El que arranca este miércoles es el vigesimotercer debate sobre el estado de la nación desde que lo instaurara como costumbre Felipe González allá por 1983. Desde entonces hasta ahora sólo los años electorales y la inédita decisión de Mariano Rajoy de no celebrarlo el año pasado han interrumpido una tradición centrada siempre en dos participantes, a razón de diez en total. El último en incorporarse, el ahora debutante en la cita, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Este debate es nuevo, pero viejo. Nuevo también para Rajoy, que debuta como presidente del Gobierno, aunque lleva con este siete debates sobre el estado de la nación, siendo el cuarto con más participaciones y habiendo estado presente en casi un tercio del total. Viejo porque los temas que previsiblemente se tratarán llevan meses sobre la mesa (crisis, paro, modelo de Estado, desafección política y corrupción) y porque esta vez tampoco será un debate de propuestas y soluciones, de ideas e iniciativas. La crisis se llevó los anuncios a los que nos acostumbró Zapatero.
De hecho, visto el nivel de los sucesivos debates parlamentarios que Rajoy y Rubalcaba han encadenado en el más de un año de cara a cara que llevan, tampoco parece que se pueda esperar mucho de sus intervenciones más allá de la 'herencia recibida' y el cruce de acusaciones. Pero esto no siempre ha sido así.
Estos han sido los debates sobre el estado de la nación, y así era la España que cada uno de ellos representaba.
Segunda legislatura
Los primeros debates enfrentaron al recién elegido presidente Felipe González con el recientemente fallecido Manuel Fraga, entonces cabeza visible de Alianza Popular. El tono era correcto, medido, propio de unas instituciones recién empezadas y de una oposición con muy poco peso ante la enorme mayoría absoluta que disfrutaba entonces el Partido Socialista. No era tiempo de promesas ni de proyectos, sino de debate político.
En el primer debate, el celebrado en 1983, González replicaba las críticas sobre la supuesta falta de preparación del nuevo Gobierno:
“Se ha dicho en estos días, y me ha causado cierto asombro, que el Gobierno puede tener buenas intenciones, pero inexperiencia, y al mismo tiempo se ha dicho, y se ha repetido hasta la saciedad, que el presidente del Gobierno no confronta sus opiniones con la Cámara o con la opinión pública. Incluso se me ha atribuido el calificativo de ‘reina madre' que no desciende a la arena política para confrontar esas opiniones”.
Un año después, y con idénticos protagonistas, se comenzaban a tejer las costuras de la entrada de España en la UE. El diario de sesiones de aquel día recoge cómo González expuso la necesidad de una reconversión industrial en el seno de una crisis económica:
“La crisis ha golpeado a España con más dureza que a otros países europeos occidentales, dada la mayor fragilidad de nuestra estructura industrial, sobre todo en los sectores siderúrgico y naval; de ahí la necesidad, generalmente aceptada, de ir a un saneamiento rapido v profundo de la economía española, corrigiendo los desequilibrios interno y externo y afrontando los problemas de la reconversión para poner en marcha el binomio inversión/empleo”.
La legislatura terminó con el último enfrentamiento de Fraga y González, ya que el 'popular' dio el salto a la política gallega para presidir la Xunta. En el debate de 1985 se cerró con la última intervención del entonces líder del PP reflexionando acerca de la acción de Gobierno:
“En 1982, el pueblo español dio un voto a una mayoría sin fisuras y con promesas concretas, siendo esa la gran oportunidad y responsabilidad del señor presidente del Gobierno. Sin embargo, y lamentablemente, la esperanza y confianza entonces abiertas no se han visto confirmadas por los hechos, y si, ciertamente, han existido logros en algunos aspectos parciales, como la balanza de pagos y ia inflación, no pueden compensar el empeoramiento generalizado y, sobre todo, la pérdida de la esperanza a que ha aludido anteriomente que entre todos deben ser capaces de devolver al pueblo español”.
Tercera legislatura
El partido conservador inició en aquellos días su andadura hacia la formación del Partido Popular que conocemos ahora. Los tres debates sobre el estado de la nación fueron distintos a los primeros, con protagonistas en la oposición con menor peso político que Fraga (González Tizón en 1987 y 1988, y Herrero de Miñón en 1989), y con el debate puesto en la OTAN, la UE, la crisis y las huelgas generales.
