Guarecidos en un recóndito y escarpado valle entre montañas de Filipinas, conviven una treintena de camaradas que han entregado su vida a la lucha revolucionaria. Combaten en el Nuevo Ejército del Pueblo (NEP), la guerrilla comunista más antigua de Asia, que acaba de cumplir medio siglo alzada en armas.
Una agotadora caminata de cuatro horas -solo dos para entrenados guerrilleros- entre riachuelos, barro, hojas de palma secas y cocos caídos lleva hasta el campamento del comando “Melito Glor”, que lucha contra “el Estado opresor” en la región de Calabarzon, al sur de la isla de Luzón.
Se accede al caer el sol, protegidos por la oscuridad de la noche, en estricto silencio y en fila india, custodiados por rebeldes blindados con fusiles. Las linternas siempre apuntando al suelo para alumbrar el camino plagado de obstáculos sin ser vistos.
Esa ubicación es transitoria, no permanecen en el mismo lugar más de dos meses por seguridad. Es la vida en la guerrilla, siempre en movimiento, siempre en alerta.
La camarada alias “Ka Kathryn” (Ka es camarada en tagalo) se despierta con energía a las 4 AM. “Es la hora en la que el enemigo puede atacar y todos debemos estar en pie”, cuenta esa guerrillera de 26 años al equipo de EFE, recién llegado, que tuvo acceso exclusivo al campamento.
Duermen en turnos de tres horas. Unos hacen guardia mientras los otros descansan sobre el suelo de cabañas de bambú y palma. Hay algunas hamacas, pero no para todos, por lo que tienen que rotar.
“Somos una gran familia, todos nos ayudamos”, dice mientras prepara el desayuno: arroz blanco y carne de cerdo. El menú se repite en el almuerzo y en la cena.
DÍAS DE CELEBRACIÓN
La rutina se ha roto en el campamento. Los entrenamientos y la disciplina militar han cedido a un ambiente más relajado y festivo. Están de aniversario, el NEP, brazo armado del proscrito Partido Comunista de Filipinas (PCF), cumplió 50 años el 29 de marzo y los fastos duran varios días.
Han preparado un acto con teatro, música popular, discursos, arengas, pasos de revista, malabares con fusiles y tributos a los “caídos”. Celebran que la rebelión sigue viva en más de cien frentes por todo el territorio filipino con miles de combatientes. Unos 6.000 según el Gobierno de Rodrigo Duterte, “muchos más” según la guerrilla.
“La situación es la misma, nada ha cambiado. Años de políticas neoliberales y privatizaciones hicieron que el país perdiera sus recursos para entregarlos al imperialismo, particularmente a EEUU. Y el régimen de Duterte está regalando el país al resto de mundo capitalista, como China o Japón”, analizó Kathryn.
Esta joven revolucionaria se unió al NEP en 2013, después de graduarse en la universidad, donde inició su incursión en el activismo militante. Protestó contra el encarecimiento de las matrículas y se concienció de la necesidad de la lucha cuando su padre perdió el trabajo.
El Gobierno privatizó la planta eléctrica en la que trabajaba. Fue de los pocos que conservó el empleo, pero le aumentaron la jornada laboral sin subir el salario. Cuando se unió a un sindicato fue despedido.
“Al principio mi familia no quería que me alistara. Pero la última vez que hablé con mi padre me dijo que no volviera a casa, que era su única esperanza para lograr justicia”, relata orgullosa.
Asegura que el NEP no ofrece compensación económica alguna a los reclutas: “Nos enrolamos porque consideramos que es nuestro deber entregar nuestras vidas para cambiar el país y defender los principios en los que creemos”.
Sin embargo, fuentes de organizaciones humanitarias que trabajan en “zonas rojas” aseguran a EFE que la guerrilla paga 300 dólares mensuales a sus filas, que se nutren principalmente de la clase obrera y campesina más desfavorecida.
En la actualidad se financian básicamente de extorsiones y del “impuesto revolucionario”, motivos por los que el gobierno de Duterte los ha catalogado como terroristas, como ya hicieron EEUU o la Unión Europea. Ellos afirman que subsisten con las ayudas de las “masas simpatizantes” y organizaciones internacionales amigas.
Estas “masas” les proveen de ropa, comida, utensilios básicos de cocina o herramientas para construir sus cabañas. La vida en la guerrilla es austera, pero no renuncian a la modernidad: los altos mandos tienen teléfonos móviles de última generación, conexión satelital y ordenadores de Apple, paradójicamente emblema del mundo capitalista que denostan.
