Una marea violeta, un grito por los derechos de las mujeres, contra el machismo, una reivindicación del feminismo, una toma de conciencia colectiva. La huelga feminista se enfrentaba este año a su segunda edición en un contexto muy distinto al del año pasado y con las expectativas por las nubes. No decepcionó: los piquetes, picnics, pasacalles, lecturas de comunicados y actividades varias tomaron las calles de muchas ciudades a la espera de unas manifestaciones vespertinas que fueron masivas. Las calles de Madrid y Barcelona, Valencia, Bilbao y Sevilla, y de otras ciudades como Murcia, A Coruña, Salamanca, Gijón colapsaron. La huelga laboral fue muy desigual y demostró que la movilización toma ahora nuevos cauces que desbordan lo aprendido.
¿Por qué? Es una de las preguntas que surge el día después. Qué hace que el 8M haya vuelto a ser en España un hito en el que fijan la vista los demás países. La politóloga Silvia Claveria pone sobre la mesa que España ya es, en general, un país donde se protesta más en la calle respecto a sus vecinos europeos. “Pero lo de ayer es muy importante, manifestarse es muy costoso. Implica informarse, organizarse, se requiere tiempo... No es como otras formas de mostrar preferencias. Es aún más costoso para las mujeres, tienen menos tiempos y tradicionalmente se ha visto que hay una brecha de género en las manifestaciones”, sostiene.
Esa brecha se dio la vuelta el año pasado, cuando el CIS mostró que las mujeres se movilizaban ya más que los hombres. El pulso se ha mantenido durante un año, un periodo largo cuando se trata seguir alimentando una protesta. “Es más fácil que haya una marcha multitudinaria un día, pero muy difícil mantener constante un nivel alto de participación, de implicación, de reivindicación, y esto es lo que se ha conseguido”, apunta la politóloga.
Los contextos de 2018 y 2019 son diferentes. Si el año pasado, el caso de 'la manada', el movimiento MeToo y la ruptura del silencio acerca de la violencia sexual prendieron la mecha de las protestas, este 2019 tiene como fondo la irrupción de la extrema derecha y el regreso de debates que se creían superados y que afectan a derechos fundamentales de las mujeres. La violencia de género, el aborto, o las polémicas acerca de legislar sobre el cuerpo de las mujeres.
“El año pasado fue por la frustración de que todo se moviera tan lento, y este, para no volver atrás. Es una reafirmación para consolidar una agenda política y una movilización a la defensiva”, explica la politóloga Berta Barbet, que también identifica el MeToo de 2018 y la irrupción de Vox y declaraciones como las del líder del PP, Pablo Casado, sobre el aborto, como partes centrales de lo sucedido durante este tiempo.
El analista de metroscopia Francisco Camas señala a los jóvenes como uno de los factores clave. Una de sus encuestas más recientes mostraba que el 90% estaba a favor de la huelga feminista, un dato, cree, que tiene “consecuencias importantísimas”. “Han asimilado conceptos como feminismo, patriarcado, violencia sexual... Se ha convertido en un cauce de socialización absolutamente novedoso y crucial. No es un movimiento partidista, sino que lo sienten como algo propio, y en ese sentido es transversal”, argumenta. Es decir, más allá de sus opciones políticas, la inmensa mayoría de la juventud se identifica con unos “valores finalistas” que tienen que ver con la igualdad y los derechos de las mujeres.
¿Y las elecciones qué?
Con unas elecciones generales a mes y medio vista, ¿tendrá la marea feminista efecto en lo que suceda en las urnas? “Votar en relación al género nunca ha sido una prioridad, uno de los factores que más condicionan. Pero este año puede que por primera vez haya un voto con conciencia de género”, apunta Silvia Claveria. Por un lado, un partido de extrema derecha ya tiene representación en un parlamento autonómico y ya ha hecho sus primeros movimientos. El PP, “que parecía haber moderado sus posiciones para acercarse al consenso” vuelve a alejarse de él. Por otro, Ciudadanos “ha tenido que sumarse de alguna manera” a una posición social en alza y eso les ha llevado a cocinar “su propia receta de feminismo” para poder reivindicarse como tales.
Para Berta Barbet, el impulso del 8M puede funcionar como un catalizador que movilice el voto. “Lo movilizará, pero no creo que lo cambie”, añade. También puede propiciar que un sector de la población sí tome como referencia principal los derechos de las mujeres y la igualdad a la hora de acudir a las urnas.
Camas también comparte la idea de que el 8M tendrá un efecto movilizador, aunque considera complicado aventurar de qué manera influirá en el voto o si lo hará: “Las derechas tienen claro su posicionamiento y la tendencia es que la derecha vota más que la izquierda. Pero está claro que estas movilizaciones están dejando huella, son un punto de inflexión. Habrá que ver cómo influyen también en los nuevos votantes”. Lo que el analista ve claro es que el feminismo está interpelando a todos los partidos y obligándoles a situarse en uno u otro lugar respecto a esos posicionamientos.
En el medio plazo, la movilización feminista influirá en la agenda política, coinciden, sobre todo por las nuevas generaciones de mujeres que se incorporan al movimiento y a las que su ciclo vital las hará transitar por los obstáculos machistas que ya identificarán como algo sistémico y no personal. Lo explica Berta Barbet: “El feminismo ha logrado articular el conflicto políticamente. Ha hecho que cosas que se vivían como problemas personales se vivan ahora como problemas sociales. Eso obliga a que haya una búsqueda de soluciones colectivas”.