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La crisis de Juan Lobato: última entrega de 30 años de sainete socialista en Madrid

Pedro Sánchez junto a Juan Lobato y Reyes Maroto en un acto de campaña del PSOE de Madrid.

José Enrique Monrosi

27 de noviembre de 2024 22:54 h

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La caída de Juan Lobato ha sido extraña por la forma, rocambolesca por el contexto político y cruenta por el desenlace, pero nadie podrá decir que haya sido sorprendente. El hasta ahora secretario general de los socialistas madrileños, dimitido este miércoles, ha seguido exactamente los mismos pasos que todos sus antecesores y que cualquiera que en los últimos 30 años haya osado asomarse desde puestos de responsabilidad al agujero negro del PSOE de Madrid. En su caso, su dimisión será recordada porque el escándalo fiscal de la pareja de la presidenta madrileña se cobre como primera víctima a uno de los líderes de la oposición. 

Pero lo cierto es que el de Lobato es hoy ya tan solo un nombre más de una lista conformada por gente como Tomás Gómez, Jaime Lizzavetsky, Miguel Sebastián, Rafael Simancas, Pepu Hernández, Antonio Miguel Carmona y un largo etcétera. Un cóctel variopinto que tiene, sin embargo, algunos ingredientes recurrentes: dedazos de Ferraz, luchas intestinas, batacazos en las urnas, escándalos como el 'tamayazo'. De una forma u otra, el destino común ha sido ser triturados por la picadora política de la antigua FSM (Federación Socialista Madrileña), luego PSM y hoy PSOE de Madrid.

El último de esa lista apenas ha aguantado 72 horas el pulso de la dirección de su partido y de su propia militancia. Su episodio contiene algunos elementos que le aportan tintes un tanto exóticos a la salida, con extremos aún por terminar de aclararse. Todo empezó con una información del diario ABC el pasado domingo por la noche que atribuía a Juan Lobato el registro ante notario de una conversación de WhatsApp con su compañera de ejecutiva y jefa de Gabinete de Óscar López, Pilar Sánchez Acera, relacionada con la filtración de información confidencial sobre los presuntos delitos fiscales cometidos por la pareja de Isabel Díaz Ayuso. Para intentar explicar su propio movimiento, Lobato cayó durante tres días en contradicciones y en un enfrentamiento abierto con su propio partido. 

Aunque nadie en el PSOE es capaz de certificar el verdadero motivo por el que Lobato decidió emprender en secreto el camino a la notaría, el movimiento fue recibido de manera casi unánime como un gesto de alta traición. Porque la intención que se presupone de manera mayoritaria en el seno del partido es la de blindarse con munición pesada ante el intento público y notorio de Ferraz de moverle la silla y situar como candidato contra Ayuso en las elecciones de 2027 al actual ministro de Transformación Digital, Óscar López, un extremo que adelantó en exclusiva este periódico. Pero a la espera de ver el impacto de esa munición en el futuro del propio López, la realidad es que la jugada de Lobato ha acabado con su salida de la política. 

Ahora la apuesta de Ferraz es Óscar López como en su día la fue Juan Lobato, que se impuso en las primarias de 2021 a Javier Ayala porque fue el ungido por la dirección de su partido. Antes, también en tiempos de Pedro Sánchez, lo fueron otros nombres como José Manuel Franco, que ocupó la secretaría general tras el cese fulminante de Tomás Gómez, o Ángel Gabilondo, fichaje estrella también de Sánchez para ser candidato a la Comunidad de Madrid en tándem con el exseleccionador de baloncesto Pepu Hernández, cabeza de lista al ayuntamiento. Una historia escrita de fracaso en fracaso electoral y de guerra en guerra interna. 

Tres décadas sin poder, tres décadas de guerras

La vitola de federación convulsa se ha labrado en el seno del actual PSOE de Madrid con perseverancia en los fracasos electorales y en las batallas orgánicas, principalmente originadas porque es un partido enorme que no toca poder ni en la Comunidad ni en el Ayuntamiento de la capital desde hace casi treinta años y que no vislumbra que eso pueda volver a ser una posibilidad real a medio plazo. Hoy no es siquiera segunda fuerza y principal alternativa a la derecha, sino que ocupan en la asamblea y en el consistorio el tercer puesto por detrás de Más Madrid. Para encontrar el último referente victorioso hay que remontarse a Joaquín Leguina, ya expulsado del PSOE, ferviente admirador de Ayuso y convertido en habitual referente de medios de derecha o incluso extrema derecha. 