En el pasado tuvieron apoyo de los partidos comunistas de China o Vietnam, hoy países “capitalistas en la práctica” que han sufrido el “revisionismo moderno” de las enseñanzas del marxismo-leninismo más puro o del maoísmo que estos guerrilleros profesan a ultranza.
“No es el comunismo como ideología lo que ha fallado, sino la revisión sistemática de los documentos sobre el marxismo”, sentencia alias “Ka Anse”, rebelde de 25 años.
NUEVOS RECLUTAS
Las tres cuartas partes de las filas del NEP son hoy menores de 35 años, como Kathryn o Anse, una muestra de que la retórica revolucionaria del siglo pasado todavía cala en las zonas rurales más empobrecidas.
“Vivir en la guerrilla es duro, pero soy feliz porque servir al pueblo te da la motivación para seguir adelante en la construcción de una nueva sociedad libre de opresión”, detalla Anse, que se unió al NEP en 2016 tras graduarse en Historia.
Proviene de una familia campesina que no vio con buenos ojos su elección: “Les dije que ésta era la solución para una vida mejor, para tener tierra y un futuro mejor para las próximas generaciones”, ya que sus padres y abuelos son arrendatarios de la tierra que trabajan, en manos de un gran terrateniente.
En la rebelión encontró el amor y ahora su mujer -asignada a otro campamento- está embarazada de tres meses. “Espero que mi hijo llegue a ver esa nueva sociedad. Soy optimista, por eso estoy aquí”.
“Desde pequeña supe en qué consistía la revolución. Por eso cuando terminé la universidad en 2017 me alisté para servir a las masas”, cuenta con la cara tapada ante la cámara, ya que no está fichada por las autoridades, “Ka Isay”, joven de 22 años hija de dos importantes mandos del NEP.
“Ka Jone” se enroló en el NEP con 34 años cansado de trabajar jornadas maratonianas en una fábrica de electrodomésticos de una empresa de EEUU. “Estar aquí no puede compararse con nada. Las montañas, las largas caminatas, el hambre o el frío son sacrificios que valen la pena por ayudar a la gente. Incluso la muerte, estoy listo para eso”.
UNA VIDA EN EL FRENTE
Al mando del “Melito Glor”, el comandante Jaime Padilla, alias “Ka Diego”, es el guía de estos jóvenes rebeldes. Con 72 años, lleva 47 en la guerrilla y seguirá en el frente “hasta el final”. “Era un simple activista, pero cuando Ferdinand Marcos declaró la ley marcial en 1972 me vi obligado a adherirme al movimiento sin saber qué iba a pasar”, rememora entre risas.
“Ka Diego”, que todavía se emociona al oír “La Internacional”, asevera que nada ha cambiado en Filipinas desde la ocupación de EEUU o la dictadura de Marcos. “La mayoría de la gente sigue siendo pobre, oprimida por la minoría de la clase dominante”.
En la lucha formó una familia. Se casó con otra rebelde en 1986 -ella falleció en 2015 por culpa del cáncer- y tuvieron un hijo, que ha decidido mantenerse alejado del movimiento y llevar “una vida normal”.
En casi cinco décadas como rebelde ha sido testigo de los avatares del proceso de paz con los “diferentes gobiernos reaccionarios” que han desfilado por Filipinas. Ahora el diálogo se ha roto definitivamente con la administración de Duterte, que ha prometido aniquilar el NEP este mismo año.
“Nuestras fuerzas revolucionarias están listas tanto para negociar la paz, como para luchar contra el gobierno fascista”, advierte “Ka Diego”, convencido de que la guerrilla “sobrevivirá y derrotará” al sistema espoleado por “respaldo mayoritario del pueblo”.
En otro campamento en algún punto remoto de esas montañas, en la provincia de Quezon, “Ka Cleo”, de 36 años, y “Ka Wenli”, de 40, comparten su vida entregada a la lucha desde 2009, después de que él la cortejara durante tres años. Hoy son felices juntos en la sierra e incluso tienen un hijo de 9 años.
“Me uní al NEP porque sufría las condiciones injustas de nuestra sociedad. Era un productor de coco, vivía de vender aceite de coco, pero el dinero nunca era suficiente para subsistir”, explica Wenli, alzado en armas desde 2001.
Para su esposa, que se alistó en 2006, las masas son la prueba de que no son terroristas. “Ellos saben todo lo que hacemos en las comunidades. Nos arriesgamos por ellos a la cárcel o la muerte, pero forma parte de nuestro sacrificio por el país, incluso si ahora enfrentamos penas más duras por terrorismo”, defiende Cleo.