizo en la moción de censura que Abascal presentó contra Sánchez. De momento, Casado ha aparcado los duros ataques contra la extrema derecha que habían caracterizado sus discursos de las semanas anteriores. Además, el líder del PP ha vuelto a compartir algunas de las proclamas de la formación extremista para tratar de atraer al electorado más escorado a la derecha en Madrid, que a su vez es uno de los feudos más conservadores.

Con todo, durante la campaña madrileña Casado no ha ido tan lejos como Ayuso, que ha considerado que “según para qué cuestiones” no cree “que Vox sea un partido de ultraderecha” o que, este jueves, en una entrevista en El Mundo, aseguró que pactar con la extrema derecha “no es el fin del mundo”, abriéndose a incluir a consejeros del partido de Santiago Abascal en su próximo gobierno, algo que sigue sin ver con buenos ojos la dirección nacional del PP. En Génova 13 preferirían que en caso de llegar a acuerdos, la extrema derecha se limitase a apoyar desde fuera del Gobierno, como hacía hasta ahora en Madrid, Comunidad y Ayuntamiento, e incluso en Andalucía. La opción de la mayoría absoluta, que todos los sondeos descartan a estas alturas, sería un caramelo envenenado, porque implicaría el nacimiento de un nuevo liderazgo en el PP, cuando Casado está lejos de consolidar el suyo.

El presidente de los populares ha abandonado los mensajes de ruptura total con Vox con los que anunció el voto en contra del PP en la moción de censura de Abascal contra Sánchez el pasado octubre. También ha hecho suyas algunas de las proclamas de la extrema derecha, como la necesidad de llegar a acuerdos de Estado de manera “urgente” en materia de seguridad ciudadana, inmigración ilegal y okupación de viviendas, tres de los tradicionales caballos de batalla de Vox.

Casado, además, ha endurecido su discurso contra el Gobierno progresista con ese objetivo de contentar al electorado más radical de la derecha. Uno de los grandes retos de Génova 13 es que las elecciones madrileñas sean el primer paso para la ansiada “reunificación del centro derecha español” en el PP –reclamada aún sin éxito por Casado desde 2018–, aunando en torno a la candidatura de Díaz Ayuso a los votantes fugados en los últimos años a Ciudadanos –un movimiento que parecen confirmar todas las encuestas que auguran ese trasvase de voto del partido de Inés Arrimadas, que podría quedarse sin representación en Madrid, hacia los populares–, pero también a Vox.

Diferencias con Ayuso en el discurso sobre Vox

Aunque los ataques contra Pedro Sánchez han sido una constante durante su mandato, en los últimos días Casado ha ido más allá, echando mano de un mantra habitual de la derecha contra la izquierda, el del terrorismo, y denunciando una supuesta connivencia del Ejecutivo con la ya desaparecida banda terrorista ETA –el PP dedicó todo un acto de campaña, el del pasado miércoles, a tratar de utilizar a un pequeño grupo de víctimas del terrorismo contra el Gobierno–, o acusando directamente a la Moncloa de instigar el clima de crispación que ha caracterizado la campaña madrileña, sobre todo a raíz de las amenazas en forma de cartas con balas dirigidas a distintos miembros del Gobierno y también a la propia Ayuso.

“España es una tierra de concordia en la que hay convivencia civil, no hay crispación. Al PSOE le conviene la tensión en campaña, por eso todas las campañas resucitan a Franco, legislan en lo moral, y enfrentan por sexo o por género”, lamentó Casado el miércoles. “Pero ya no cuela. En España no hay un problema de convivencia, hay un problema de polarización instigada por el Gobierno”, zanjó, el mismo día en que acusó al Ejecutivo de una “equidistancia cómplice e ignominiosa” entre las víctimas de ETA y los “verdugos” de la organización terrorista.

En sus equilibrios de las últimas semanas, Casado ha tratado de diferenciar su discurso del de Ayuso, que confiesa estar cómoda pactando con Vox. Por ejemplo, mientras la presidenta madrileña mantuvo una postura ambigua al respecto –se limitó a señalar que “el problema son 269 menores entre siete millones de personas”– el líder del PP criticó abiertamente el cartel desplegado por la formación de extrema derecha en la estación de Sol que criminalizaba a los menores inmigrantes. “En campaña no vale todo”, dijo él, antes de tildar la propaganda del partido de Abascal de “publicidad engañosa”.

Lejos quedan, en cualquier caso, los durísimos ataques contra Vox que Casado llevaba meses lanzando antes del inicio de la campaña madrileña. El presidente de los populares fue especialmente contundente durante la campaña catalana, sin lograr evitar que la extrema derecha quedara por encima del PP por primera vez en unas elecciones, ya que Vox entró en el Parlament con once diputados mientras el partido de Casado se quedó con solo tres, uno menos que los logrados en los comicios catalanes anteriores.

Los discursos de la campaña catalana

Entonces, el líder del PP aseguraba que Vox “quiere sacar a España de la Constitución y de la Unión Europea”. Y equiparaba a la extrema derecha su con el expresident de la Generalitat Carles Puigdemont: “¡Es exactamente lo mismo que pide Puigdemont! Por eso comparten grupo parlamentario. Los flamencos que defienden a Puigdemont son los socios de Vox en el Parlamento Europeo, y eso no lo queremos”. En el cierre de la campaña catalana, Casado dijo, refiriéndose al independentismo catalán y también a Vox, que él no estaba de acuerdo “con esos radicalismos iliberales que, sean independentistas o populistas de derechas, lo que quieren es acabar con el estado de las autonomías”.

Casado aseguró que defender la libertad implicaba apoyar “proyectos”, como el del PP, “que defiendan la libertad”, y se definió como más próximo a los postulados de la canciller alemana, Angela Merkel, que a los de la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, a la que vinculó con Vox. “Estamos aquí desde hace 40 años. Otros no estaban aquí”, zanjó entonces.

Nada de eso se ha escuchado en boca de Casado en las últimas semanas, durante la campaña madrileña, porque la dirección del PP no quiere que el electorado de derechas perciba ningún choque con Vox que pueda beneficiar al partido de Abascal, aunque siempre con guiños a la moderación que le reclaman los barones territoriales, alejados de la estrategia de Ayuso tanto en la campaña como en la gestión de la pandemia de los últimos meses.

“En el PP caben todos los que respeten la Constitución, los derechos individuales y los fundamentos básicos de la Unión Europea y la España democrática”, se limita a señalar Génova 13. “Representamos más que nunca la alternativa a un Gobierno nefasto y centrado en sus líos internos. Anteponemos el interés general y representamos a esa España tranquila que necesita respuestas ante la mayor tragedia sanitaria y recesión económica desde la Guerra Civil”, zanja la dirección popular.