Aquella salida del poder de Leguina se produjo en 1995. Antes incluso, en 1989, una moción de censura desbancó a Juan Barranco del ayuntamiento. Y desde entonces, los socialistas madrileños se han dedicado en cuerpo y alma a emprender guerras fratricidas por un reparto de poder interno cada vez más menguado por la sucesión inacabable de fracasos electorales. 

Los primeros fueron los de Cristina Almeida y Fernando Morán, en la Comunidad y el ayuntamiento, respectivamente. En total, desde que perdieron el gobierno regional, los socialistas madrileños han tenido seis secretarios generales, cinco candidatos en las autonómicas y siete en el caso del consistorio de la capital. Pero si hay un momento traumático en esa historia político es el del escándalo del ‘tamayazo’. 

En 2003, dos tránsfugas impidieron la llegada a la presidencia de Rafael Simancas. Aquella oscura operación le pasó factura a la izquierda en la repetición electoral y Esperanza Aguirre consiguió afianzarse en los siguientes cuatro años. Simancas se vio obligado a dimitir en junio de 2007. Entonces se constituyó la primera gestora del PSM, que pilotó la entonces ministra Cristina Narbona. Las apuestas de José Luis Rodríguez Zapatero para el ayuntamiento también fueron un fracaso en esas dos ocasiones: Trinidad Jiménez frente a Alberto Ruiz Gallardón, en 2003 y, cuatro años después, Miguel Sebastián, que no llegó ni a recoger el acta de concejal. 

Y aterrizó Tomás Gómez. Procedente de Parla, donde había encadenado mayorías absolutas que le llevaron a ser el alcalde más votado de las ciudades de más de 50.000 habitantes de toda España, Gómez se impuso en el congreso autonómico para liderar el partido. Pero una vez más irrumpió Ferraz. Cuando llegó el momento de elegir al candidato de las elecciones de 2011, Zapatero optó por Trinidad Jiménez, que entonces era ministra de Sanidad. 

Y dio paso a una guerra más: Gómez se rebeló contra la imposición de la dirección de su partido y se impuso por la mínima en unas primarias. Sin embargo, en las urnas cosechó el que entonces fue el peor resultado de la historia para el PSOE. En la capital, Jaime Lissavetzky, que había liderado años antes la federación y era un hombre próximo a Alfredo Pérez Rubalcaba, también fracasó. 

Cuando quedaban apenas tres meses para las autonómicas de 2015, y a pesar de que había sido ratificado de nuevo como candidato, Tomás Gómez fue destituido de manera fulminante por Pedro Sánchez, que en su primera etapa al frente del PSOE dio un golpe de mano en el PSM y borró al exalcalde de Parla de la carrera por la Puerta del Sol y como líder del partido. 

Una gestora –en este caso liderada por Rafael Simancas– se hizo cargo entonces de la organización y Ferraz colocó a Ángel Gabilondo como candidato. El exministro mejoró los resultados y ganó las elecciones, pero se quedó a las puertas de la presidencia. En el ayuntamiento, sin embargo, Antonio Miguel Carmona cosechó el peor resultado frente a Manuela Carmena. 

Pero aún los socialistas no habían tocado fondo en la capital de España. Cuatro años después, el PSOE se hundió un poco más cuando Sánchez apostó por Pepu Hernández, que había llevado a la selección de baloncesto a sus mayores éxitos, pero era totalmente ajeno a la política. 

La última apuesta de los socialistas, Juan Lobato para la Comunidad y Reyes Maroto para el ayuntamiento, resultó como ha resultado siempre en los últimos 30 años: perdedora. Desde este miércoles, el 50% de ese tándem ya es historia, nadie es capaz de apostar porque la otra mitad no lo sea a medio plazo y el futuro inmediato, Óscar López, ya mira de reojo antes de llegar a la declaración judicial de este próximo viernes del último socialista madrileño defenestrado. 

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