Hay una serie de elementos que definen el desfile militar del 12 de octubre en Madrid. Las banderas, el paracaidista, la exhibición aérea y, si el presidente del Gobierno es socialista, los abucheos más feroces. Para no romper con las tradiciones, este miércoles, Pedro Sánchez ha sido recibido a gritos a su llegada a la plaza de Lima. “Al presidente le vamos a pitar y al rey le vamos a aplaudir a rabiar”, advertía una mujer cuando la llegada del jefe del Ejecutivo ya era inminente.
Dicho y hecho. Fue llegar Sánchez, con unos minutos de retraso sobre la hora prevista que obligaron a esperar a los reyes, y comenzar los abucheos. “¡Fuera, fuera, fuera!” y “dimisión, dimisión”, gritaba la multitud más respetuosa, dadas las circunstancias. “Anormal”, “sinvergüenza” y alguna mención a su madre, que llegó a corearse frente a niños y niñas, vociferaban los más exaltados. Al presidente del Gobierno no le ha librado este 12 de octubre ni el aumento del 25,8% del gasto en Defensa para 2023. “Estamos hasta el gorro de la politización, del ninguneo y de su democracia, en la que ignoran todo lo que no son ellos”, afeaba Charo, de 69 años, que vino a la marcha militar para “apoyar a nuestras Fuerzas Armadas”. Junto a ella, sus amigas Isabel y Lucía, coincidían. “Se quieren cargar la Constitución”, repetían mientras criticaban “la ley de Memoria Democrática, la ley trans, todo”.
En la misma línea, estas tres amigas señalaban la mala gestión del Ejecutivo y su “distorsión de la visión de España”. “Luego dicen que somos fachas, somos el Orgullo facha”, ironizaban. Un mensaje similar fue compartido la víspera por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, que difundió el vídeo de una asociación conservadora y católica con la etiqueta “eres facha” y un escueto “Me too”, en referencia al movimiento feminista que se popularizó en Estados Unidos y en el que mujeres denunciaron públicamente las situaciones de violencia y abuso que sufrían. No se sabe si a modo de burla o porque la Oficina del Español lleva semanas descabezada tras la marcha de Toni Cantó. Ella, en primera línea de la batalla cultural, lleva días celebrando su propia Hispanidad. Esta mañana, algunos asistentes también han coreado su nombre.
En la zona de autoridades ha habido las ausencias habituales, como la del Lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, o el president catalán, Pere Aragonès, a la que se ha sumado este año la de la representación del Poder Judicial. Carlos Lesmes, cuya dimisión se ha publicado este mismo miércoles en el Boletín Oficial del Estado, no ha acudido, y miembros del sector conservador han dado plantón al sentirse “despreciados” por el Gobierno.
No han podido ir este año la ministra y líder de Podemos, Ione Belarra, las vicepresidentas Nadia Calviño y Teresa Ribera, de viaje oficial, ni los titulares de Universidades e Industria, Joan Subirats y Reyes Maroto, respectivamente. Tampoco estaba la princesa de Asturias, Leonor, que se encuentra estudiando en un colegio privado en Gales. Otra novedad ha sido la de Alberto Núñez Feijóo, que acude por primera vez como líder de la oposición y no como mandatario autonómico. Al desfile sí han acudido los presidentes del PSOE y del PP del resto de comunidades autónomas, el de Cantabria, y el resto del Ejecutivo, además del presidente de Vox, Santiago Abascal. La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, está en Zaragoza, donde había acudido a realizar una ofrenda floral a la virgen del Pilar.
Disparada tasa de banderas
El desfile del 12 de octubre en Madrid es uno de los momentos donde la tasa de banderas de España por persona se dispara. “Yo tenía una de 13 metros”, presume un hombre. Por la calle, vendedores ambulantes agitan las enseñas, que los asistentes llevan de múltiples maneras. A modo de capa, por la cintura, en la muñeca, al cuello, en la funda del móvil, pintada en la cara. Muchas de ellas renovadas para tal ocasión y cuyos colores recuerdan poco a las desgastadas que todavía cuelgan de algunos balcones madrileños. “La bandera y el escudo son los símbolos nacionales y merecen el máximo respeto”, recuerda una voz por megafonía tras anunciar que se incorporará la enseña a la formación. Silencio sepulcral, solo roto por un grito de “¡viva España!”, que se repitió durante el homenaje a los caídos y la ofrenda floral, cuyo final marcó la patrulla águila, que dibujó, un año más, el cielo de rojo y amarillo y que los vecinos de Madrid llevan días viendo ensayar.
Dos años después de la pandemia, la frase de que algo vuelve a la normalidad está ya muy manida. Pero la marcha castrense lo ha hecho, tras el desfile reducido de 2021 y la discreta recepción de 2019. Unos 4.000 militares marchan por la Castellana, además de 150 vehículos, mientras 56 aviones y 26 helicópteros que han completado la exhibición aérea.
Montse Campos llega al desfile con su hijo. Ella lleva una bandera a la espalda. El niño ondea otra. En su calendario está marcado en rojo el 12 de octubre. “Venimos todos los años, es la fiesta nacional. Somos patriotas y españoles antes que nada”, dice mientras se dirige a buscar un sitio desde el que presenciar la marcha militar. A una hora del comienzo, la primera fila es ya misión imposible y algunos grupos, sobre todo de jóvenes pero no solo, se empeñan en apilar barreras New Jersey, que hasta ese momento impedían tropezar con las zonas en obras de la Castellana, para construirse su propio graderío.
Marina y María son dos amigas que viven en Toledo. Tienen 18 años y este es el primer desfile militar que presencian. “Yo lo veo por la tele, me gusta mucho y me hacía ilusión venir”, explica la primera, que es hija de un policía. “Yo no soy ni española”, dice la segunda, “inglesa y malagueña”. “Da curiosidad, porque en otros países no hacen todo esto”, considera esta estudiante de Administración y dirección de empresas y estudios internacionales.
Mientras el desfile transcurre por la Castellana, hay quien se lamenta por haberse quedado atrás. “Aquí hay que venir a las siete de la mañana para coger sitio”, protesta un hombre. Más allá, un policía local de gala firma una bandera de España y dos militares de uniforme se fotografían con una mujer. Al otro lado, una pareja aplaude imitando al resto, sin saber muy bien a qué.