Los sacrificios para entrar en la UE marcaron el discurso en 1987, según recoge el diario de sesiones:
“En ese sentido, alude a la inflación como uno de los principales caballos de batalla de la economía española, aun reconociendo el buen resultado obtenido en el 86, si se tiene en cuenta el impacto que supuso la aplicación del IVA, obligatoria tras nuestro ingreso en la Comunidad. Para 1987 se ha previsto un índice de inflación del 5 por ciento, objetivo que considera perfectamente alcanzable si por parte de todos se hace algo para conseguirlo”.
Un año después se trató el referéndum de la OTAN, cuyo resultado fue únicamente consultivo y que acabó lastrando parte de la imagen del PSOE en esa etapa de Gobierno.
“En efecto, el referéndum citado condicionaba nuestra participación en la Alianza Atlántica a la no integración en la estructura de mandos o militar. Pues bien, el año 1987 ha servido para llevar adelante un proceso de conversaciones con todos los socios de la Alianza que culmina con la presentación de un documento, a primeros de enero, en el que se establecen los principios básicos de la participación española en la Alianza. Dicho documento de principios ha sido aceptado por la Alianza, con lo que cree que esta fase del proceso está terminada y, por consiguiente, está definida la participación española y cumplido este aspecto del referéndum”.
Ya frente a Herrero de Miñón, que tuvo un paso fugaz al frente de la oposición, González siguió tratando en el debate de 1989 la economía española y los efectos que tenía sobre ésta la entrada de España en la UE.
“En relación con el desarrollo de nuestra adhesión a la CEE, señala que ésta coincide con la etapa de mayor crecimiento de la economía española, aunque al mismo tiempo debe reconocerse que nuestra competitividad no es suficiente para aguantar unos intercambios comerciales que nos resultan desfavorables. Tampoco nuestras tasas de inflación pueden separarse de las tasas medias comunitarias sin grave riesgo para la economía española”.
Cuarta legislatura
Con la llegada de José María Aznar empezó a cambiar todo. Únicamente hubo en este periodo dos debates pero, entre el progresivo debilitamiento del Gobierno por los escándalos y los casos de corrupción que protagonizó, y el fortalecimiento y cohesión del Partido Popular como alternativa, la tónica varió: menos exposición política y mayor debate de ideas, un sendero que ha perdurado hasta nuestros días.
Buena muestra fue la réplica de Aznar ya en 1991, atacando frontalmente a González:
“Una de las bases del discurso de esta mañana es que lo que no funciona en España es culpa de las autonomías o culpa de la realidad internacional, ya que, al parecer, el Gobierno ha hecho todo lo que tenía que hacer. Se trata de una visión engañosa que invade todo”.
En 1992 Aznar empezó a mostrarse como hombre de Estado, intentando llevar la iniciativa en debates como la lucha antiterrorista, según recoge el diario de sesiones:
“Planteando como cuestión previa el tema del terrorismo, pretendiendo que en este punto no se produzca ni la menor fisura ni la menor señal de enfrentamiento entre todos y cada uno de los grupos que representan al conjunto de la sociedad española, porque cree que esta cuestión no la pueden considerar ni convertir en instrumento arrojadizo de unos contra otros”.
Quinta legislatura
Al debate de 1994 llegó un PSOE en franca decadencia que había ganado las elecciones por los pelos, a pesar de los JJOO de Barcelona y la Expo de Sevilla o el nacimiento del AVE. Aznar atacó por los escándalos de corrupción, ignorando los puntos de debate propuestos por González.
“Una situación grave, con grave daño a las instituciones y al sistema, lo único que esperan los ciudadanos es que quien corresponda asuma la responsabilidad para dejar constancia de que en España las reglas de la democracia se respetan y los errores políticos no son gratuitos. No cabe hablar de buena fe, que nadie niega, porque si no fuera así, no hablarían de responsabilidades políticas, sino penales. Tampoco sirve decir que se ignoraba lo que estaba pasando, porque entonces es peor, ya que si el señor González no se entera de todos los casos mencionados hasta que se cuentan en los periódicos, le pediría que informase a la Cámara de qué se entera.”
Fue la antesala, meses después, del “váyase, señor González”.
En 1995, en un ambiente de descomposición total, Aznar daba la puntilla hacia su inminente victoria electoral.
Sexta legislatura
Cambió el Gobierno, pero no se perdió la costumbre: Aznar mantuvo la celebración del debate sobre el estado de la nación, que en esta etapa fue fiel reflejo del proceso de demolición interna que vivió el PSOE: en tres años, tres líderes dando la réplica. Empezó en 1997 el propio González, ya fuera del Gobierno y poco antes de anunciar su marcha.
Un año más tarde llegó Josep Borrell, elegido para sustituir a González, pero con un vago respaldo interno de un partido aún convulso. El de 1998 fue un debate en el que, sin conseguirlo, Borrell intentó echar por tierra la situación económica española y la entrada del país en el euro. Eran los tiempos del “España va bien”:
“La buena coyuntura macroeconómica, con la entrada en el euro, de cuyos méritos no debería apropiarse el señor presidente, le permiten repetir lo de ”España va bien“, convirtiéndolo en un somnífero para ocultar los problemas que ni la coyuntura ni el euro resolverán y que el Gobierno agrava con su política. Señala que la economía española, como todas las occidentales, pasa por una fase de expansión, pero tras la autocomplacencia del presidente del Gobierno, su retórica y sus falacias se esconde un proceso en el que se minan las bases financieras de la Seguridad Social, se atenta gravemente contra la progresividad del sistema tributario, se fomentan las desigualdades en la escuela y se permite que un grupo de amigos se apropie del patrimonio empresarial público, malvendido a prisa y corriendo.”
En 1999 con Almunia al frente como candidato a pesar de no ser el líder del partido, el discurso cambió poco: el debate fue un paseo militar para Aznar, que no tenía rival gracias a la bicefalia imperante en el PSOE.
Séptima legislatura
Cambio radical de escenario: Aznar gobierna con una amplia mayoría que endurece su discurso, al tiempo que un desconocido Rodríguez Zapatero se hace con el liderazgo del PSOE y cierra heridas abiertas. La dureza del primero y las muchas sombras de su mandato (Yak, Prestige, Irak) contrastaron con la mano tendida y el discurso conciliador del nuevo líder de la oposición.
En 2001, en su estreno, Zapatero no atacó, ni criticó. Según refleja el diario de sesiones del Congreso, sorprendió con un discurso en tono positivo y esperanzado, desconocido en la oposición hasta el momento:
“Se dirige a los más jóvenes en particular, para pedirles que recuperen la ilusión, el interés y la confianza por la vida pública, y a los políticos para pedirles que sean capaces de inspirar esa confianza y abrir caminos de esperanza, objetivos con los que se compromete hoy formalmente y que se ponen de manifiesto en el nuevo talante de hacer política, aprovechando para anunciar a todos los españoles y a toda la Cámara que su grupo no se va a dedicar a desestabilizar las instituciones o a intentar que las cosas se tuerzan para que el Partido Popular se vaya del Gobierno. Por el contrario harán una oposición útil, como la que están haciendo, reconociendo los aciertos del Gobierno cuando los tenga, pero denunciando de forma clara y contundente los errores que cometan. Este sentimiento de responsabilidad, añade, es el que le ha llevado a proponer el pacto contra el terrorismo y por las libertades y el pacto sobre la justicia.”
En 2002 Zapatero no abandonó su línea conciliadora, pero ya comenzó a atacar las bases programáticas del presidente del Gobierno.
“Comienza su intervención con dos pronunciamientos previos: en primer lugar ofrece al señor Aznar el apoyo de su grupo para defender los intereses de España ante la crisis con Marruecos y, en segundo lugar y en relación con la decisión del Parlamento vasco, reitera con toda contundencia su compromiso firme en la defensa de la Constitución y del Estatuto de autonomía. A continuación, y centrándose en el debate del estado de la nación, afirma que las cosas se han torcido en España, sobre todo para los más débiles, y las soluciones que propone el Gobierno no solucionan los problemas sino que los empeoran, creando inseguridad e incertidumbre en los desempleados, en los trabajadores, en las empresas, en las familias, en muchos españoles que están fuera de España, sobre todo en Argentina y Venezuela, inseguridad también en la calle y para los pequeños ahorradores, pasando a hacer una valoración negativa de la situación del país y de su evolución en el último año”.
El de 2003 fue el último debate de Aznar, que le sirvió de despedida. Entonces, cuando aún no se adivinaba un escenario como el del 11M, que provocaría el vuelco electoral, Zapatero ya había fijado puntos concretos en los que atacar. Aznar habló de acceso a la vivienda, de desafección política, de reforma constitucional, defendió la ley de partidos y, sobre todo, el buen estado económico del país.
Sí aparecieron aquí algunas promesas concretas para responder a algunas de las principales preocupaciones sociales: anunció medidas en favor del alquiler contra el precio de la vivienda y otras para hacer frente a la catástrofe del Prestige. Cerró también su defensa por la intervención en Irak, que movió a millones de personas a salir a la calle: “España estuvo donde tiene que estar”.
Octava legislatura
Nuevo cambio de Gobierno y nuevo cambio de discurso. Zapatero debutó como presidente del Gobierno e impuso una forma particular de afrontar los debates sobre el estado de la nación: anunciando medidas o iniciativas que acaparaban titulares y reducían a la nada la intervención de Mariano Rajoy, que sustituyó a Aznar.
El primer combate entre ambos tuvo lugar en 2005, debate en el que Zapatero anunció al Congreso que pediría su aval para abrir conversaciones con la banda terrorista ETA de cara a un posible acuerdo para poner fin a sus crímenes. En 2006, con la inmigración y la reforma de los estatutos de autonomía, ETA seguía a fuego en la agenda política gracias a las conversaciones iniciadas y a las manifestaciones contrarias promovidas por el Partido Popular, especialmente en Madrid y Navarra.
El debate sobre el estado de la nación más sintomático fue, sin embargo, el de 2007: con la crisis llamando a la puerta y enseñando tímidamente sus efectos, y con el Gobierno esquivando llevar el debate a lo económico, Rajoy pidió un adelanto electoral. La respuesta de Zapatero fue una propuesta sorpresa que acabó abriendo todos los diarios: el célebre 'cheque-bebé' de 2.500 euros.
Novena legislatura
Zapatero volvió a ganar, y Rajoy resucitó ante un motín interno sin precedentes. Pero el cambio de tendencia no vino tan marcado por la acción o inacción de los líderes políticos, sino por la explosión de la crisis económica, que pasó a centrar los tres últimos debates sobre el estado de la nación.
En 2009 el Gobierno centró su acción en un pretendido “cambio de modelo productivo” para propiciar el estallido de la burbuja inmobiliaria e intentar que el crecimiento económico español viniera de otras vías. Fue también el debate en el que anunciaron los primeros “brotes verdes” en lo económico, y en el que multiplicaron las medidas de estímulo por última vez. Se eliminaron las desgravaciones por vivienda, se prometió la instalación de casi medio millón de ordenadores en la enseñanza pública y se invirtieron 5.000 millones en el llamado 'Plan E' que supuestamente iba a servir para mejorar infraestructuras públicas y absorber mano de obra desempleada. Tampoco los 20.000 euros en préstamos ICO sirvieron para dinamizar la economía
En el debate de 2010, superado por los acontencimientos y habiendo tenido que recortar incluso en pensiones, Zapatero reconoció estar ante “la peor crisis que hemos conocido”. Se acabaron las promesas inesperadas y los conejos en la chistera y se volvió a los discursos de reflexión política y acciones futuras, introduciendo la idea de retrasar la edad de jubilación, lo que se concretaría legalmente a final de ese año.
El último debate celebrado hasta la fecha fue la despedida de Zapatero y el último en el que Rajoy intervino como líder de la oposición (algo que ha hecho en seis ocasiones, el récord). La crisis siguió monopolizando el debate, obligando al Ejecutivo a seguir justificando sus medidas, al tiempo que anunció otras nuevas como la instauración de un techo de gasto en las Comunidades Autónomas o la promesa de activar medidas contra los desahucios que nunca llegaron. Los indignados ya estaban en las plazas y el PSOE nuevamente derrumbándose.
¿Qué se puede esperar del debate de 2013? Medidas concretas pocas, promesas algunas y críticas todas. La crisis será la protagonista de nuevo, y ya serán cinco debates sobre el estado de la nación con el mismo patrón.